Por: L. Davelouis / A. Townsend K.

Hernando de Soto no goza de la simpatía de todo el mundo, pues acostumbra decirle lo que piensa a quien tenga enfrente, sea Bill Clinton o Muamar Gadafi. De Soto afirma que, en este momento, ni en Europa ni en EE.UU. existe la voluntad política para tomar la decisión de sincerar las cifras y restablecer el sistema de rendición de cuentas que dé fin a la crisis. También sostiene que desde el G-20 hasta los parlamentos nacionales solo se profundiza el problema empujándolo para más adelante.

¿Qué debemos esperar de lo que viene pasando con la crisis de Europa? No se trata de una nueva crisis, es la misma que comienza a ser obvia a comienzos del 2007 y que, a mi juicio, es bastante sui géneris. De hecho, su permanencia en el tiempo responde a una serie de fallas fundamentales en los mecanismos por los cuales el mercado manda señales.

¿Señales…? Así es. Además de los precios hay otros tipos de señales que nos informan determinadas cosas, como los balances de los bancos, las calificaciones de riesgo y los distintos registros de propiedad que indican no solo quién es dueño de qué sino quién ha hecho determinada transacción en qué momento, qué deudas tiene, etc. Todo un sistema de señales que creció a través del tiempo y que ha sido desarmado en los últimos 20 años. Por eso, hoy todo parece una sorpresa. Pero si estuviéramos informados, como antes, ya sabríamos que la relación entre la deuda y los activos de Portugal es insoportable y que tiene que colapsar en algún momento. Hemos sentido un alivio entre el 2009 y el 2010 por los programas de estímulo de los gobiernos que nos hacen sentir que el poder de compra no ha caído, pero no se ha eliminado lo más emblemático de la crisis: la deuda sigue impagable en Occidente, la desocupación sigue aumentando y el crédito bajando.

¿Pero, no ha sido también en parte el no querer ver? Cierto, a nadie le gusta recibir malas noticias y todos los gobiernos prefieren que sea el siguiente el que enfrente una crisis de deuda como la que atravesamos. Pero, por ejemplo, buena parte de la deuda griega estaba escondida en instrumentos financieros negociados con Lehman Brothers que ocultaban la inminencia de la quiebra.

¿Y las empresas? Eso es lo que nos agarra ahora. Antes nosotros decíamos, bueno, si hacen malos negocios quiebran, y eso no quiere decir que se van las fábricas, que se van los bancos, sino que vamos a cambiar de dueños y veremos aparecer nuevas caras. Donde estaba Bank of America aparecerá Carlos Slim y donde estaba Morgan Stanley va a aparecer un príncipe de Arabia Saudí.

Debieron salir del mercado… Sí, pero ahora el mecanismo requerido para que el sector privado se salve a sí mismo mediante la ubicación de negocios de nicho o especializados ya no funciona porque nadie sabe realmente qué es lo que está comprando. Los mecanismos de información del mercado no permiten que el propio mercado se recicle y se recupere en uno o dos años. Entonces, el Estado se hace cargo y eso significa un electorado que pagará estas deudas con desempleo, tributación o devaluación.

Se protegió demasiado a unos pocos… Efectivamente. En su reciente biografía el ex presidente de EE.UU. George W. Bush explicó que tomar el accionariado de los bancos para salvarlos resultó ser muy complicado, pues cuando fueron a buscar los activos tóxicos no pudieron encontrarlos. Tampoco podían valorarlos ni sabían cómo devolverlos al mercado. Entonces, inyectaron el dinero directamente al sistema y eso hizo la diferencia entre que paguen ellos o nosotros. Porque vamos a pagar todos con nuestros dólares devaluados y con la recesión que se nos viene y los mercados que se nos cierran. Esa fue la decisión antes que lidiar con quiebras en pleno proceso electoral, y bajo la presión de los que iban a ser ex banqueros, porque iban a perder sus bancos. Han podido ocurrir mil cosas pero lo importante aquí es que, en lugar de privatizar la pérdida, la socializaron.

¿Qué hay que hacer? Sincerar las cifras y reconstruir el sistema de rendición de cuentas antes de que el problema sea más grande. Cuando comenzó esta crisis, se calculó que el costo de salvar todo lo que estaba en problemas rondaba el billón (millón de millones) de dólares. Hoy se calcula un costo de entre 30 y 60 billones de dólares. Pero, para resolver el problema, el Estado necesita información que hoy no tiene. Enron tenía 3.500 balances… ¿Quién desenreda eso? Y las firmas financieras no tienen incentivos para resolverlo, pues concentraron el 40% de todas las utilidades del 2009 en EE.UU. Además, como dijo el primer liberal de todos, Adam Smith, el dinero no es capital ni genera riqueza: el dinero y la banca son infraestructura, como el agua y el desagüe.

¿Y qué dicen ellos? Me encontré con un banquero ex secretario del Tesoro de EE.UU., le pregunté qué es lo que estaban haciendo y me hizo el gesto de estar empujando un objeto pesado hacia adelante.

Lo están empujando… Sí, hasta ahora, la iniciativa más audaz reconoce que hay un problema de sinceramiento y da plazos de 10 y 15 años. ¡Y no hay 10 o 15 años!

¿Y cuánto tiempo hay? Creo que allá vamos. Estuvimos en una conferencia con Nassim Taleb, Joe Stiglitz, Raghuram Rajan y yo. Habíamos sido contratados por casas de inversión para que les diéramos nuestra visión de lo que venía. Ninguno de nosotros pudo decir cuándo se desinfla todo esto, al margen de que el Estado comience a hacer lo que debe. La respuesta de todos fue: “De uno a tres años” (risas). Era en tono de pregunta: “¿De uno a tres años?”. ¿Quizás mañana? Y es que nadie sabe pero, así no se intervenga, esto se va a desinflar porque ya no va a haber plata para seguir inyectando.

Es extraño que diga eso, la semana pasada, un banquero nos decía que Europa no iba a dejar de pagar deudas… Y también es una cuestión de tiempo… no puede ser en cualquier momento. La semana pasada estuve en Italia donde recibí un premio junto con (Jean-Claude) Trichet (presidente del Banco Central Europeo) de manos de Mijaíl Gorbachov. Y yo le pregunté: ¿Oiga, señor, cómo ve el euro? Y Trichet me contestó: “Magnífico”. ¿Y qué más me va a decir? ¿Qué le va a decir un banquero a usted? Es como ir a un restaurante y esperar que el dueño le cuente de las personas que salieron con indigestión la semana anterior. No le van a contar. Porque, además, sabemos que la economía en gran parte es psicología.

¿Europa no va a pagar? Definitivamente es una probabilidad. Yo conozco a varios gerentes de fortunas y ellos opinan que Europa caerá. Mientras más se demora la solución será peor. Van a desaparecer bancos porque no hay otra forma. Si alguien dijera: “Nosotros tenemos al Espíritu Santo de nuestro lado”, de repente, pero si no, las corridas van a ser tales que solo se va a salvar una minoría de bancos.

Esto está por acabarse… Nos estamos acercando mucho al momento en el que hay que sincerar. Claro, cuando llevas mintiendo uno, dos, tres años, cada vez es más bravo salir de la mentira, pero hay que darse cuenta de que será más bravo aun salir en otros tres años. El problema es, ¿quién va a dar esa mala noticia?

El panorama es negro… Lo que estamos diciendo es la cosa más impopular que hay. He estado con Nouriel Roubini, quien da malas noticias sutilmente. Pero les digo, de los grandes gerentes de banco que yo conozco, no hay uno que recomiende poner plata en un banco europeo.

¿Y cómo nos va a pegar esto? Nos va a pegar porque estamos muy interconectados con el mundo. Pero sabemos que cuando ellos se caen, nosotros nos caemos menos porque nuestra demanda interna está creciendo. Por eso pedimos que empoderen a la selva y titulen a los informales. Al margen de que Sor Teresa lo aprobaría, es buena política económica.

¿Por quién va a votar? No tengo la menor idea. Quiero escuchar a los candidatos y sus propuestas. Me interesa mucho qué va a decir [Pedro Pablo] Kuczynski, que me parece un candidato interesante.