El Perú ha sido uno de los países más golpeados por el COVID-19 y, dentro del territorio, esta pandemia ha golpeado más a los que menos tienen. Hasta ahora hemos visto las consecuencias inmediatas, pero es de esperarse que existan consecuencias de mediano y largo plazo también.
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En este articulo me voy a concentrar en los posibles efectos sobre una generación en particular: aquella que ha vivido la pandemia desde el vientre de sus madres. El período de gestación es crítico para el desarrollo de los seres humanos y existe mucha evidencia de que circunstancias adversas (hambrunas, epidemias, ‘shocks’ económicos, contaminación, entre otros) durante este período tienen efectos negativos que persisten en el mediano y largo plazo.
Veamos, por ejemplo, lo que pasó con la epidemia del cólera. A inicio de los años noventa, el Perú atravesó por una situación parecida a la actual cuando la epidemia del cólera nos afectó en mayor proporción que a cualquier otro país de la región. Al igual que hoy, la infraestructura sanitaria y de salud mostró serias deficiencias. No hubo cuarentena, pero las consecuencias de la enfermedad en salud y días laborables perdidos, así como el efecto en turismo y en las exportaciones, afectaron la economía de muchos peruanos. A pesar de este difícil panorama, el total de muertes atribuidas a esta epidemia fue menor de lo que se pudiese haber esperado: 2.909 en el primer año (versus más de 39.000 que lleva hasta el momento el COVID-19). Sin embargo, esta cifra no toma en cuenta el número de muertes indirectas.
En un estudio realizado junto con Ricardo Sánchez encontramos que el cólera también debilitó a los niños que se encontraron en el vientre de sus madres durante esa epidemia. Estos nacieron débiles, con menos peso, menos talla y muchos murieron antes de cumplir los 5 años. Según nuestras estimaciones, el cólera causó 18% más muertes que las atribuidas, si incluimos a estos niños. Más aun, mientras que las cifras oficiales de mortalidad durante 1991 fueron de 9 por cada 100.000 habitantes, el ratio de muertes debido a la exposición durante el vientre fue de 89 por cada 100.000 niños nacidos vivos en 1991.
Lamentablemente, las malas noticias no acaban ahí. En un segundo estudio, mi coautor y yo encontramos que la exposición en útero al cólera aumentó en 11% la probabilidad de morir 29 años después, precisamente de COVID-19 [ver cuadro]. Como posibles canales encontramos, por un lado, que la exposición a la epidemia del cólera durante el período de gestación aumentó la probabilidad de ser adultos obesos y de tener presión alta. Estas condiciones, como sabemos, son factores de riesgo para el COVID-19.
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Por otro lado, encontramos un efecto en la probabilidad de ser trabajador independiente o informal. Para la mayor parte de estos individuos en el Perú, un día que no trabajan es un día que no ganan dinero. Esto aumenta el costo para ellos de acatar cuarentenas y las medidas de distanciamiento, lo que a su vez los vuelve más vulnerables al COVID-19.
Naturalmente el cólera y el COVID-19 son dos enfermedades diferentes que afectan de distinta manera a la madre gestante y a su hijo en el vientre. La buena noticia es que el COVID-19 no parece afectar directamente al feto de una mujer infectada. La mala noticia es que los demás efectos como el impacto económico, el estrés mental y la saturación del sistema de salud han sido más fuertes ahora que en la epidemia del cólera.
En nuestro estudio, por ejemplo, las madres afectadas no necesariamente fueron contagiadas de cólera. Únicamente sabemos que la incidencia de cólera era alta en el departamento y en el momento en el que estuvieron embarazadas.
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De hecho, nuestro primer estudio encuentra evidencia que parece indicar que no fue la enfermedad en sí (o al menos no únicamente) la que causó las muertes y los demás efectos en los niños. Sus madres tuvieron menos acceso a centros de salud y médicos durante su embarazo y durante el parto, a consecuencia de la epidemia. Más aun, la mayor parte de las muertes de estos niños se generó durante el primer día de vida. Por lo tanto, es probable que estas muertes hayan sido el resultado de complicaciones durante el embarazo o parto que no fueron atendidas adecuadamente.
Ya existe mucha evidencia en países como el nuestro de que la pandemia del COVID-19 ha limitado la atención médica para otro tipo de pacientes. Es muy probable que mujeres gestantes, ya sea por la falta de recursos o por la saturación del sistema de salud, no estén siendo atendidas como se debe y esto puede generar daños significativos para sus hijos.
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Según el Banco Mundial, las epidemias van a ser cada vez más comunes. El Gobierno debe tener un plan para proteger la salud materno-infantil, en particular en situaciones de crisis como estas. Ojalá aprendamos las lecciones del pasado y del presente para ofrecerles un mejor futuro a nuestros niños.
* La autora es investigadora afiliada de Redes y miembro asociada del Lima School of Economics.
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