Redford ha recibido dos premios de la Academia: en 1980, como director, y el 2001, el honorífico, por su trayectoria.
Redford ha recibido dos premios de la Academia: en 1980, como director, y el 2001, el honorífico, por su trayectoria.

Era un chico de la playa, pero encontró su lugar en las montañas. Era rebelde, impuntual, bebedor usual, pero la pulsión artística lo llevó a convertirse en un hombre que sería muchos hombres. A pesar de su cabello rubio y sus ojos azules, nunca quiso ser considerado el más guapo o un niño mimado, pero sumaba por millones a sus fanáticas. Su presencia se hizo eterna. Porque aún hoy, tras más de cinco décadas de carrera, algo sucede en el mundo cuando esas erres se pronuncian y se oye: “Robert Redford”, un nombre que es, a la vez, estrépito y silencio: esa pausa contemplativa que suele darles a sus personajes cuando traman algo.

Hoy es un referente absoluto de un Hollywood con el que nunca se entendió al 100%. Es también un notorio ambientalista, un ícono de fortaleza, una institución cinematográfica por sí mismo, que ha actuado en 78 producciones durante 58 años. Además, fue pintor callejero en París, mochilero en Europa y actor de Broadway y de televisión que devino en destacado director de cine —debutó con Ordinary People, que le dio un Óscar en 1980— y, poco después, se convirtió en el principal impulsor del instituto y Festival de Sundance —nombre inspirado en el personaje que lo llevó a la fama—, convertido hace rato en el más grande festival del cine independiente norteamericano.

Redford cumplió 82 años ayer, pocos días después de anunciar, ante el estupor de un público que lo sigue creyendo eternamente joven, que se retira de la actuación. Eso hace de este un momento preciso para recordar la carrera de un hombre que supo ser un cínico pistolero y ladrón de bancos (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969); un hombre hastiado de la civilización que decide abandonarlo todo e instalarse en las montañas (Jeremiah Johnson, 1972); un político que no aspira a ganar las elecciones sino a remecer el sistema (El candidato, 1972); un talentoso estafador (The Sting, 1973); un turbio pero carismático millonario (El gran Gatsby, 1974); un oscuro funcionario de la CIA convertido en víctima de una conspiración letal (Los tres días del cóndor, 1975); un periodista cuya investigación derribará un gobierno (Todos los hombres del presidente, 1976); el director de una prisión que se infiltra en ella como preso para conocer de cerca las condiciones en que estos viven (Brubaker, 1980); un misterioso jugador de béisbol (El mejor, 1984); un cazador aventurero capaz de dejarse llevar por la pasión en los bosques de Kenia (Memorias de África, 1985); un entrenador cuyo talento es entenderse con rebeldes corceles (El hombre que susurraba a los caballos, 1998); un experimentado espía que arriesga todo por un pupilo (Juego de espías, 2001), o el viejo y solitario marinero cuyo velero es azotado por inclementes tempestades (Todo está perdido, 2013). En esta última grabó sus propias escenas de riesgo, sin dobles. A los 76 años, fue el rodaje más duro de su carrera. Curiosamente, su director y guionista, J. C. Chandor, fue el primer exalumno del Instituto Sundance que le ofreció un papel. Será también el último.

A pesar de este impresionante cv, Redford dijo hace poco: “Nunca miro hacia atrás, no quiero ser solo historia”.

            —De Sundance Kid a Sundance Grandpa—
Cuando en 1969 fue elegido para el papel de Sundance Kid, Redford había sumado varias producciones interesantes, pero no había logrado consolidar su carrera. Ya no era un chiquillo, tenía 33 años y muchas dudas. El mismo personaje pudo ser para Steve McQueen, Marlon Brando o Warren Beatty, pero Paul Newman lo avaló. Su esposa, Joanne Woodward, había visto su trabajo y estaba convencida de que era el actor preciso. La película fue un éxito absoluto, y consolidó a la pareja Newman-Redford como una de las más célebres del cine contemporáneo, a pesar de solo haber actuado juntos en una película más, The Sting (1973), también dirigida por George Roy Hill, que logró, incluso, más éxito que en la primera ocasión: obtuvo siete premios Óscar. Redford fue nominado.

“Como artista siempre he estado obsesionado con la idea del sueño americano en todas las versiones de mi trabajo, como director, como actor y como productor. Creo que siempre he perseguido metas que fueron impuestas por una generación anterior a la mía. En América admiramos la ambición hasta tal punto que esta se convierte en obsesión y se traduce en dinero y éxito, pero dejamos a un lado muchos valores humanos como la familia y la compasión. A mí me interesa averiguar cómo esas situaciones afectan a la gente, qué provoca ese comportamiento”, ha explicado en una entrevista.

Atrás quedaron sus siete intensas colaboraciones con Sydney Pollack, sus romances cinematográficos con Jane Fonda, la anécdota de cuando asesoró a Jimmy Carter para el debate presidencial contra Ford, los 10 filmes que dirigió en su carrera, su Óscar como director, su Óscar honorífico o los temores previos a su estrellato. Hoy, sus esfuerzos están dedicados a promocionar The Old Man and the Gun, su despedida del cine. ¿Qué papel interpreta? El de un viejo ladrón de bancos, Forrest Tucker, capaz de asaltarlos exhibiendo una admirable caballerosidad, una gran sonrisa y una calma apabullante. Un personaje que es, muy probablemente, el perfecto resumen de todos los que interpretó en su vida.

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