"El mundo vive tiempos violentos en lo económico, político y social", indica Lavado. (Photo by Pablo VERA / AFP)
"El mundo vive tiempos violentos en lo económico, político y social", indica Lavado. (Photo by Pablo VERA / AFP)
/ PABLO VERA
Pablo Lavado

El mundo vive tiempos violentos en lo económico, político y social. Los escándalos de corrupción, el enfriamiento de la economía mundial, inseguridad y criminalidad, y el entrampamiento político son males que carcomen el desarrollo de una clase media emergente que ha visto cómo ha mejorado su calidad de vida.

Sin embargo, también ha visto cómo el enriquecimiento y poder de muchos nada tienen que ver con el mérito y el trabajo duro.

Se habla de culpar al modelo económico como el origen de todos estos males: el rico que quiere hacerse más rico y el político que se quiere hacer más poderoso a toda costa y sin interés de los que están a su alrededor.

Esto es lo que perciben muchas personas y que los empuja a hacer huelgas, manifestaciones (muchas veces violentas) y ataques en las redes sociales. Sienten injusticia y desigualdad. No obstante, esta conducta individualista no se origina del modelo económico y tampoco es exclusiva de ciertos grupos.

Es incorrecto atribuir esta situación al modelo económico y al libre mercado. La “mano invisible” de Adam Smith es un simple tabique que usan las personas para sostener sus acciones individualistas y egoístas.

De hecho, el término aparece pocas veces en “La riqueza de las naciones” (1776). Por el contrario, y más estructural, Smith puso más énfasis en la moral, en la reciprocidad, en la empatía y en la preocupación por el bienestar de los demás (“Teoría de los sentimientos morales”, 1759).

Para Smith, el libre mercado se entiende como la ética de respeto recíproco y esa definición se deriva de la sublime idea de lo supremo, cuya bondad y sabiduría ha conducido al mundo a buscar y desarrollar la mayor cantidad de felicidad (tercer capítulo, segunda sección). Los seguidores de la “mano invisible” y los críticos del libre mercado parecen omitir este aspecto.

No obstante, existe una tensión en la práctica. La persona busca su propia felicidad muchas veces con indiferencia y hasta vulnerando, sin remordimiento y a propósito, la felicidad de otros.

Y esto no es exclusivo de ciertos grupos. La verdad es que nos comportamos así. Ningún modelo económico será totalmente satisfactorio si no cambiamos el modelo de comportamiento humano basado en el individualismo.

La semana pasada, mi hija de 9 años me preguntó por qué hay gente pobre y qué se puede hacer para que no sufra.

Ante la primera pregunta no tuve una respuesta clara. La segunda pregunta me hizo reflexionar y responder: “Paula, lo que creo que debemos hacer es trabajar duro para servir y ayudar a las demás personas. Muchas veces nos equivocaremos y fallaremos, lo importante es que esa siempre sea tu motivación y te esfuerces por hacerlo”.

Empecemos por casa, trabajemos juntos de manera solidaria, con buena fe, entendiendo la realidad de los demás y, en cuanto dependa de nosotros, en paz. La economía no es ajena a la persona.