"Vice", la película sobre la vida de Dick Cheney, ex vicepresidente de EE.UU., es la segunda película que requirió de un mayor presupuesto para su producción (US$60 millones). (Foto: Difusión)
"Vice", la película sobre la vida de Dick Cheney, ex vicepresidente de EE.UU., es la segunda película que requirió de un mayor presupuesto para su producción (US$60 millones). (Foto: Difusión)

Basada en hechos reales. Así comienza “” la controvertida y reciente película sobre el gran poder que ejercía tras bambalinas , vicepresidente de los durante el gobierno de . Contando con la plena confianza del presidente Bush, Cheney desafió los anteriores formalismos de su puesto y se convirtió en uno de los protagonistas de la administración de emergencia que se creó luego de los atentados terroristas del 11 de setiembre del 2001. Además, Cheney fue uno de los principales defensores de la cuestionada invasión a Iraq en el 2003.

Siendo ya un personaje polémico debido al gran poder político que ejercía, Cheney y otros miembros del gobierno fueron acusados por Human Rights Watch, una ONG en defensa de los derechos humanos, de realizar detenciones e interrogatorios ilegales. Frente a esto, la administración de Bush impuso como respuesta que la declaración de guerra contra el terrorismo era esencial para la seguridad de su país; en otras palabras: en épocas de guerra, ante cualquier sospecha, se presume la culpabilidad de la persona antes que su inocencia.




Cualquier parecido con nuestra realidad no es quizás mera coincidencia. En estas situaciones de grave crisis se pone a prueba el funcionamiento integral del sistema de un país, incluyendo su institucionalidad, el ejercicio de los poderes del Estado, así como el respeto a los derechos humanos.

En el Perú no estamos ante una guerra internacional contra el terrorismo, pero sí ante una compleja lucha contra la corrupción. En medio de los escándalos ocurridos en los últimos meses, la presunción de inocencia se ha convertido en la excepción a la regla. Sin darnos cuenta se nos está escapando de las manos ese derecho fundamental reconocido en el primer capítulo de nuestra Constitución Política, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otros tratados internacionales. Recordemos: toda persona tiene el derecho a no ser culpada, primero, sin causa razonable y, segundo, sin contar con un debido proceso que declare su responsabilidad.

La situación es grave. Como sociedad nos hemos convertido en meros espectadores y comentaristas diarios de los sucesos que ocurren a otros, como si estuviéramos viendo una película que nada tiene que ver con nuestra realidad. En eso estamos absolutamente equivocados. Ese derecho fundamental a que se nos considere inocentes sino se ha probado lo contrario corresponde a cada uno de los peruanos. Si en algún momento nos toca ejercerlo, no existe duda de que lucharíamos por que se cumpla y se respete.

No permitamos que nuestras diferencias políticas, desagrado por ciertos personajes públicos, el cansancio de las noticias diarias sobre la corrupción y la falta de claridad sobre nuestro futuro como país nublen nuestra consciencia como sociedad y nos hagan caer en un espacio en el que se violenten nuestros derechos fundamentales. Dejemos el rol de inocentes espectadores.