"La informalidad se arrastra desde años en los que, a pesar del crecimiento, no se ha hecho lo necesario para generar suficiente empleo de calidad". (Foto: Gonzalo Córdova | GEC)
"La informalidad se arrastra desde años en los que, a pesar del crecimiento, no se ha hecho lo necesario para generar suficiente empleo de calidad". (Foto: Gonzalo Córdova | GEC)
Paola del Carpio Ponce

La informalidad laboral alcanza a casi 8 de cada 10 trabajadores y el subempleo es 30% mayor que en el 2019. Actualmente, no vemos señales que apunten a mitigar este problema. Y es que con polémicas cada dos días es difícil enfocarse. El terreno para los despropósitos es fértil y debemos evitarlos si queremos un mejor 2022.

La informalidad no es un problema nuevo. Esta se arrastra desde años en los que, a pesar del crecimiento, no se ha hecho lo necesario para generar suficiente empleo de calidad. En el 2019, la informalidad laboral ya superaba el 70%. Es importante prestar atención a algunos factores detrás de este problema.

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I. Muchas empresas pequeñas y poco productivas

Más del 99% de nuestras empresas son micro, pequeñas o medianas (mipyme). Estas presentan una productividad considerablemente menor a las empresas grandes –una microempresa alcanza en promedio poco más del 5% de la productividad laboral de una gran empresa–, pero son importantes generadoras de empleo, predominantemente precario. Además, el 82% de la población ocupada en el sector informal labora en empresas de cinco o menos trabajadores.

Ante estas diferencias, la prioridad debería estar en reducir incentivos para el enanismo empresarial y fomentar iniciativas para impulsar a las pymes a dar un salto productivo, cumplir estándares de calidad e insertarse a cadenas de valor dinámicas que generen un círculo virtuoso de productividad. Pero la productividad no es la prioridad del discurso político. Por ejemplo, se evalúa actualmente modificar la franja de precios para algunos productos para proteger a agricultores, lo cual encarecerá productos para el consumidor y no ofrece soluciones a la baja productividad de las pequeñas y medianas empresas de este sector.

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II. La productividad de nuestros trabajadores

Nuestra productividad laboral es bastante baja en comparación a otros países. Un trabajador chileno produce alrededor de 2,5 veces más que un trabajador peruano. De hecho, la evaluación internacional de competencias de adultos realizada por la OCDE muestra que el 70% de los adultos peruanos tendría problemas para comprender y utilizar información escrita, y el 74% enfrenta problemas de capacidad de cálculo. El 44% reprobó la prueba básica de resolución de problemas en contextos informáticos.

A pesar de esta realidad, no hemos visto sentido de urgencia para impulsar la educación en todos sus niveles. Aun cuando las estimaciones indican que la pobreza de aprendizajes se incrementará considerablemente ante el cierre de escuelas, no ha habido celeridad para el retorno a clases. Por otro lado, la reforma universitaria está nuevamente bajo ataque y sin mayor defensa desde el Ejecutivo. Además, presenciamos una inexplicable demora para nombrar a un nuevo ministro de Educación.

III. Rigidez y “protección”

La normativa laboral en el Perú es amplia, engorrosa y rígida. Esto eleva los costos de contratar formalmente. Se ha puesto en agenda la discusión para elevar la remuneración mínima vital (RMV). Sin embargo, la evidencia para el Perú no indica que esta medida ayude a los más vulnerables, pues no tiene efectos directos para la gran mayoría de trabajadores informales, y tiende a incrementar el incumplimiento de la normativa. Es importante, además, tomar en cuenta las diferencias en productividad entre regiones y apuntar a contar con una metodología técnica y predecible para cambios en la RMV.

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IV. Institucionalidad

Otro problema relativamente abandonado es la institucionalidad. Uno de los grandes problemas de gestión, especialmente en las regiones, es la elevada rotación de funcionarios, que impide generar políticas consistentes en el tiempo. Esto está replicándose al más alto nivel en los ministerios, donde cada vez tenemos un menor tiempo promedio de duración de ministros en sus cargos, junto con nombramientos cuestionables y poco meritocráticos. Sin los funcionarios adecuados, poco podemos esperar del planteamiento de propósitos y menos aun de su implementación.

Es claro que los años de crecimiento han sido insuficientes a fin de resolver problemas estructurales ante la desidia para fortalecer nuestra productividad e instituciones. Pero para repartir una torta es importante tenerla y las condiciones internacionales están dadas para crecer y hacer las cosas mejor. De poco sirve evaluar el 2021 deteniéndonos solo en el crecimiento. En este 2022 necesitamos menos escándalos y más políticas basadas en evidencia. Menos enfoque de corto plazo y más en nuestro potencial para crecer. Menos retórica divisoria y más cooperación para llegar juntos a la meta.

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