(Ilustración: Giovanni Tazza)
(Ilustración: Giovanni Tazza)

Julio vio más de lo mismo en el plano macroeconómico mundial con un comercio exterior convulsionado por las amenazas y contra amenazas que se disparan a diario desde EE.UU. hacia Europa, China, México y Canadá. Estas han demostrado ser muy efectivas para generar titulares de prensa pero no tanto para frenar el crecimiento económico de los países involucrados. El PBI de EE.UU., por ejemplo, creció al 4,1% anual en el segundo trimestre del año, el mejor crecimiento en los últimos cuatro años.

El gasto de los consumidores, las inversiones de las compañías y un mayor gasto del Gobierno apuntalaron el crecimiento en un trimestre en el que las exportaciones también contribuyeron de manera importante a que la economía marche a todo vapor.

Algunos críticos del gobierno de Trump señalan que hay que tomar el crecimiento de 4,1% con pinzas, ya que el aumento de las exportaciones se debe a que muchos negocios decidieron acelerar sus ventas al exterior en anticipación a la posible implementación de aranceles.

Cierto o no, la economía en EE.UU. (y también en Europa y Japón, aunque en menor escala) sigue avanzando y ello continúa reflejándose en los resultados corporativos que, trimestre a trimestre, sorprenden positivamente.

Cuando era más chico y el box era un deporte más importante de lo que es ahora, Mike Tyson era la gran estrella. Cuando él peleaba, los organizadores del evento programaban cuatro o cinco peleas previas que servían de aperitivo para la última pelea de la noche, la de Tyson.

Esa era la que todos queríamos ver y la única cuyo desenlace importaba. En el contexto del comercio exterior actual también existen varias “peleas” o frentes: TLCAN, EE.UU. vs. Europa, Europa vs. China, Reino Unido vs. Europa.

Evidentemente los agentes de mercado quisiéramos que todos estos frentes se resuelvan favorablemente y que el libre mercado salga airoso. Pero el frente más importante, aquel que nos tiene al borde de nuestros escritorios porque su desenlace, para bien o para mal, tiene el potencial de afectar con mayor contundencia a los mercados, es el de EE.UU. vs. China. Duelo de titanes.

La diferencia entre esta lucha y las de Tyson (en las que casi siempre él ganaba) es que, así como van las cosas, no hay un ganador claro y más bien habrá dos perdedores.

El presidente de los EE.UU. aprovecha cada oportunidad que tiene para decir que él es un hombre pro mercado, que en su mundo ideal no existirían los aranceles y que solo los usa como estrategia de negociación. Yo tengo mis dudas.

Uno no puede autoproclamarse pro mercado si defiende a capa y espada la política de Buy American (Compra Americano) sin importarle el costo final que pueda tener para las compañías y para los consumidores. Uno no puede autoproclamarse pro mercado si invoca el concepto de “seguridad nacional” para defender medidas puramente proteccionistas contra sus aliados históricos (como hizo el presidente para justificar la luego suspendida propuesta de gravar las importaciones de autos europeos). Finalmente, uno no puede autoproclamarse pro mercado si trata de corregir las distorsiones generadas por políticas proteccionistas otorgando subsidios caprichosos.

Con un adversario tan inestable al otro lado de la mesa, los chinos hacen lo que pueden para evitar que la guerra comercial se convierta en el freno de mano que finalmente detenga el asombroso avance de su economía.