“Las mujeres tienen más trabajo independiente y menos asalariado, figuran menos entre los patrones de empresa y más entre los trabajadores familiares no remunerados”, afirma Miguel Jaramilo, investigador de GRADE.
“Las mujeres tienen más trabajo independiente y menos asalariado, figuran menos entre los patrones de empresa y más entre los trabajadores familiares no remunerados”, afirma Miguel Jaramilo, investigador de GRADE.

En marzo del 2020, el entonces presidente Vizcarra decidió prohibir la actividad económica a lo largo y ancho del país, excepto aquella ligada a actividades esenciales. El efecto sobre el mercado laboral fue una caída nunca antes vista de la actividad, al menos desde que tenemos estadísticas laborales. Diferentes participantes, sin embargo, sufrieron diferentes impactos. Se dieron normas para dificultar el término de relaciones asalariadas formales, lo que generó brechas entre la suerte de asalariados, que con mayor probabilidad pudieron mantener sus empleos, versus autoempleados, así como entre formales e informales. Tanto el impacto de la pandemia y de las políticas que en ese contexto se implementaron como la dinámica de la “vuelta a la normalidad” muestran claras diferencias entre trabajadores y trabajadoras, donde ellas llevaron la peor parte.

En efecto, los impactos de la pandemia y políticas asociadas fueron bastante diferenciados entre hombres y mujeres (Jaramillo y Ñopo, 2022). Esto tiene que ver con la división de roles dentro del hogar, por la que las tareas domésticas recaen desproporcionadamente sobre las mujeres, así como con patrones de inserción laboral diferenciados. Así, al tercer trimestre del 2020, la participación en actividad económica fuera del hogar había caído más del doble entre las mujeres que entre los hombres. Mientras que entre ellos cayó 5,1 puntos porcentuales (pp.), entre ellas la caída fue de 11,4 puntos.

Es interesante notar que la caída entre las mujeres fue similar entre diferentes grupos por nivel educativo. Así, la baja en la actividad de las mujeres con educación universitaria fue similar a la de aquellas de menor nivel educativo. Esto indica que la educación superior no es suficiente para “liberar” a las mujeres de su rol culturalmente asignado. A pesar de esta caída desbalanceada en la tasa de actividad, siguiendo la tendencia histórica, la tasa de desempleo fue mayor entre las mujeres que entre los hombres.

Después de la fuerte caída, la recuperación pospandemia ha avanzado más aceleradamente para las mujeres. A fines del tercer trimestre del año pasado, las tasas de actividad aún estaban por debajo del nivel prepandemia, pero la de las mujeres, ligeramente más cerca del nivel anterior (-0,3 pp. versus -0,8 pp en el caso de los hombres). Es alentador advertir que en Lima Metropolitana las tasas de actividad ya están por encima del nivel prepandemia. Así, la tasa de las mujeres (3,8%) ha aumentado más que la de los hombres (2,3%); de forma análoga con el empleo, 2% versus 0,4%. No obstante, la brecha de participación a favor de los hombres sigue siendo considerable, por encima de 10 pp.

En cuanto a ingresos, antes de la pandemia la brecha entre hombres y mujeres había venido reduciéndose. El índice de paridad, que toma el valor 1 cuando hay perfecta igualdad, pasó de 0,62 en el 2010 a 0,72 en el 2019. Curiosamente, el masivo retiro de las mujeres de la fuerza laboral llevó a un temporal salto hacia la paridad, moviendo el índice a 0,77 en el 2020. Al 2022, sin embargo, había vuelto a los niveles prepandemia.

Estas brechas reflejan bien las diferencias en el tipo de inserción laboral, a su vez, asociadas a los diferentes roles en el hogar. Las mujeres tienen más trabajo independiente y menos asalariado, figuran menos entre los patrones de empresa y más entre los trabajadores familiares no remunerados. Más aún, las podemos observar con mayor frecuencia en las empresas más pequeñas –por ejemplo, las menos productivas–, trabajando a tiempo parcial, con contratos a plazo fijo o en la informalidad. Por ello, no sorprende que en promedio ganen menos que los hombres, incluso antes de considerar que son objeto de discriminación en muchos centros de trabajo.

Mirando hacia el futuro, algunos factores son alentadores: mayores tasas de matrícula en secundaria y en educación superior, por ejemplo. Aliviar su carga en el hogar, a través de una distribución más equitativa de tareas, y la provisión de servicios de cuidado contribuirían a una mayor actividad laboral y en mejores condiciones, a la vez que incrementarían el potencial productivo de nuestro país.

La semana pasada, se conmemoró el Día Internacional de la Mujer. Valgan estas líneas como mis dos centavos de sabiduría en favor de las mujeres trabajadoras y una mayor equidad entre hombres y mujeres en el mercado laboral.