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Inés Temple

Todos nos equivocamos y en algún momento tomamos decisiones erradas. Aquí comparto nueve ideas de cómo algunas de ellas pueden ser corregidas o enmendadas.

1. Estudiar lo que no te gusta o no querías.
Es una pérdida de tiempo y de energía, pero no es irremediable. Probando con paciencia varias cosas vía el trabajo o distintas actividades uno puede llegar a encontrar su , su pasión o, por lo menos, algo que le guste más. 





2. No seguir estudiando por tener negocio propio.
Ser o empresario no nos exime de mantener un buen nivel de empleabilidad. La vida da muchas vueltas y hasta a Steve Jobs lo sacaron de su empresa. Además, el negocio se beneficia mucho si el dueño se mantiene vigente y actualizado –sobre todo en tecnología– y así lo aprecian potenciales inversionistas y clientes.

3. Dejar de desarrollar habilidades blandas.
Estas son cada vez más valiosas frente a la competencia por las posiciones que se nos vienen de la y la robótica. Tener un coach ejecutivo o un plan de desarrollo personal ayuda mucho para ser más flexible y adaptable, más creativo e innovador. Y mejor líder.

4. No participar de gremios o asociaciones.
Quedarte encerrado entre la oficina y la casa. No ir a congresos y seminarios es un error que limita la amplitud de tus paradigmas. Conviene organizarse para asistir o ser parte de la toma de decisiones de nuestro sector o especialidad. 

5. No mantener vigentes las relaciones de confianza por desgano o indiferencia.
Los amigos o conocidos son quienes refieren –para bien o para mal– la calidad de nuestros servicios profesionales. Actualizarlos de nuestros avances y renovar el vínculo con ellos es clave para tener demanda en el mercado de trabajo.

6. Desaparecer.
No dejarse ver en ningún lado ni asistir a eventos o invitaciones es un error estratégico que puede terminar siendo muy costoso. La gente se olvida rápido de nosotros y quedar aislado nos inhibe de traer a valor presente las relaciones. También perdemos la oportunidad de conocer personas valiosas e interesantes y expandir nuestros horizontes.

7. No registrar nuestros logros ni resultados.
El valor que agregamos –bien cuantificado y registrado– es fundamental para demostrar que cumplimos con el encargo que recibimos. Y evita tener que hacer arqueología entre nuestros papeles para hacer un CV o sustentar una promoción.

8. Trabajar sin rumbo ni destino.
La vida de trabajo sin sueños ni metas es el camino seguro para la infelicidad profesional. Pensar con seriedad: ¿Qué me gusta? ¿Qué me apasiona? ¿En qué soy bueno? ¿Qué quiero hacer? ¿Hasta dónde quiero llegar? Es el primer paso para diseñar el mapa de ruta que nos lleva al objetivo deseado.

9. Confiarse y sentirse demasiado seguro.
Ninguna organización puede garantizar su propia continuidad y menos la nuestra. Todos los trabajos tienen un comienzo y un final. Nos toca estar siempre listos para saltar al mercado laboral en cualquier momento y siempre caer de pie.