[Ilustración: Jhafet Ruiz Pianchachi]
[Ilustración: Jhafet Ruiz Pianchachi]

Por Franklin Ibáñez

Con las palabras podemos hacer lo que queramos: no tienen dueño. En política también se lucha con ellas, para apropiárselas y tener el monopolio de asignarlas junto a sus significados. Que la opinión pública catalogue a nuestros rivales con las palabras y los sentidos que a nuestro grupo le interesan es una gran victoria (reservaremos las palabras adecuadas para nosotros).

Foucault explicó que aun espacios inocentes, como la casa o la escuela, pueden ser arenas de combate donde los significados juegan un rol importante. Por ello, no tengamos miedo a discutir sobre los términos. Enfrentémoslos. Hoy se lucha en torno a una palabra: ideología.

¿Estaríamos mejor sin ideologías? ¿Son todas malas? ¿Existen buenas ideologías? El Diccionario de la lengua española las define como el ‘conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.’. Es un significado claramente neutro. En este sentido todos tenemos ideologías. Estas pueden representar un credo o una visión que consideramos verdaderos y nos interesa promover sobre las cosas, la sociedad, el mundo. Una teoría filosófica, un programa político, incluso una religión pueden servir como tales. Un libro sagrado, como la Biblia o el Corán, deviene en texto ideológico. Así, nadie debe ofenderse por ser tildado de suscribir una ideología.

Sin embargo, probablemente sospechamos —y no sin buenas razones— de los usos negativos y despectivos del vocablo. Primero, una ideología también puede denotar un discurso conscientemente elaborado para engañar a otros y justificar una posición de poder y servir a intereses concretos. Segundo, también reservamos el término para una visión dogmática, invulnerable a las críticas, impermeable a otras perspectivas de la realidad. Las combate y anula. Puede arrastrar pasiones de sus seguidores y ser defendida o, en el peor caso, impuesta con fanatismo. En suma, falsear y tergiversar, junto al negar e imponer (cuando no encender odios e intolerancia) son buenas razones para recelar de ellas.

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Marx temía que las ideas fueran producidas y aprovechadas por los poderes económicos de turno para implantar como buena su visión de las cosas. El sistema capitalista podía ejercer una fascinación sobre la sociedad a través de su ideología que mezclaba valores como el esfuerzo y la laboriosidad, con el egoísmo y el frío cálculo individualista. Hoy la proclama del logro individual, la victoria de los ganadores, la flexibilidad como valor supremo serían criticados por Marx, pues conllevan incluso consecuencias crudamente negativas como la explotación y el aprovechamiento de un reducido grupo de los beneficios del sistema. Pero no es menos cierto que algunos marxistas cayeron ciegos ante su propia ideología. Presos del materialismo dialéctico como la única lectura correcta de la historia, no aceptaban el disenso interno ni la opinión contraria externa. Y ya basta de pensamientos únicos.

Defendamos las ideologías. Echamos de menos las ideologías en otro sentido. Quisiéramos interpretarlas como idearios fundamentales, no fundamentalistas. Hoy el elector promedio de nuestros países no puede elegir porque los partidos modifican demasiado sus propuestas y principios. Se acomodan a lo que más venda. Sobran intereses, faltan ideólogos. Extrañamos programas y valores claves que sean tan precisos como irrenunciables. Con todo ello podríamos saber qué caracteriza a una agrupación política y reclamar congruencia entre sus discursos y prácticas. También serviría para exigirnos a nosotros mismos. Definámonos. Creamos en algo. Apostemos por ello, aun bajo el riesgo de equivocarnos.

Frenemos las ideologías. Ciertamente algunas son peligrosas y no debieran ganar el poder democrático… aunque a veces lo hacen. Las totalitarias y violentas son las más perjudiciales. El nacionalismo, el comunismo, el liberalismo, el ateísmo —palabras queridas por unos y vilipendiadas por otros— y tantos otros “ismos” no son malos per se. Pero algunas de sus variantes y la actuación de grupos económicos, políticos o sociales concretos han resultado desastrosas.

Fundamentalismos

Ni las religiones, han escapado de los excesos ideológicos. Sus versiones fundamentalistas se han enfrentado históricamente, o al menos han tratado a sus fieles, incluso por la fuerza, como siervos y menores de edad que requieren la tutela permanente de los líderes iluminados. En suma, hoy algunos movimientos son tan sinceros en exponer sus creencias que asustan. Con ellos es difícil dialogar, cuando no convivir.

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