Las cabinas telefónicas, los vecinos extintos del barrio
Las cabinas telefónicas, los vecinos extintos del barrio

Para los que no teníamos el privilegio de tener un teléfono en casa durante los 80, los representan un recuerdo especial. Sabíamos exactamente dónde quedaba cada cabina telefónica del barrio. Era necesario mapearlos porque nunca se sabía en qué momento se los iba a necesitar. Si bien eran parte del paisaje del vecindario lo usual era que siempre estuvieran malogrados. Sea del color que fuera (eran usualmente azules y naranjas) hablar por ellos representaba a veces una odisea por varias razones: primero, porque necesariamente había que ir hasta la bodega – que no se encontraba cerca de las cabinas– para comprar las fichas Rin; segundo, porque debía ponerme en una fila increíble de espera; y tercero, porque tenía que hablar estrictamente los tres minutos que duraba una ficha para no recibir reclamos (y a veces insultos) de la cola.

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Pero la historia de los teléfonos en la calle viene de mucho más atrás. Estos existen desde 1888 y hasta el 2000 siempre fueron un servicio escaso. En 1969, en una ciudad como Lima que tenía 2,5 millones de habitantes, solo habían 1.000 teléfonos públicos, la mayoría en distritos residenciales. En realidad, el desarrollo en los siguientes años no fue muy alto. En 1980 el número de teléfonos públicos apenas se incrementó en algunas decenas y cuando en 1983 se creó el recordado sistema de teléfonos Rin, los aparatos públicos en Lima no pasaban de 1.300.
 
El sistema Rin, utilizaba fichas especiales. Hay dos versiones que siempre circularon respecto a la razón de las fichas Rin: la primera, evitar los robos de las alcancías que tenían los teléfonos; la segunda, está relacionada a la de esos años. Así, en los tres primeros años de los 80 se dieron sucesivas alzas de precios en los servicios que hacían muy difícil a los técnicos de la Compañía Peruana de Teléfonos ( CPT), operadora estatal de esa época, acondicionar al unísono el tamaño de las ranuras de los 1.300 aparatos que poblaban la ciudad para aceptar monedas de mayor valor. Con el Rin, una vez que subía el valor de las llamadas simplemente se incrementaba el precio de la ficha – como cualquier producto– y no había ningún problema.
 
El Rin se convirtió en una moneda de intercambio y la cabina telefónica en el símbolo de esa década. Durante ese tiempo su color distintivo era el naranja y estaban fabricadas de fibra de vidrio. Sin embargo, estos aparatos que otorgaban un gran servicio a la comunidad también eran producto de la falta de urbanidad y del vandalismo de la ciudad. Muchas personas rayaban sus superficies para apuntar números de teléfonos o escribir frases sin sentido. Igualmente, era común que sus auriculares fueran robados y aparecieran como parte de los altavoces de ropavejeros o tricicleros vendedores de frutas.
 
Por ejemplo, en 1990 de los 3.500 teléfonos públicos que tenía Lima, 2.730 estaban inutilizados producto del vandalismo, según lo reportó la propia Compañía Peruana de Teléfonos (CPT) operadora estatal de esa época. Asimismo, repararlas le demandaba más de US$1 millón al año. De esta manera, los teléfonos inservibles solo servían de señuelos y de puntos de referencia para citas de enamorados o para pedirle al chofer del bus detenerse en algún sitio.
 
Otra causa del declive del servicio fue que las fichas Rin – recordadas por su color plomo y por tener dos canales por un cara y uno por el otro– se volvieron casi una moneda. Los bodegueros daban vuelto con fichas si no tenían sencillo y mucha gente las aceptaba porque era casi indispensable tener una de ellas en el monedero. Esto creó mafias de falsificación de fichas que fueron de tal magnitud que en 1993 la CPT dijo que sus ventas habían bajado 70% por efecto de la circulación de unidades Rin falsificadas, debido a que estas fichas eran ofrecidas por debajo del precio real.
 
OTRA REALIDAD
Los teléfonos públicos representan la fotografía de lo mal que se encontraban los servicios en los 80 y principios de los 90. En 1993, poco antes de que se privatizaran los servicios de telefonía (en el siguiente año), el número de teléfonos por cada 1.000 habitantes era de 0,4, lo cual representaba un número extremadamente bajo en relación a los países de la región. Asimismo, los esfuerzos de CPT por hacer llegar el servicio a más lugares tampoco era significativo.

Hoy se estima que existen 6,9 teléfonos públicos por 1.000 personas en el país. A muchos no nos puede gustar las compañías operadoras que actualmente se encuentran en el mercado, sin embargo, para aquellos que vivimos los suplicios de usar los teléfonos públicos es notorio que algo ha cambiado. ¿Podría ser mejor? Es probable que sí. 

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