Como hace un siglo, el Perú vuelve a ser un país de inmigrantes. El tema es analizado en un ciclo de charlas y actividades en el Goethe-Institut. [Foto: EFE]
Como hace un siglo, el Perú vuelve a ser un país de inmigrantes. El tema es analizado en un ciclo de charlas y actividades en el Goethe-Institut. [Foto: EFE]
Jorge Paredes Laos

“Llegar al Perú ha sido como entrar en la gloria”, dice, con la voz entrecortada, José Gregorio Osuna. Él es un soldador industrial, de 45 años, que el martes pasado llegó a un albergue en San Juan de Lurigancho, después de un interminable viaje de siete días, desde Acarigua, en el central estado venezolano de Portuguesa. En todo este tiempo, Osuna se subió a 15 autobuses, comió solo galletas y agua, y pasó por kilométricas colas de más de 20 horas en las migraciones de Colombia y Ecuador, hasta llegar a Tumbes. Viajó solo, pero en el camino vio a cientos de miles de personas cruzar la frontera: hombres, mujeres y niños que huyen de un país en descomposición. “Ha sido una odisea —cuenta sin reponerse todavía del trayecto—. Con decirle que llegué a migraciones de Colombia a las seis de la tarde del miércoles nueve de mayo y me sellaron el pasaporte recién a la una de la tarde del día siguiente. En Ecuador pasó lo mismo. La cola era de más de un kilómetro. Había muchísima gente, madres con niños en brazos… Los de la ONG nos alcanzaban galletas, agua y kits de aseo”.

Después de ese infernal periplo, Osuna —como miles de sus compatriotas— ya está en el Perú. La situación para nosotros resulta inédita. En los últimos diez años, el Perú ha pasado de ser un país de emigrantes —de miles de compatriotas que partían por la crisis y la violencia— a ser uno de inmigrantes, un territorio que ha comenzado a recibir a ciudadanos extranjeros que buscan mejores posibilidades de empleo —como colombianos, españoles, brasileños o chilenos— o que solamente tratan de sobrevivir, como es el caso de los venezolanos. Según los especialistas, esto no ocurría desde fines del siglo XIX, cuando se produjeron las grandes oleadas migratorias de trabajadores chinos y japoneses.

Las cifras son reveladoras. Entre enero y mayo, el número de venezolanos se ha duplicado en el Perú. Hasta la primera semana de este mes eran 200.000 personas y esta cifra está en permanente crecimiento. Muchos vienen de tránsito, otros permanecen como turistas, y solo una sexta parte obtiene el permiso temporal de permanencia (PTP), un documento que les permite trabajar y acceder a servicios de educación y salud en nuestro país. La experta en temas demográficos, la investigadora del Instituto de Estudios Peruanos, Tania Vásquez Luque, dice que por primera vez el saldo migratorio es positivo. Es decir, son más las personas que llegan al país que las que parten.

¿Estamos ante un nuevo fenómeno social o se trata solo de un hecho pasajero? ¿Está nuestra economía preparada para recibir este flujo migratorio? El Goethe-Institut —en coordinación con el Instituto de Estudios Peruanos y la Universidad Católica— en un ciclo de conversatorios analizará el tema de la migración, tanto la externa como la interna, que también presenta nuevas características. Las actividades incluyen talleres y exposiciones y se prolongarán durante todo el 2018 (ver recuadro).

Una familia venezolana en un albergue de San Juan de Lurigancho. Más de 200.000 ciudadanos de ese país han ingresado al Perú. [EFE / Ernesto Arias]
Una familia venezolana en un albergue de San Juan de Lurigancho. Más de 200.000 ciudadanos de ese país han ingresado al Perú. [EFE / Ernesto Arias]

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“Llegaremos al final del siglo XXI siendo una especie totalmente urbana”, escribe el canadiense Doug Saunders, en Ciudad de llegada, un libro que está cambiando la perspectiva que se tenía de la migración. Por primera vez en la historia —afirma el autor—, más personas viven en las ciudades que en el campo, contrariamente a lo que sucedía apenas un siglo atrás. El cambio implica que estamos asistiendo a la corriente migratoria más intensa de la historia, la cual involucra a un tercio de la población mundial. A diferencia del pasado, la población global se mueve ahora en múltiples direcciones y por variados motivos: por guerras regionales o civiles, por crisis económicas, por fenómenos climáticos o también por motivos laborales y educativos.

“Leer el libro de Saunders ha cambiado mi mirada sobre este tema”, comenta Carola Dürr, la directora del Goethe-Institut, una institución que ha decidido organizar diversas actividades dedicadas a la migración en coordinación con sus otras sedes en el mundo. Dürr nació en Berlín y vive hace cuatro años y medio en el Perú. Por eso, su punto de vista es también la de una migrante. “A lo largo del siglo XX, la gente se fue mudando del campo a la ciudad y eso permitió el crecimiento urbano”, dice. “Esto significa que la narrativa básica de las ciudades ha sido y es la migración”, añade. Según ella, esto cambia el enfoque de lo que es un migrante: “Ya no es el otro, o el que trae problemas o violencia, sino somos nosotros mismos. En algún momento, nuestros padres o abuelos han llegado al lugar en el que vivimos ahora”.

Eso es lo que Saunders llama “ciudades de llegada”, esos centros urbanos periféricos que se han reproducido en todos los continentes a partir del empuje de los que arribaron a ellos. “Esa idea me encanta —confiesa Dürr—. No ha sido un proceso fácil, pero fueron los migrantes, los emprendedores, los que han impulsado el desarrollo de estas urbes. Eso mismo ha pasado también en Lima. Sé que mucha gente que llegó a la capital hace dos o tres generaciones vino sin nada, pero ahora tiene viviendas constituidas, trabajos consolidados y sus hijos son profesionales que están influyendo en los cambios políticos y sociales del país”, precisa.

Y, en ese cambio permanente, lugares que antes eran vistos como receptores de migrantes han pasado a ser territorios de salida y viceversa. Un ejemplo es lo sucedido en Europa en el último siglo. Antes, durante y después de las dos guerras mundiales, millones de personas salieron del Viejo Continente hacia Estados Unidos y otros países; pero, a mediados del siglo XX, esa tendencia dio un giro total y las ciudades europeas comenzaron a ser vistas como tierras de oportunidades, sobre todo para migrantes del llamado tercer mundo. Esta situación volvió a revertirse con la crisis económica del 2008.

Elias Pavone y Daniel Vera, venezolanos vendiendo arepas cerca del Centro Civico. [Foto: Omar Lucas]
Elias Pavone y Daniel Vera, venezolanos vendiendo arepas cerca del Centro Civico. [Foto: Omar Lucas]

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Teófilo Altamirano, antropólogo y especialista en el tema, identifica cinco oleadas de la emigración e inmigración en el Perú republicano, cada una con características propias. La primera se ubica desde mediados del siglo XIX hasta inicios del siglo XX, con la intensiva inmigración china y japonesa, sobre todo para suplir la falta de mano de obra en las haciendas costeñas. Luego, entre las décadas de 1910 y 1920, se propició desde el Estado la venida de inmigrantes europeos con la idea de “modernizar” el país. La tercera fase se produjo después de la Segunda Guerra Mundial con la consolidación de Estados Unidos como potencia planetaria, que lo convirtió en objeto de deseo para millones de inmigrantes. “Entre los años 60 y 70 del siglo XX ocurrió un éxodo masivo de mano de obra calificada desde el Perú hacia distintas ciudades de Estados Unidos. Ellos son los pioneros y el ejemplo más notorio sucedió en Paterson, en Nueva Jersey, que se convirtió en la ciudad extranjera con más peruanos en el mundo”, explica Altamirano.

Finalmente, el investigador y autor de varios libros sobre esta problemática, identifica dos períodos más. Una intensiva emigración en esa oscura década de 1980, cuando la crisis económica y la violencia política golpeaban el país, y que llevó al 10 % de nuestra población a residir en el extranjero, y el momento actual, en el que hemos pasado a recibir una intensiva inmigración de ciudadanos venezolanos. En su opinión, “se trata de una oleada inédita e inesperada para la cual no habíamos estado preparados, sobre todo por las altas tasas de desempleo que todavía afectan a nuestro mercado laboral”.

¿Está nuestra economía lo suficientemente estable para recibir este flujo de migrantes? “Casi todos los investigadores están de acuerdo en que la migración es algo positivo para las economías de los países receptores, esto porque quienes migran llegan ávidos de trabajar. En el caso particular de los venezolanos, estas ansias son mayores porque existe una urgencia vital de enviar remesas. Si no lo hacen, sus familiares se mueren por falta de alimentos y medicinas en su país de origen”, responde Feline Freier, politóloga de la Universidad del Pacífico y especialista en temas migratorios.

Al respecto, lo que más le alarma es la explotación laboral a la que vienen siendo sometidos estos migrantes en el Perú. “Por entrevistas que he podido realizar en Tumbes y Tacna —cuenta— muchos venezolanos que todavía no cuentan con el PTP [el documento que legaliza su situación en el país] son empleados bajo regímenes que yo considero de semiesclavitud. Está el caso de una señora que debe trabajar en el servicio doméstico los siete días de la semana, por un sueldo mensual de 400 soles, del cual debe pagar 250 soles de renta a la misma familia que la emplea. Una situación más inestable todavía es la de otra joven abogada, de 28 años, en Tacna, que desde hace tres semanas se dedica a cuidar a un niño sin siquiera saber cuánto le van a pagar”.

“Detrás de toda migración siempre hay un drama —reflexiona—. Resulta preocupante el acoso sexual al que son sometidas las mujeres venezolanas y el bullying a los niños en las escuelas”. En su opinión, ante tal flujo migratorio se debe pensar ya en políticas de integración, en acelerar la entrega de los visados temporales de trabajo y en la validación de los títulos de los muchos profesionales que provienen de un régimen educativo que en muchos aspectos ha sido superior al peruano. “Mientras más rápido ellos se inserten al mercado formal, todos van a ganar, tanto los migrantes como la economía en general”.

De acuerdo con Freier, otra salida podría ser otorgar a estos inmigrantes el estatus de refugiados, algo que está contemplado en las leyes peruanas —como la 27891— y en los convenios internacionales suscritos por el Perú, como el de Ginebra de 1951 y el de Cartagena de 1984.

El barrio de San Cosme, en La Victoria, fundado en 1946, es todo un símbolo de la migración a Lima. [Alessandro Currarino/ El Comercio]
El barrio de San Cosme, en La Victoria, fundado en 1946, es todo un símbolo de la migración a Lima. [Alessandro Currarino/ El Comercio]

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Si bien la migración venezolana es el hecho más mediático en estos momentos en nuestro país, no es el único problema vinculado a este fenómeno. Existe también una migración interna que, aunque es muy dinámica, ya no sigue los patrones del pasado: se parece cada vez menos al intenso movimiento demográfico que transformó Lima desde los años 40 del siglo XX. Tania Vásquez Luque —la socióloga e investigadora del IEP que participará en el primer ciclo de conferencias en el Goethe-Institut— afirma que para entender en su totalidad este fenómeno se deben establecer patrones específicos para no confundir, por ejemplo, la movilidad social con la migración interna. “Las mudanzas de familias de un distrito a otro no se miden como migración”, advierte, pues para que esta ocurra no debe haber solo movilidad, sino también una residencia permanente en otro espacio geográfico y una modificación de condiciones laborales y educativas.

“Sabemos por estadísticas —explica— que regiones como Madre de Dios, Tacna, Moquegua están recibiendo mayores flujos migratorios, algunos vinculados a la minería o a economías de agroexportación, como es el caso de Ica o Loreto con la explotación de la palma aceitera. Existen ejes, también, entre diversos lugares, como un canal de movimiento intenso entre Cerro de Pasco y Huánuco, o entre Ucayali con la frontera con Brasil”.

En el caso de Lima, la migración también se ha diversificado. Aunque ya no existe todo un movimiento social organizado, como el retratado por José Matos Mar en su clásico libro Desborde popular, siguen apareciendo nuevos asentamientos en las afueras de la ciudad, lomas que se pueblan de precarias viviendas a las que paulatinamente se les va dotando de servicios de agua, luz y desagüe, como sucede, por ejemplo, en el desierto de Ancón, en las laderas de Ventanilla o en las quebradas de San Juan de Lurigancho.

“Nosotros somos una sociedad muy móvil. Históricamente, la migración nos ha dejado la lección de encontrarnos siempre con personas y familias diferentes. Si bien existen problemas de xenofobia, tráfico de personas y violencia, por lo general somos una sociedad solidaria con el que llega”, dice Vásquez Luque.

Según las investigaciones desarrolladas a partir de los resultados de los últimos censos nacionales, la investigadora apunta que el país puede dividirse en dos tipos de provincias: las expulsoras y las receptoras. “En un escenario así, se están reconfigurando las clases sociales regionales. Por ejemplo, muchos profesionales formados en Cusco viven ahora por motivos laborales en Madre de Dios, u otros formados en Maynas trabajan en Yurimaguas. Después hay que mirar también la jerarquía del centro urbano al que se migra, si es una ciudad grande, intermedia o pequeña. Hemos descubierto que las mujeres migran más a urbes grandes, mientras que los hombres van a trabajar a centros menores”.

25 de abril de 2018. Los inmigrantes venezolanos han contado con la ayuda de algunos peruanos que les ofrecen hospedaje. [EFE / Ernesto Arias]
25 de abril de 2018. Los inmigrantes venezolanos han contado con la ayuda de algunos peruanos que les ofrecen hospedaje. [EFE / Ernesto Arias]

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En San Juan de Lurigancho, el empresario textil René Cobeñas cuenta que está próximo a abrir otro albergue para dar cobijo a los cada vez más venezolanos que llegan al país. Todo empezó hace nueve meses y medio, cuando conoció en un gimnasio a una inmigrante y su hijo que no tenían dónde alojarse. La dejó quedarse en un local que tenía en la urbanización Canto Bello. Después ella trajo a su hermano y hermana, luego a su hija y su yerno. Eran veinte refugiados cuando un canal de televisión dio la noticia. Ahora viven aquí más de 130 personas. Los últimos llegaron el martes, lograron salir de Venezuela justo antes de que las fronteras de este país se cerraran por las elecciones de hoy. Uno de ellos es José Gregorio Duarte, un ingeniero de 26 años, que en épocas mejores trabajaba en el oleoducto de Maracaibo. “Mañana empezaré a trabajar como ayudante de cocina”, cuenta con emoción. Cobeñas pide que se publique el número de WhatsApp para recibir donaciones: 944973060. Y Duarte dice algo más: “Ahora todos mis compatriotas quieren venir al Perú”.

ARRIVAL CITY: CIUDADES DE LLEGADA

Este es el nombre del ciclo de cuatro jornadas participativas e interactivas organizadas por el Goethe-Institut y el Instituto de Estudios Peruanos. La primera se desarrollará el próximo jueves 24 de mayo (desde las 17:30 en jr. Nasca 722, Jesús María), bajo el título “. El 23 de agosto se realizará el panel “” a cargo de Anne Barckow, Lic. Elida Elizondo y Hristo Tamayo Gambo. En agosto también se tiene prevista la realización de talleres para organizar un concurso de realidad virtual, con el apoyo de la Universidad Católica.

En octubre, en la galería de Larcomar, se exhibirá Arrival city: ciudad inclusiva, exposición arquitectónica que representó a Alemania en el Bienal de Venecia de 2016. Ahí se incluirá un proyecto local elaborado por alumnos de la Universidad Privada del Norte.

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