(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
/ Giovanni Tazza
David Tuesta

Dice el viejo adagio que “la ociosidad es la madre de todos los vicios”, y esto sin duda se desprende de la intensión facilista de la actual política fiscal de querer que el contribuyente sea el único que pague facturas pasadas y futuras. Mientras tanto, el gobierno huye de realizar su verdadera chamba: superar la ineficiencia y mala ejecución del gasto; y, generar el clima de confianza que requiere la para que la economía crezca y recaude más. Cuando no se quiere trabajar; cuando no existe la mínima intención de avanzar hacia el cumplimiento del contrato social, surgen los vicios.

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Esta falta de esfuerzo e imaginación en lo fiscal viene siendo camuflada de muy mala manera, bajo el slogan: “que pague más el que gana más”; como si esto no sucediera ya, más aún si lo ajustamos por la alta informalidad existente. Y ahora, el gobierno suma a su narrativa tributaria el eventual “apoyo de los organismos internacionales”, involucrando directamente al Fondo Monetario Internacional, como si no existiera un cúmulo mayor de informes de los mismos organismos, que concluyen que la política tributaria no pueden verse como compartimentos estancos, sino que ésta interactúa con la evidencia de que el gobierno también hace su parte.

Elevar impuestos sin dar señales claras de confianza, es una política fiscal coja, que terminará de lapidar unas expectativas empresariales que ya se encuentra acechadas por las constantes bravatas gubernamentales en plazas y calles: estatización, cambio de Constitución, cierre de minas y pasividad frente a la conflictividad social. ¿Como se entiende la insensatez actual de poner más impuestos mientras se empeñan en reducir la base tributaria a punta de intimidaciones presidenciales? ¿Creen que puede haber una mínima legitimidad en esta decisión mientras vemos que la imagen de recuperación vigorosa para el 2022 se desintegra?

Y luego está la ausente estrategia para mejorar el uso del dinero del contribuyente; es decir, gastar y ejecutar con calidad. Dado que al gobierno ahora les gusta citar informes de organismos internacionales para justificar la subida de impuestos, debería tomar nota que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en su informe Mejores Gastos para Mejores Vidas del 2018 estimó que la ineficiencia del gasto en el Perú alcanza el 2,5% del PBI, lo que para el Perú significa que aproximadamente el 10% de su presupuesto se va a donde no debe ir. Este importe es más del doble de lo que se piensa recaudar a través de facultades legislativas. ¿Por qué no veo a algún ministro diciendo: “voy a reducir del gasto del Estado tal como lo recomienda un informe del BID”? ¿Será que el gobierno quiere tener los bolsillos anchos para objetivos poco transparentes, como todos empiezan a sospechar al ver la televisión y leer la prensa?

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Tampoco se esboza un plan para ejecutar los recursos que ya tienen a su disposición. Los gobiernos subnacionales, donde recaen las menores capacidades del Estado, ejecutan en promedio sólo el 50% de sus presupuestos. Mientras tanto, la población ve con insatisfacción que el progreso no llega al ritmo que necesitan cuando se desperdician recursos que bien podrían ser utilizados en desarrollo productivo, hospitales, escuelas y carreteras. Se rompen expectativas y se acumulan frustraciones que luego son mal dirigidas al empresariado, cuando el que no cumple con el contrato social es el Estado.

Una buena política fiscal, no puede descansar sólo en lo tributario, olvidándose convenientemente de sus otros deberes: reactivar la confianza de la inversión privada para que la base tributaria crezca sostenidamente; presentar una estrategia clara y creíble para mejorar la ejecución del gasto; y, transmitir acciones y metas concretas para reducir la grasa del Estado. Pedir más impuestos, cuando se hunde las expectativas de inversión privada y se malgasta el dinero del contribuyente, denota simplemente una incoherencia monumental.

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