La invención de lo común
La invención de lo común
Elisa Fuenzalida

“Hay un temor al espacio público. No es un espacio protector ni protegido. En unos casos no ha sido pensado para dar seguridad sino para ciertas funciones como circular o estacionar, o es sencillamente un espacio residual entre edificios y vías”, escribe el geógrafo y sociólogo catalán Jordi Borja en "Ciudad real, ciudad ideal. Significado y función en el espacio urbano moderno". Barcelona, Los Ángeles y Lima tienen mucho más en común de lo que uno podría figurarse. Son ejemplos de grandes urbes en las que el uso extrafuncional del espacio común es observado con sospecha. Sea porque el sol que baña las calles es un capital reservado al turismo y la inversión privada o porque se considere que la permanencia en la vía pública es cosa de pobres y maleantes, ciudad y agorafobia parecen dos conceptos que viajan a toda velocidad hacia el polo opuesto de la convivencia en comunidad, en una 4x4 con lunas polarizadas. 
     El año 2015 empezó vinculado a fuertes conflictos en relación a las decisiones sobre la configuración del espacio y sus recursos. En el ámbito regional, hubo protestas al respecto en Arequipa, Apurímac e Iquitos.  En Lima, se rechazó el pintado de amarillo de los murales que no cumplían con los criterios estéticos de la gestión Castañeda; se reclamó contra la construcción de un tercer carril de alta velocidad en la Costa Verde; y hubo resistencia organizada, con acampada en la vía pública incluida, ante la construcción del bypass de 28 de Julio y Wilson. Más allá de posicionamientos e ideologías, queda claro que en los últimos años se ha generado un cisma entre la gestión pública del espacio y las personas que lo habitan, cuyas preocupaciones e intereses van más allá de la seguridad y el tráfico de la hora punta. Los parques enrejados, malecones a los que solo se puede ingresar con salvoconducto, calles privatizadas, veredas ocupadas por autos y escaleras intervenidas con amenazantes púas se han convertido en símbolos de una ciudad paranoica y opresiva que ya pocos se animan a defender. Sostenibilidad, medio ambiente, decrecimiento y gratuidad son algunas de las nuevas palabras que intervienen en el debate de lo público; lugares para encontrarse, compartir y descansar de la polución, el ruido y el gasto, lo que se demanda. 

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No son pocas las administraciones que han reconocido la importancia del valor y el cuidado del espacio público. Un ejemplo emblemático se da en la ciudad de Berlín, donde los parques e incluso las propias calles son escenarios de artes, ciencias y manifestaciones de toda clase y abundan los huertos urbanos y parques con zonas reservadas para parrilladas, en los que se puede disfrutar tanto del deporte como de la siesta. Cierto es que el contexto europeo es muy distinto al nuestro, pero recordemos que la Berlín de hoy se construyó desde los escombros de la guerra y sus secuelas: pobreza, trauma, una altísima tasa de desempleo, delincuencia y consumo de drogas duras. 
     En Lima, la apuesta por el espacio público como lugar de encuentro y roce tiene su origen en la autogestión. El Festival Internacional de Teatro de la Calle (Fiteca) viene llevando el carnaval y las artes escénicas a los cerros de Comas desde los ochenta. Hoy, con apoyo de la Municipalidad, se ha convertido en una sólida plataforma de empoderamiento vecinal y recuperación de espacios comunes. La Red de Artistas Barranquinos es también una organización asamblearia de peso, compuesta por vecinos activos en la construcción de su barrio. Entre sus iniciativas se encuentran “Muraliza tu barrio”, que reivindica el valor de las paredes disponibles como lienzos para contar las historias de sus habitantes; “Playa nuestra”, celebrada el pasado 9 de marzo por tercer año consecutivo y cuyo fin es, como explican en las redes sociales, “generar dinámicas de empoderamiento que apoyen la conservación de nuestro medio ambiente y mejoren la relación entre vecinos”; y el festival Barranco, Música para Todos, que cuenta con el apoyo municipal. El debate, desde luego, no es monopolio de la capital. El 2014 tuvo lugar la muestra “Trujillo, ciudad fantasía”, que tenía como tema central la reflexión en torno a las tensiones e intereses que atraviesan la gestión de la ciudad. La exposición fue cerrada de manera intempestiva lo que dio lugar a denuncias de censura y mordaza, ya que la crítica alcanzaba a figuras influyentes, tales como el exalcalde y ahora excandidato a la presidencia, César Acuña. 
     Los parques de San Isidro y quién y en qué condiciones tiene derecho a su disfrute también han sido objeto de debate el año pasado. El programa Cultura Libre se presenta como la posibilidad de una respuesta constructiva para resolver estas tensiones. Su evento más importante, el festival del mismo nombre, tendrá lugar el 2 de abril desde el mediodía hasta la medianoche en el parque Cáceres, como evento de apertura del 85 aniversario de la municipalidad distrital, y contará con músicos locales e internacionales. 
     “Pienso que la experiencia va poco a poco enseñando a los vecinos a ser más tolerantes e inclusivos, se van dando cuenta de que, lejos de hacerlos inseguros, las actividades les dan vida a sus espacios públicos y permiten ir formando comunidad”, señala Soledad Cunliffe, jefa de la Oficina de Cultura de la Municipalidad de San Isidro. “Lima es una ciudad que no usa sus espacios públicos adecuadamente, que no se da cuenta todavía de la importancia de hacerlo. Pero pienso que hay esperanza, las nuevas generaciones están muy comprometidas con el cuidado del medio ambiente y se va viendo un cambio de mentalidad”. 

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