"El libre mercado como religión", por Enzo Defilippi
"El libre mercado como religión", por Enzo Defilippi
Redacción EC

Hace unos días, leyendo la prensa, me percaté de que ha surgido una nueva religión: el mercadismo. También noté que es posible distinguir a sus seguidores por su atrevimiento: creen que lo único que necesitan saber para entender economía es el modelo de competencia perfecta (el libro “Coquito” de la disciplina). No les interesa que se trate solo de una abstracción útil para la academia.

El mercadismo, que no es otra cosa que un liberalismo irreflexivo y extremo, parte de un principio razonable y observable: que los mercados libres funcionan mejor que la intervención estatal. Sin embargo, por arte de magia los mercadistas convierten este principio en dos dogmas de fe: (i) que los mercados siempre funcionan, y (ii) que el Estado siempre falla.

Desafortunadamente, el mercadismo ignora tres aspectos fundamentales. La teoría económica, que nos dice que las fallas de mercado existen, y que cuando ocurren, la intervención estatal es necesaria para corregirlas. El sentido común, que nos dice que, sabiendo que el Estado falla frecuentemente, solo debe intervenir cuando los beneficios superan a los costos. Y la evidencia empírica, que demuestra que no nos ha ido mal siguiendo este razonamiento.

Los reguladores (Osiptel, Ositrán, Osinergmin) existen para solucionar una falla de mercado (los monopolios naturales), y es claro que los beneficios de su existencia superan largamente sus costos.

El mercadista, como cualquier otro fanático, interpreta la realidad de forma sesgada, por lo que no sorprende que crea descubrir mensajes divinos que refuerzan sus creencias. La última de estas revelaciones parecen haber sido las declaraciones del premio Nobel de Economía Paul Krugman, quien nos visitó la semana pasada.

Krugman dijo: “Ser una nación industrializada no es necesariamente el camino que deben seguir. El Perú puede ser una nación productiva con un sector de servicios altamente productivo, sin tener que tener una gran base industrial […]. Si tratas de forzar una diversificación […], será muy difícil que surjan sectores exportadores exitosos. Claramente, no queremos regresar a la época de sustitución de importaciones. Eso no funcionó y yo en ningún caso lo apoyaría”.

¿Se desprende de esto que el Nobel opina que el Perú no debe preocuparse por la industrialización? No. ¿Que la única forma de industrialización es la sustitución de importaciones? No. ¿Es una clara ‘llamada de atención’ al , quien ha declarado: “somos fuertes en recursos naturales y tenemos que crecer en sectores más o menos cercanos”? Menos. Y, sin embargo, esto es lo que han entendido los seguidores de la religión mercadista.

Un hecho que revela cuán sesgada puede ser su interpretación de la realidad es que los mercadistas han creído ver, nada menos que en Paul Krugman, a un profeta de su religión. ¡Krugman! Un keynesiano radical (¡un pecador!), ácido crítico de la desregulación (¡un blasfemo!) y quien usa el argumento de la desigualdad para invocar una mayor intervención (¡un hereje!).

No, pues. El desarrollo productivo requiere de políticas enfocadas en la solución de fallas de mercado y en la eliminación de trabas burocráticas, no fantasías en las que los mercados son perfectos y el Estado irremediablemente inútil. Pero, claro, cuando se trata de dogmas de fe, para qué molestarse discutiendo los hechos.