Augusto Townsend Klinge
Como se ha vuelto costumbre, Perumin se inauguró con la infaltable alusión de Juan Manuel Guillén, presidente regional de Arequipa, a la naturaleza “sísmica” y “volcánica” de quienes habitan esta hermosa tierra.
Sin embargo, a diferencia de otras ocasiones, no se vieron marchas o protestas en las afueras de la convención minera. Más bien, uno escuchaba comentarios en las radios locales sobre el radical cambio de opinión de algunos alcaldes respecto de la conveniencia de esta actividad, ahora que han sentido la pegada del menor canon.
Ya era hora de que se superara ese absurdo de quienes exigen más canon, pero con menos minería. De hecho, si algo destacó en la inauguración fue la inusualmente significativa delegación ministerial que llegó a la Ciudad Blanca: Jiménez, Castilla, Merino, Paredes, Cornejo, Silva y hasta dicen que a Cateriano se lo vio por aquí.
¿Podría ser esto un indicio de que el gobierno finalmente ha comprendido el valor de la minería moderna y formal para el crecimiento económico y, de paso, para la viabilidad de sus propias políticas de inclusión?
Ojalá Perumin cierre esta vez con un compromiso indubitable con aquella inversión que se da en el marco de la legalidad, que genera un eslabonamiento productivo impensable en otros rubros, y de la que ciertamente no podemos prescindir.