Columna: Un hombre que vive en el desierto
Columna: Un hombre que vive en el desierto
Redacción EC

MARTHA MEIER MIRÓ QUESADA

Editora central

Hay un hombre que vive en el desierto. Un filósofo que se arrodilla y siembra huarangos en la arena, y logra escuchar el rumor de las aguas subterráneas. Escogió el río –el Icamayu–, las hojas, el cielo, el horizonte como inspiración de su poesía y espacio para sus profundas reflexiones sobre la vida, la educación, la política, la violencia, el tiempo y la globalización.

“El Perú tiene un alma que salvar”, escribe, “tiene una voz propia en la lengua quechua y en su fina percepción de los dioses del campo y del mar. En la actual vuelta a la naturaleza, en el interés por la ecología, cualquier campesino del Perú es más que cualquier sofisticado catedrático”.

Él cultiva la tierra, es un agricultor orgánico, sabe fertilizarla de modos naturales. “El agricultor orgánico cree solo en una tecnología sostenible, que no impone la voluntad del hombre agotando así la tierra. Es otra la relación entre el hombre y la tierra en la agricultura orgánica. Es una cosa muy religiosa”, dice.

Esa forma tan suya de ser y de decir lo ha convertido, fuera de las aulas de la Universidad Católica, en maestro de muchos y sin quererlo en una especie de líder de la vida libre, un amauta de la honestidad y coherencia personales. Ese hombre se llama Alberto Benavides Ganoza y ha hecho de Samaca, en Ullujaya, Ica, su hogar y un destino al que la mayoría de jóvenes creadores aspira a llegar para conocer a un hombre sencillo que ya se está convirtiendo en leyenda. 

En su Alberto escribe de sí: “Estudié filosofía en la Universidad Católica y fui profesor universitario en esa misma casa de estudios. Hace 12 años me dedico a la agricultura ecológica en Samaca, valle de Ica. He escrito algunos libros y sembrado muchos huarangos”. Así de simple para un hombre que anda más bien sembrando ideas y apoyando la creación en el Perú.

“Alto espionaje”, su último  libro, es uno de poesía, y en esta edición es reseñado por ese joven y notable poeta iqueño que es César Panduro Astorga, en cierta medida un discípulo de Benavides Ganoza. Algo muy cierto dice Panduro sobre la poesía de Benavides: esta ha sido injusta e inexplicablemente excluida de las antologías poéticas. 

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