En la misma esquina donde operaba su sede anterior, una modesta casona de un piso incendiada en el gobierno de Leguía, se construyó la sede de El Comercio. Los arquitectos Felipe González del Riego y Enrique Rivero Tremouille fueron quienes diseñaron los planos. La obra duró tres años y se inauguró el 16 de diciembre. (Archivo Histórico El Comercio)
La capital que celebraba el centenario
Enrique Planas

“Los grandes progresos de la ciudad de Lima”, titula su entusiasta nota el redactor del diario El Comercio, en su edición histórica del 9 de diciembre de 1924. Procederá luego a contar, hiperbólicamente, la obra “inteligente, tesonera, práctica y patriótica” que sumará al prestigio de la capital: el Gran Hotel Bolívar.  Arte italiano, lujo francés, refinamiento alemán y confort estadounidense. El “progreso” era eso: construir grandes edificios a la manera de las ciudades industrialmente desarrolladas, lo que en Lima sucedía con pasmosa lentitud.

Pero el contexto de las celebraciones por el primer centenario de la independencia resultaba propicio para el boom constructivo, sumado a la bonanza económica en EE.UU., el esplendor en las artes y el espíritu de celebración global. Ya circulaban en las flamantes avenidas los primeros autos Ford, y la Compañía peruana de teléfonos, fundada en 1920, ponía a disposición de los limeños sus primeras 4 mil líneas operativas. Los turistas extranjeros llegaban en barco, como parte de un paquete que incluía toda la América hispana. Pero el redactor lamentaba que los visitantes solo se limitaran a pasear por la ciudad y almorzar con gusto antes de regresar a bordo. No había hoteles de cinco estrellas donde hospedarse.

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Un proyecto anunciado

Para el redactor del artículo, entre muchas cosas que le faltaban a Lima, era un hotel. “No  un hotel cualquiera, adocenado, vulgar, sino de un edificio regio, dotado de las más modernas comodidades, elegante y capaz de albergar en su seno muchos centenares de pasajeros”, advierte.  Tiempo atrás, “El Comercio” había encuestado a especialistas y colaboradores para sumarse a una campaña para animar a capitalistas locales para invertir en una empresa hotelera decente, pensando una regia mansión para albergar a los huéspedes extranjeros, invitados a participar de las fiestas del Primer Centenario de la Batalla de Ayacucho.

A fines de 1921, el Comercio publica una noticia decisiva. El “sindicato Wiese”, institución presidida por los hermanos empresarios Augusto Wiese Eslava y Fernando Wiese Eslava, invertirían en la construcción del nuevo hotel. Ocuparía un terreno de cuatro mil metros cuadrados frente a recién inaugurada plaza San Martín, donde, según el reporte de prensa, se encontraba el llamado “palacio de Cartón”, un “caserón del más feo aspecto que darse puede”, donde funcionaba un cinema, juegos mecánicos, y puestos de venta de comida. “La noticia, no hay por qué ocultarlo, cayó en la ciudad con el estruendo de una bomba”, apunta.

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Al inicio, no faltó la desconfianza. “Estando la obra en principio, la murmuración fue constante. Pocas eran lo que creían que la construcción se terminara”, escribe el redactor. Sin embargo, conforme los vecinos veían desaparecer la deleznable armazón del edificio y un ejército de trabajadores se encargaba de retirar el desmonte y armar los castillos de madera que moldearían la construcción de cemento y hierro, el proyecto empezó a entusiasmar a los limeños. Ya el concreto armado se había convertido en el sistema constructivo más requerido por los proyectistas. Asimismo, la empresa había encendido un efecto patriótico: el edificio empezaba a levantarse como el orgullo capitalino.

“Puede decirse que jamás construcción alguna ha sido llevada con igual fe”, escribe el periodista. Como sucede hoy con las obras del nuevo aeropuerto, regularmente, los diarios enviaban a sus redactores visita el hotel para ver el avance de la construcción.En los alrededores de la plaza se vivía una inusitada actividad: caravanas de camiones entregaban materiales y retiraban desmonte, estacionados al filo de la plaza San Martín, la Avenida Piérola y la calle Matajudíos (hoy Ocoña). La constructora había prometió concluir el hotel diseñado por Rafael Marquina en días cercanos al centenario de Ayacucho.

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Ciertamente, otras obras importantes se llevaban a cabo en Lima. La casa Welch, inaugurada en 1910, suponía la cristalización de la influencia británica en la ciudad y el inicio del dominio de la arquitectura estadounidense en el Perú. El Teatro Forero, (hoy Municipal), se inauguró en 1920 tras una construcción de 5 años, la Plaza San Martín se inauguró en las fiestas patrias de 1921, teniendo como testigos al edificio Giacoletti (1912) y el Teatro Colón (1914). En 1921 ya el edificio Wiese atendía a sus ahorristas y abría el nuevo Estadio Nacional, conocido como el “Estadio Inglés”, al ser un obsequio de la colonia británica. Un año después, abría sus puertas el Banco Central de Reserva sobre la Avenida Lampa, al año siguiente el edificio de la Compañía de Seguros Italia. En 1924 concluía la construcción del imponente hospital Arzobispo Loayza, el edificio de Seguros Rímac al inicio de la Antigua avenida Héroes Navales (hasta entonces, el único con ascensor en Lima), la tercera etapa de la ampliación del edificio de Correos y telégrafos y el Palacio Arzobispal de Lima, sobre la Plaza de Armas, inaugurado el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Pero las miradas de la ciudad estaban dirigidas a este proyecto que llevaría el nombre del libertador de cinco repúblicas.

A este barrio que soñaba con el progreso, el 16 de diciembre de 1924 inauguraba su nuevo edificio el diario El Comercio, sobre el mismo terreno de la antigua casona de la Rifa, con su histórico pino y su verja de fierro. Había cambiado las morosas máquinas de antaño para dar lugar a los linotipos y prensas que lideraban la tecnología de la época. Pero esa es otra historia.

Además…

-En 1924, Lima experimentaba un visible aumento demográfico, alcanzando entonces alrededor de 250 mil habitantes, según censos de la época. 

-La capital pasaba al estatus de ciudad contemporánea, dejando atrás su condición de urbe tradicional, ligada a su rancio españolismo.

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