"Evitar un escenario estanflacionario requiere un cambio de dirección inmediato", señala Marthans.
"Evitar un escenario estanflacionario requiere un cambio de dirección inmediato", señala Marthans.
Juan José  Marthans

El evidente desorden gubernamental se está alineando con un entorno internacional cada vez más complicado. La creciente que ya castiga muy fuertemente a los sectores más vulnerables de nuestra población, aunada a la desaceleración del producto bruto interno (PBI), podría introducirnos a un escenario estanflacionario. Regresar a ese tipo de desarreglos sería calamitoso para el Perú. Revisemos algunas señales que nos deben llevar a una sana reflexión.

Primero, es cierto que a escala internacional los vientos empiezan a soplar en contra. Todo indica que la inflación y la desaceleración del crecimiento del PBI se podrían acentuar alrededor de gran parte del globo. La inflación tiende a acelerarse en todo el mundo, muy por encima de la media de los últimos años; por ejemplo, en Estados Unidos ya bordea el 8% y en toda Europa asoma al 6%. Paralelamente, las proyecciones de crecimiento para el 2022 vienen ajustándose a la baja. El mundo ya no crecerá 4,3%, sino 3,8%, Estados Unidos pasa de 4% a 3,4%, y la Eurozona de 4,3% a 3,7%.

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Segundo, en el contexto señalado, es claro que hoy tienden a decrecer los grados de libertad de los bancos centrales en el mundo para enfrentar un escenario estanflacionario (mayor inflación con pérdida de actividad productiva). Aplicar una política de ajuste hacia la normalización de tasas de interés y sus hojas de balance no será sencillo. Un alza de tasas de interés extremas acentuaría presiones recesivas; un ajuste timorato de tasas perpetuaría la inflación.

Tercero, en el escenario estrictamente peruano, hoy nos concentramos únicamente en observar cómo la inflación ya supera el 6% anual y en cómo hemos incumplido el rango meta inflación (entre 1% y 3%). Ello preocupa, pero es mucho más preocupante observar que de no encontrarse la armonización de instrumentos de política monetaria y fiscal apropiados, los problemas podrían acentuarse. La coordinación de ambas políticas resultará fundamental. No bastará con subir la tasa de referencia del Banco Central de Reserva (BCR), de un lado, o aplicar subvenciones fiscales inadecuadamente focalizadas, de otro lado.

Cuarto, es conocido que nuestros segmentos socioeconómicos más vulnerable orientan una mayor proporción de sus gastos a alimentos. Se estima que estos podrían comprometer más de dos terceras partes del total de sus gastos vinculados a alimentos. Pues bien, sintomáticamente, desde mediados del 2021, el alza de los precios de alimentos supera al promedio del índice de precios del consumidor en más de la mitad. Esto que antes ocurría solo esporádicamente como secuela de un desastre natural, hoy podría tener un cariz distinto. Si nuestra inflación anualizada es 6% al año, la inflación de los pobres, que está alineada con los alimentos, ya está superando el 10%. Esto es lo más notorio y preocupante de nuestra inflación hoy; esto es lo que perdemos de vista.

Quinto, en el Perú el problema de la desaceleración de la actividad productiva tiene su origen en una tremenda merma en nuestra dinámica de la inversión. Por el lado público, la ineficacia, la corrupción y la coyuntura eleccionaria a nivel de gobiernos locales y regionales constituyen una traba que explicará su pobre crecimiento del 3% promedio anual hacia el 2023. Por el lado privado, el desgobierno actual aunado a un clima político hostil contra el frente empresarial nos llevará a un insignificante crecimiento de 1% para el bienio, de acuerdo a proyecciones de nuestro BCR. Con eso no vamos muy lejos.

Sexto, con esta pobre expansión de la inversión privada hacia el 2023, lo que estamos haciendo realmente es hipotecar seriamente nuestras posibilidades de crecimiento para el trienio 2024-2026. Eso es lo realmente grave. El natural rezago del impacto del escaso crecimiento de la inversión sobre el PBI se verá más allá del próximo año llevándonos a un mediocre crecimiento promedio anual de no más de 2,5% hacia el 2026. Penoso porque aún manteniéndose los precios internacionales de los metales en los niveles de hoy, no podríamos crecer más por el daño que se le viene propinando al sector empresarial.

Séptimo, nos espera un escenario delicado. De un lado, una inflación que difícilmente amainará debido a su complejo origen que se explica por el actual desajuste internacional en lo financiero, energético, sanitario, geopolítico y de abastecimiento. De otro lado, una desaceleración del crecimiento del PBI que sí tiene un componente más interno que externo, donde es penosa la participación del frente político y gubernamental. No hay duda de que la magnitud de la desconfianza del empresariado y su impacto en la grave desaceleración de la inversión está directamente ligada al desgobierno actual.

Octavo, evitar un escenario estanflacionario requiere un cambio de dirección inmediato. Requiere incentivar la inversión privada, ejecutar acciones conducentes a la reducción de nuestro déficit de infraestructura física y humana, requiere un gobierno honesto y bien encaminado, requiere una hoja de ruta bien planteada, objetivos consensuados y un frente político maduro, requiere una reforma meritocrática e integral de nuestro Estado. ¿Seremos capaces de cambiar de dirección? Si no es así, lo único que nos quedará por decir es: “Hola, estanflación”.

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