Crímenes seriales
Crímenes seriales
Jaime Akamine

Desde Matlock hasta Rust Cohle, pasando por Dr. House, Monk y Grissom, cada episodio de "Making a Murderer" (MAM) (2015) parece reírse del genio deductivo de estos y otros personajes que brillaron en la pantalla chica estadounidense desde los ochenta. El caso criminal que destapa el documental de Netflix presenta una realidad tan desoladora y pantanosa que no hay espacio para héroes sherlockianos capaces de cambiar la suerte de la historia: en MAM el terror no nace de la cabeza del presunto asesino, sino de los mecanismos de administración de justicia. Lo depravado es el sistema. 
     Si bien el foco está puesto en los recientes diez años de Steven Avery, un exconvicto liberado en el 2000 gracias a una prueba de ADN pero encarcelado al poco tiempo por un asesinato, la producción persigue un objeto más escurridizo: desentrañar los vacíos, yerros y sombras conspirativas en torno al proceso penal que llevó a sentenciarlo por segunda vez. Y, sin duda, el aplicado y robusto trabajo de Moira Demos y Laura Ricciardi, el tándem creativo detrás de las cámaras, hace verosímiles las sospechas que siembran episodio tras episodio y que lavan la cara de Avery. Allí radica el secreto del atractivo y la polémica de la serie: instalar en los espectadores una telaraña de dudas sobre si aquel sujeto visiblemente alterado y sentenciado con pruebas categóricas es, al fin y al cabo, una víctima de una confabulación maquinada por altos poderes.
     MAM es un documental, pero bebe de otras fuentes cinematográficas, como el thriller, el drama judicial, los diarios filmados, para dosificar estratégicamente la información y magnificar el impacto de su narrativa. De alguna manera, su acento reporteril —plagado de grabaciones hechas ¡a lo largo de diez años!, testimonios de los involucrados y videos de los interrogatorios— es proporcional al efectismo dramático de su discurso. Porque MAM es, ante todo, un montaje; uno bien hilvanado y seductor, que busca apurar un debate sobre las grietas del sistema procesal norteamericano, sin dejar de lado su condición de pieza artística y abiertamente tendenciosa.

Un género revisitado
Este tipo de trabajos centrados en expedientes criminales no es reciente. "The Thin Blue Line" (1988), de Errol Morris, es un título cumbre cuando se trata de conjugar la denuncia con el arte del documental. Basta recordar que, gracias a su repercusión, el caso que abordó fue reabierto y Randall Adams, un condenado a muerte, llegó a ser absuelto. También destaca el trío de documentales de HBO "Paradise Lost" (1996-2011), de Joe Berlinger y Bruce Sinofsky, que logró la libertad de tres adolescentes recluidos por castrar y asesinar a tres niños en Memphis. O la francesa "Soupçons" (2004), una miniserie sobre el juicio que afrontó el escritor Michael Peterson luego de ser culpado de matar a su esposa, y que tuvo una continuación en el 2013.
     Sin embargo, acaso la magistral "The Jinx" (2015) es la referencia más justa para MAM. Aquí el corazón del relato es Robert Durst, un multimillonario sospechoso de asesinar a tres personas de su entorno más cercano, pero que siempre salió limpio de las acusaciones. En apenas seis episodios, el director Andrew Jarecki —responsable también de "Capturing the Friedmans" (2003), otra perla de tintes criminales— disecciona la vida y la oscura personalidad del magnate, apoyándose en testimonios de las figuras clave de cada caso, estilizadas dramatizaciones y, lo que resulta demoledor, dos entrevistas cara a cara con Durst. Lo sorprendente es que el clímax no ocurre en ninguna de las conversaciones con el realizador, sino en los últimos segundos de la serie. La escena final muestra a un escalofriante Durst negar una nueva (y rotunda) prueba de su culpabilidad y dar por finalizada la entrevista; luego pide permiso para usar el baño. Allí, fuera del campo de filmación y sin percatarse del micrófono aún encendido, se oyen extraños eructos y, como desenlace, un balbuceo para sí mismo: “Ya está. Te han atrapado. ¿Qué hiciste? Pues matarlos a todos, por supuesto”. 
     Así como la popularidad de MAM logró que más de 300.000 personas firmaran una petición solicitando la liberación de Steven Avery, esta insólita confesión de Durst tuvo un efecto inmediato: su detención y la reapertura de su juicio. Ahora, el suceso mediático que obtuvo la docuserie de HBO, con defensas y críticas éticas por igual hacia Jarecki y los productores, no empalideció su éxito tanto crítico como de audiencia. Más aun, cimentó el camino para nuevas producciones de ese corte. Basta señalar que Showtime estrenó en enero "Dark Net", una producción que explora el fanatismo y la perversión en la web; Blumhouse prepara para Universal TV "8 Years Lost", un documental sobre la desaparición de una adolescente en el 2007 cuyo cuerpo fue encontrado ocho años después; e incluso ya se habla de una segunda temporada de MAM. Señales inequívocas de un género en ascenso y de un contenido que se consume con la fascinación que suele derivar del morbo.   

Antecedente sonoro
Parte de esta demanda de producciones basadas en homicidios se debe a "Serial", un programa de radio emitido en el 2014, y compuesto por 12 podcasts en los que la periodista Sarah Koenig analizaba los detalles del asesinato de la adolescente Hae Min Lee en 1999 y, sobre todo, la cadena perpetua que recibió su exnovio por el crimen. Koenig se enfocaba en el perfil del sentenciado y discutía ciertas teorías que apoyaban su inocencia o culpabilidad. Con más de cinco millones de descargas, "Serial" se convirtió en un éxito impensado. Su segunda temporada inició a fines del año pasado y se centró en un nuevo caso. Se puede oír y descargar en serialpodcast.org.

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