VANESSA ANTÚNEZ

Un reloj de arena es el protagonista del discreto altar de juegos que conserva Bruno Tarnecci en su sala. También hay una pequeña caja negra, con la que alguna vez hizo el truco de hacer aparecer y desaparecer una bola roja. “Es juego, no truco”, me corrige. Porque entre los magos no hablan de trucos sino de juegos. 

Bruno siente que nació mago. Recuerda que su primer impulso fue a los 7 años, al ver que un hechicero obtenía palomas de su pañuelo. Diez años más tarde él mismo comenzó a adiestrar palomas. “Me quedaba horas con ellas, hice presentaciones por dos años, pero las dejé ir”, recuerda. Luego probó con La Tarumba: “si te gusta hacer magia es bueno hacer danza, circo, clown, teatro, retroalimentarte de otras artes”.

Mostraba su talento en colegios, en casas. Antes de decidirse por estudiar en , trató de aprender en Perú con los magos que se le cruzaban en el camino. Pero era difícil encontrar a los adecuados. Aunque sí tuvo un mentor: Sandro, el malabarista. “Era una leyenda, como un padre, me enseñó todos los secretos del escenario”, recuerda. Dentro de una maleta carmesí que Bruno lleva a todos sus viajes tiene pegada la foto de esta leyenda, su cábala. 

SU PROPIO TIEMPO
Cuando corría el 2009, Bruno Tarnecci decidió un día hacer su primer proyecto personal: El Oficinista. Un hombre está sentado en su escritorio al que todo le sale mal. De pronto algunos objetos de su mesa se convierten en relojes de cuerda, desde su botón de la camisa hasta sus lentes. Una historia, una histeria, narrada en 8 minutos, en respuesta a los que le decían (entre ellos, su madre) que la magia era una pérdida de tiempo, que debía estudiar una verdadera profesión, que debía estar detrás de un escritorio de 8 a.m. a 6 p.m.  

El Oficinista ganó en el 2009 el Gran Prix de uno de los festivales de magia más reconocidos de América Latina: . Y tras este premio Bruno fue invitado a presentar su propuesta en el FISM (), para competir en China con los campeones mundiales. El entonces mago de los relojes quedó en un cuarto puesto entre 40 participantes, pero este premio le abrió las puertas de los teatros del mundo. 

LOS FESTIVALES
Bruno Tarnecci ha sido llamado a participar en encuentros internacionales como la convención de la SAM (), en Las Vegas. 
Cuando los festivales invitan a los magos, suelen encargarse de los viáticos, pasajes y la estadía. Él cuenta que le han pagado desde US$500 a US$3.000 por presentación. “No siempre pagan bastante pero cada festival abre nuevas oportunidades”, dice.

Incluso las puertas de empresas. El CEO de una transnacional con sede en Perú le pidió a Bruno que hiciera uno de sus actos durante la reunión de directorio, un lunes a las 8 a.m. Al principio los ejecutivos lo miraban con condescendencia e impaciencia, pero conforme el juego se hacía más intenso e incomprensible para los enternados, estos se dejaron llevar. “Al terminar, decidieron postergar la reunión, no querían que acabe”, recuerda. 

El 2013, Bruno también tuvo que hacer magia para participar en varios encuentros internacionales en París, Barcelona, Miami, Quito y Atacama, entre otros. “Estuve en Atacamágica, frente a 1.500 personas en una función gratuita subvencionada por el Gobierno chileno”, dice.

Pero una de sus presentaciones más memorables no ha sido frente a miles de personas sino frente a una. Cuando, luego de muchos años de silencio, conoció a su padre y pudo hacerle un juego: transformar un billete en una tarjeta de crédito. “Le conté el secreto y aún hace la magia a sus amigos”, comenta.  

MAGIA EN EL PERÚ
Luego de viajar por el mundo Bruno Tarnecci ha decidido dedicar más tiempo al Perú y organizar más presentaciones.  Ya está organizando una para verano con uno de los magos de cartas más reconocidos del mundo, el español Dani DaOrtiz. 

En Perú, Bruno ha sido socio del mago Plomo en el colectivo Casa Májika, recientemente ha participado en la obra “Crítica de la razón práctica” y quiere impulsar la magia de cerca, una propuesta más psicológica y teatral, donde hay una mayor cercanía e interacción con el público y se usan elementos cotidianos. También va a desarrollar su gran afición: la cartomagia. 

“Se ha perdido las ganas de jugar y tenemos que recuperar ese tiempo perdido”, dice Bruno, el mago de 28 años que está a punto de mostrarme un pañuelo rojo que se transformará en flor. 

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