La pérdida en vidas y en producción que hemos enfrentado representan muchas veces el costo del plan de respuesta más ambicioso que nuestros científicos podían proponer. Sin embargo, el Gobierno fue impermeable a lo que muchos profesionales de diversas ciencias advertían. (Foto referencial: Hugo Corotto / GEC)
La pérdida en vidas y en producción que hemos enfrentado representan muchas veces el costo del plan de respuesta más ambicioso que nuestros científicos podían proponer. Sin embargo, el Gobierno fue impermeable a lo que muchos profesionales de diversas ciencias advertían. (Foto referencial: Hugo Corotto / GEC)
/ HUGO CUROTTO

Hace unas semanas, refutamos el mito de que el impacto negativo enorme de la en el Perú se debe solo a nuestras deficiencias estructurales, y no a la gestión del gobierno. Comparamos datos de más de cien países, y hallamos que el impacto de la pandemia en exceso de muertes se explica solo parcialmente por las “condiciones iniciales” (ingresos, la situación del sistema de salud, etc.), lo que indica que la calidad de la gestión pública también jugó un rol. Dicho análisis sugiere que la gestión de la pandemia en el Perú tuvo uno de los peores desempeños del mundo. Los datos de defunciones recién publicados confirman esta caracterización [ver gráfico].

En esta segunda entrega, identificamos los errores del gobierno de Martín Vizcarra en el despliegue de la política de contención del COVID-19, los cuales hemos detallado en una investigación publicada por GRADE. El patrón central de dichos errores fueron las decisiones no fundamentadas en la ciencia epidemiológica, económica y conductual. La velocidad y la dimensión de la crisis eran tales que la mejor oportunidad de contenerla en alguna medida era desplegando una respuesta de tiempos de guerra, en el sentido de ser inmediata, masiva, e involucrar todos los recursos disponibles para la construcción y despliegue rápido de la respuesta.

Por ejemplo, Israel, uno de los países con mejor respuesta, convocó a sus mejores científicos muy temprano. Eso se debió hacer con los mejores expertos de las ciencias relevantes y armar los planes inmediatos con todos los recursos disponibles.

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La pérdida en vidas y en producción que hemos enfrentado representan muchas veces el costo del plan de respuesta más ambicioso que nuestros científicos podían proponer. Sin embargo, el Gobierno fue impermeable a lo que muchos profesionales de diversas ciencias advertían.

Pese a la temprana declaratoria de emergencia y establecimiento de la cuarentena, el Gobierno del Perú se movió como en tiempos normales (muy lento) en cuanto a la formulación de la respuesta, el despliegue de herramientas epidemiológicas y el análisis económico de las opciones de política. El error más letal de los primeros meses de la pandemia fue uno compuesto de economía y epidemiología: la mala determinación del valor social de la masificación de pruebas diagnósticas y de rastreo de contactos.

LAS FALLAS

El Gobierno falló en identificar que un sistema de vigilancia basado en esos componentes valía miles de millones en bienestar, y no los implementó. Esto hubiera permitido un tratamiento diferenciado del territorio, para afectar menos las actividades productivas.

En el uso de pruebas diagnóstico, el Perú empezó tarde su adquisición y decidió, de manera anticientífica, usar las pruebas rápidas serológicas de anticuerpos. Estas pruebas fueron ampliamente desaconsejadas por la comunidad científica en casi todos los países por ser inadecuadas para el diagnóstico de infección activa, pues generan frecuentes falsos negativos, con consecuencias mortales. Pasaron más de seis meses hasta que las pruebas moleculares formaran parte importante del sistema de diagnóstico. Es decir, estuvimos casi todo el 2020 a ciegas.

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¿Qué se pudo hacer? Usar y potenciar todas las capacidades de laboratorio: desde las universidades en todo el país hasta aquellos en el sector privado. Sí existía la capacidad, pero no se usó. Tampoco se brindó impulso adecuado a las iniciativas de desarrollo de pruebas moleculares rápidas nacionales (que, a diferencia de la vacuna peruana, sí existen). Se les hizo hacer todo el trámite de tiempos normales. Un sin sentido.

Similarmente, se descartó tener un sistema de rastreo de contactos moderno mediante el cual se ubica y notifica a las personas que hayan tenido contacto reciente con algún infectado. Los propios miembros de los equipos de asesoría del Minsa reportaron que les parecía muy complejo y costoso. Países más pobres que el Perú implementaron esa política y el Perú no.

Un grupo no pequeño de científicos peruanos intentó, además, complementar dicho sistema con una herramienta de rastreo de contactos digital que automatiza el recojo de información de contactos y las notificaciones de potencial exposición a un contagio. Agencias multilaterales y empresas privadas pusieron recursos. El Gobierno no supo canalizar dichos recursos financieros y científicos, y el proyecto no prosperó.

Similar desarrollo ocurrió con la política de aislamiento, la cual tuvo dos problemas centrales. Primero, claramente no se usó toda la capacidad existente (había miles de camas de hoteles vacías en todas las ciudades). Segundo, no se desplegaron campañas de información persistentes que le enseñen a las familias cómo minimizar el riesgo de contagio dentro de casa y cómo aislar un familiar si salía contagiado.

Crucialmente, nos hemos dado cuenta de que las cuarentenas nacionales no detienen las curvas de contagio. Solo las acciones de las personas pueden evitar contagios a gran escala. Como detallamos en un artículo anterior, en el Perú no se usó el conocimiento existente sobre cómo guiar el comportamiento hacia la prevención, ni se generó conocimiento nuevo que era necesario. En cambio, los mensajes a la población por parte del Gobierno se limitaron a ser paternalistas, imponiendo reglas estrictas y costosas para la población sin rendir mayores explicaciones. Como era de esperarse, las reglas no fueron respetadas.

Todos estos problemas, en adición al manejo cerrado de los datos, se conjugan para explicar nuestro desastre frente a la pandemia. En una metáfora usada por epidemiólogos, la respuesta de política se puede pensar como rebanadas de un queso suizo. Cada rebanada del queso es una acción adicional que ofrece un blindaje incremental frente al virus. Mientras más huecos tengan las capas individuales, más se filtra la enfermedad en la población.

En el Perú, pusimos pocas capas y dejamos muchos huecos en la respuesta del Estado. Si bien la población es individualmente responsable de la primera línea de defensa ante el virus, el Gobierno no contribuyó a lograr un cambio de comportamiento, ni brindó herramientas de cooperación como el rastreo de contactos.

Como consecuencia, el sistema de salud fue desbordado por el número de casos y, lamentablemente, el Perú lidera los cuadros de muertes por millón en todo el globo.

Este artículo fue escrito en colaboración con Diego Tocre y Bruno Escobar.

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