Inés Temple

Me ha tocado aprender que pocas cosas dañan más las relaciones humanas –y especialmente las de trabajo– como la arrogancia, la que lamentablemente acompaña a muchos quienes ostentan una cuota de poder, por pequeña que esta sea. Arrogancia y poder son una mezcla explosiva que daña a muchos y, especialmente, al arrogante que siente que está por encima de los demás, que merece privilegios o que tiene más derechos que responsabilidades.

He visto cómo las manifestaciones externas del poder confunden a muchos y los seducen a tal punto que pierden la perspectiva del hecho que toda posición de poder es solo un medio para cumplir una misión, un propósito, un encargo o servir a un fin mayor. Cuando la posición ostentada los hace sentir por encima del resto en conocimientos, experiencia o calidad de decisiones, a algunos la arrogancia los inutiliza.

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Es fácil asociar la idea del poder con políticos, grandes empresarios o gerentes importantes, pero todos quienes tenemos de una manera u otra que tomar decisiones que impactan la vida o el trabajo de otras personas, tenemos algo o mucho poder sobre ellas.

¿Cuáles son los retos entonces para quienes tienen posiciones de poder?

Mantenerse lúcidos y claros sobre la fuente de su poder, sin olvidar que el poder es inherente al cargo o a la función que se cumple, no a uno mismo. Toca ejercerlo con enorme respeto hacia quienes se debe servir: el poder no es para usarlo en beneficio propio.

No olvidar jamás que todo poder es pasajero y temporal, tiene un comienzo y un final.

Tener muy presente cada día que nadie es invulnerable al fracaso, el error o la ignorancia. Mantener relaciones óptimas con personas de todo nivel. Cuando se pierde el poder, tiende a ser irremediablemente tarde para reparar daños u ofensas hechas a otros. Cada llamada no devuelta, mensaje ignorado o amigo desatendido será cobrado más adelante y con intereses.

Internalizar que el mejor momento para crecer y cambiar es cuando a uno le va bien. Es vital seguir aprendiendo o preparándose siempre, para cuando el poder se acabe. Aceptar que, si bien el poder se alcanza gracias a habilidades, logros o resultados, en el camino también crecen defectos y debilidades. Es crítico trabajarlos aun teniendo poder.

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Tener mucho cuidado con despreciar a los demás –nadie tiene derecho ni razón válida para hacerlo–. El desprecio es además una ofensa dolorosa que se perdona con dificultad.

El poder aísla y hace fácil escuchar solo a quienes dicen lo que uno quiere escuchar, sin valorar opiniones divergentes. Eso desconecta mucho de la realidad, cuidado.

La arrogancia puede hasta volver a muchos insensibles al dolor ajeno. Eso no solamente daña a quienes están a su alrededor y sus relaciones con ellos a corto y largo plazo, sino que los daña a ellos mismos, a su espíritu y su equilibrio interior

Pensar siempre en la continuidad del desarrollo profesional y personal, sin descuidar la imagen, reputación, posicionamiento y marca personal.

Quien tiene el poder enfrenta el gran reto de mantenerse muy lúcido frente a sus fortalezas y debilidades, desarrollando competencias y habilidades humanas para no perder vigencia o efectividad.

La idea es mantener siempre una actitud de aprendiz permanente, sin olvidar jamás que el poder está dado para servir con respeto, amabilidad, ética y coherencia.

Capítulo económico
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Inés Temple Presidente de LHH DBM Peru y LHH Chile