"Y es que el gran problema en realidad ha estado en la ausencia de políticas que eleven la productividad laboral", afirma Tuesta. (Foto: GEC)
"Y es que el gran problema en realidad ha estado en la ausencia de políticas que eleven la productividad laboral", afirma Tuesta. (Foto: GEC)
David Tuesta

El camino a la prosperidad pasa por acceder a que brinden un flujo de ingresos relativamente predecible. Esto hace posible tomar decisiones de ahorro-consumo que coadyuven a alcanzar objetivos personales y familiares. Lo anterior no es una situación de la cual el Perú haya podido presumir ni siquiera antes de la pandemia. Nuestro precario mercado laboral se vio sumido en condiciones dantescas con la presencia del COVID-19. Que un gobernante diga que es urgente recuperar los empleos es fácil. Hacerlo, sin embargo, requiere un acto de enorme responsabilidad que no veo en este gobierno ni en los políticos de hoy.

El Perú vivió su milagro económico. Un conjunto de reformas de amplio espectro en los noventa y la gestión de estas en los siguientes años permitieron una senda de crecimiento histórica. La figura 1 muestra que en los últimos 20 años el Perú gozó de un crecimiento real cercano al 5% anual y de un potencial encima del 3,5%. En ambos casos, estos han ido menguando al ritmo de la desaceleración de la productividad que creció en promedio 1,8%. Como lo reconoce la literatura, este crecimiento explica más del 70% de la reducción de la pobreza, que cayó a ritmo de casi tres puntos porcentuales por año.

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Un milagro incompleto, sin embargo, si se observa que la informalidad laboral casi ni se movió en estas dos décadas y el salario real anual creció muy por debajo de la productividad. La promesa de generar más y mejor empleo no pudo ser solucionada por nuestro milagro económico. Pero, ojo, este no se ha debido a la ausencia de políticas sociales en favor del empleo. De hecho, en las últimas dos décadas la remuneración mínima más que se duplicó, y la decisión del Tribunal Constitucional en el 2001 generó una estabilidad laboral de facto.

Y es que el gran problema en realidad ha estado en la ausencia de políticas que eleven la productividad laboral, donde la mejora del capital humano y terminar con la absurda rigidez del es urgente. En efecto, focalizándonos en el último punto, la figura 2 ilustra que, para generar un empleo formal, además del salario, empresario y trabajador deben asumir un costo adicional cercano al 70%. Más aún si se deseara hacer formal a un trabajador informal, el coste sería superior al 100%. Además, el coste mínimo de contratar a alguien en el sector formal supera el 40% de la productividad laboral.

La pandemia ha llegado para profundizar nuestras inconsistencias y acelerar otras transformaciones globales que pueden llevarnos a vivir otra larga pausa de Engels, en la que la generación de empleo y los salarios sufran a causa de la disrupción tecnológica, frecuentes desastres naturales y mayor longevidad. Varias ocupaciones, tal cual las conocemos, continuarán siendo reemplazadas por robots y plataformas tecnológicas, se deberá buscar espacio para que las personas puedan trabajar más años, y los riesgos que solían establecerse en un ciclo de vida trietápico (aprendizaje, trabajo y jubilación) mutarán a un escenario multietápico, donde el ahorro previsional no solo deberá servir para el retiro, sino para afrontar diversos ‘shocks’ recurrentes en los que el trabajador deberá reentrenarse y capacitarse. En este contexto, por ejemplo, es absurdo que haya gente que siga defendiendo los sistemas de pensiones de reparto.

Salvo que, por algún motivo oscuro, políticos interesados quieran acelerar nuestras inconsistencias sociales, es deber de aquellos que quieren erguirse como líderes del país y gobernarnos, asumir con responsabilidad el rol de poner en marcha postergadas reformas de fondo que enrumben al fin al país a retomar la ruta perdida de la productividad.

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