Juan Francisco  Castro

Los colegios regresaron a la modalidad de educación presencial en marzo. ¿Pero estamos listos? Cuando uno hace esta pregunta lo primero en lo que se piensa son los protocolos sanitarios. Buena parte (si es que no toda) la discusión sobre ‘estar listos’ para las clases se ha centrado en cómo mitigar los riesgos de contagio: mascarillas, lavado de manos, distanciamiento entre estudiantes, aforos limitados. Pero esto no es suficiente.

Los colegios no solo deben ser un lugar seguro para los estudiantes en términos de su salud. Los colegios son un lugar donde debe haber aprendizaje. Y, para que haya aprendizaje, la complejidad de los contenidos y conceptos debe estar alineada con las competencias de los estudiantes. Si les ofrecemos contenidos muy complejos, no podrán aprenderlos. Si les ofrecemos contenidos muy simples, tampoco habrá aprendizaje (seguro podrán entender estos contenidos, pero no aprenderán nada nuevo). La noción de que la complejidad de la experiencia debe estar alineada con la habilidad del estudiante para que haya aprendizaje está presente en varias teorías como, por ejemplo, la teoría de la carga cognitiva. Esta noción está, además, respaldada con evidencia empírica.

¿Qué tiene esto que ver con el retorno a clases presenciales? En los últimos dos años, el servicio educativo ha estado prácticamente suspendido para muchos niños y se ha dado de manera parcial para la mayoría. Por tanto, durante ese período estos niños no han desarrollado las competencias esperadas. Si un estudiante pasa a tercer grado, lo más probable es que aún no tenga todos los conocimientos y competencias de segundo grado. Por lo dicho arriba, si en marzo comienzan las clases con los contenidos de tercero lo más probable es que su aprendizaje sea muy limitado.

¿Qué hacer? Por lo antes explicado, será necesario ajustar los contenidos y conceptos a ser desarrollados en clase a un nivel de competencia menor al correspondiente al grado que inicia el estudiante. Los docentes juegan un rol fundamental en este proceso y deberán estar en la capacidad de evaluar el nivel de conocimientos y competencias de sus estudiantes, y de ajustar los contenidos a enseñar y el avance curricular según el resultado de la evaluación. Para esto se requiere tiempo, flexibilidad y herramientas pedagógicas. Estos tres insumos no son ajenos a la práctica docente, pero ahora se necesitan de manera muy especial.

Los docentes necesitan autonomía para ajustar contenidos y herramientas para conocer la situación de los estudiantes y adaptar las experiencias de aprendizaje. Una manera de apoyar a los docentes y atender los requerimientos particulares de cada contexto es a través del coaching. Al respecto, existe una experiencia positiva para docentes en el ámbito rural: el Programa de Acompañamiento Pedagógico Multigrado. Docentes experimentados y capacitados visitaban las escuelas de manera itinerante y apoyaban a los docentes para la mejora de sus prácticas pedagógicas. Un programa similar, pero enfocado en conocer la situación académica de los estudiantes y adaptar los contenidos es una alternativa que vale la pena poner en marcha.

* Juan Francisco Castro es decano de la Facultad de Economía y Finanzas de la Universidad del Pacífico

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