¿Terminó la tormenta perfecta de los mercados financieros?
¿Terminó la tormenta perfecta de los mercados financieros?
Redacción EC

Mohamed A. El-Erian
Asesor económico principal de Allianz

A principios de este año, los financieros de todo el mundo tuvieron que navegar una tormenta perfecta: una alteración violenta impulsada por una suma inusual de perturbaciones menores.

Un aumento de la volatilidad financiera inquietó a los inversores; las acciones entraron en un sube y baja, del que salieron en un nivel considerablemente menor; los intereses de los bonos públicos se derrumbaron, y los inversores se vieron en la insólita posición de, por una porción cada vez mayor de la deuda pública (casi un tercio del total), tener que pagar por el privilegio de tenerla en cartera.

Cuanto más duren estas perturbaciones, mayor será la amenaza para una economía global que ya se enfrenta a debilidades estructurales, desigualdades en la distribución de ingresos y riqueza, bolsones de endeudamiento excesivo, escasez de demanda agregada e insuficiente coordinación de políticas. Y si bien ha vuelto cierta calma a los mercados financieros, las tres causas de volatilidad persisten sin ninguna reducción significativa.

En primer lugar, un aumento de señales de debilidad económica en China y una serie de errores políticos atípicos en aquel país siguen causando inquietud respecto de la salud general de la economía mundial. Puesto que China es la segunda economía del mundo, no pasó mucho tiempo antes de que los funcionarios europeos redujeran sus propios pronósticos de crecimiento y el Fondo Monetario Internacional revisara a la baja sus expectativas de crecimiento global.

En segundo lugar, todavía hay dudas legítimas sobre la eficacia de los bancos centrales, el único grupo de instituciones fijadoras de políticas que ha estado activamente dedicado a apoyar un crecimiento económico sostenible.

En Estados Unidos, las dudas apuntan a la voluntad de la Reserva Federal para mantener una línea “no convencional”; en otros países, se relacionan con la capacidad de los bancos centrales para formular, comunicar e implementar decisiones políticas. 

Por ejemplo, en vez de ver en la actitud decidida de las autoridades monetarias un signo alentador de su eficacia, los mercados se inquietaron ante la decisión del Banco de Japón de imitar al Banco Central Europeo y llevar las tasas de referencia a territorio negativo.

En tercer lugar, el sistema se quedó sin algunos resguardos importantes que todavía hay que recuperar. Hay menos reservas de “capital paciente” dispuesto a comprar cuando los inversores más miedosos se apresuran a huir. En el mercado del petróleo, el otrora poderoso cartel de la OPEP renegó de su función estabilizadora, es decir, de recortar la producción para poner fin a un derrumbe de precios caótico.

Cada uno de estos tres factores por sí solo hubiera sido un llamado de atención para los agentes de bolsa e inversores de todo el mundo. Su aparición en simultáneo intranquilizó a los mercados.

La volatilidad intradiaria aumentó en casi todos los segmentos de los mercados financieros globales; un contagio de precios adverso se extendió, conforme las entidades más vulnerables contaminaban a las más fuertes; y las correlaciones de los mercados de activos se volvieron más inestables.

Todo esto se produjo mientras la economía de Estados Unidos sigue siendo un potente motor de creación de empleo. Pero los mercados no estaban evaluando la marcha reciente de la economía estadounidense, sino que se vieron obligados a juzgar la sostenibilidad de precios de activos financieros que, impulsados por la liquidez, quedaron claramente desconectados de los fundamentos económicos subyacentes.
Superada la volatilidad, volvió cierta estabilidad a los mercados.

Pero persiste el desafío, fundamental y a más largo plazo, de permitir que los mercados vuelvan a poner los precios de los activos a tono con los fundamentos económicos, con cierto orden y, lo más importante, sin causar un daño económico que a continuación volvería transformado en más inquietud financiera.

De hecho, cuanto más frecuentes sean los episodios de volatilidad financiera en los meses que vendrán, mayor el riesgo de que los consumidores restrinjan el gasto, lo que motivaría a las empresas a seguir posponiendo inversiones en nuevas plantas y equipos. Y de continuar y extenderse esta situación, podría ocurrir que incluso Estados Unidos (una economía relativamente sana) tenga que revisar a la baja sus proyecciones de crecimiento económico y ganancias de las empresas.

Estabilizar en forma duradera los mercados actuales es importante, especialmente tratándose de un sistema que ya asumió demasiado riesgo financiero. Esto demanda un cambio en la tarea de fijar políticas para tal fin, cuyo primer paso es una conducta más responsable de los políticos a ambos lados del Atlántico.

Dicho cambio debe iniciar la muy necesaria transición de la situación actual, en que se espera demasiado de los bancos centrales, a otra en que se aplique una estrategia más integral para resolver los tres tipos de obstáculos a los que se enfrenta la economía (estructurales, de demanda y de endeudamiento), en un contexto de mejora de la coordinación internacional de políticas.

Si el cambio se produce, su impacto favorable en términos de crear crecimiento inclusivo y auténtica estabilidad global se vería reforzado por el despliegue productivo del efectivo que espera ocioso en los balances de las empresas, y por asombrosas innovaciones tecnológicas que aunque empezaron siendo específicas de ciertas empresas o sectores, hoy repercuten en toda la economía.

Si fracasa, no solo regresará la volatilidad financiera de principios de año, sino que puede terminar siendo preanuncio de un riesgo importante de recesión, más desigualdad e inestabilidad financiera prolongada.