Bajan sueldos, sube la demagogia, por Franco Giuffra
Bajan sueldos, sube la demagogia, por Franco Giuffra
Alonso Segura

A veces las personas tienen la costumbre de repetir ciertos argumentos y convertirlos en verdades absolutas, sin información y menos reflexión de por medio. No se cuestiona, por ejemplo, que recetas que son aplicables a una realidad no lo sean para otra. Esto lleva a mitificar ciertas medidas y estigmatizar otras, como el incremento de la proporción del gasto corriente en el presupuesto nacional. 

Hoy en día muchas opiniones favorecen la idea de continuar incrementando el gasto de capital (la inversión pública) en desmedro del gasto corriente. Los principales argumentos son que el primer tipo de gasto contribuye a incrementar la productividad de la economía, y que su efecto multiplicador es mayor que el del gasto corriente. 
Si bien ambos argumentos son correctos, no son suficientes para aumentar uno en desmedro del otro; por lo menos no si tomamos en cuenta las necesidades del Perú de hoy. 

Un país también necesita más y mejores profesores, personal médico o policías, y todo ello es gasto corriente. Pero también necesita desayunos escolares, pensiones para adultos mayores en situación de pobreza, programas de becas, compra de medicinas, fondos para innovación, y hasta partidas de operación y mantenimiento de la nueva infraestructura. 

Todas las reformas que demanda la población en educación, salud, o seguridad ciudadana requieren más gasto en infraestructura, pero sobre todo más gasto corriente. 

—El problema de fondo—
Otro argumento que se usa con frecuencia es la excesiva proporción de gasto corriente frente al de capital. Esto no es cierto. Los países de la OCDE dedican menos del 7% de su gasto total a gasto de capital, y el 93% restante a gasto corriente. 

En el Perú, la proporción es 25/75. Medido como porcentaje del PBI, el Perú gasta en infraestructura más del 5%, cifra que constituye la recomendación internacional y claramente por encima del promedio OCDE, para aquellos que argumenten que sus miembros están más avanzados en el despliegue de infraestructura. En América Latina, el promedio es de solo 3%. 

Donde estamos muy por debajo del resto de la región, de la Alianza del Pacífico y de quien sea con quien nos comparemos –pese a la recuperación reciente– es en gasto corriente. ¿Cuántos de los que estigmatizan su aumento conocen esta realidad? Al parecer, pocos. 

Es válido hablar de la importancia de cerrar la brecha de infraestructura. ¿Pero acaso es menos urgente cerrar la brecha de capital humano? ¿Y qué hay de las brechas de innovación o de bienes y servicios públicos? Esas ni se miden ni se mencionan. 

Para muchos también resulta conveniente olvidar la complementariedad que existe entre gasto de capital y gasto corriente. ¿De qué sirven más comisarías sin más policías o más centros de salud sin medicinas y personal médico? De nada. 

Por último, nadie menciona el efecto arrastre de las asociaciones público-privadas (APP) sobre gasto corriente, a través de la operación y mantenimiento de la infraestructura, que compromete presupuestos por 35 años. 

El verdadero problema de fondo es que recaudamos muy poco. Demasiado poco para sostener el Estado que necesita el Perú como un país de ingreso medio pero aún con profundas disparidades. 

Es malo tener un Estado ineficiente, pero es igual de malo tener uno ausente. Elevar la recaudación tributaria debe ser una meta prioritaria. La gran pregunta es si las medidas tributarias en agenda podrán lograr ese objetivo. La evidencia internacional lamentablemente sugiere lo contrario.