MARTHA MEIER M. Q. @meiermq
Hace tres décadas Juan Pablo II, el Papa Peregrino visitó por primera vez el Perú y El Comercio cubrió sus múltiples actividades de aquel febrero de 1985. En cinco días dejó su huella perenne en ocho ciudades y nuestra sección 175 años recuerda ese paso, en un momento en el que nuestro país sufría el embate de la violencia terrorista de Sendero Luminoso y del MRTA. En esa coyuntura el Papa llegó hasta el corazón mismo del horror: Ayacucho, donde invocó a cambiar el rumbo y buscar la paz. Ese fue el año cuando llegó también a la selva y dijo aquello de “El Papa es charapa”.
Juan Pablo II fue autor de una encíclica que cobra hoy más vigencia que nunca: “Evangelium Vitae”, un claro llamado a luchar por la vida en un mundo inmerso en la cultura de la muerte.
“Hoy este anuncio es particularmente urgente ante la impresionante multiplicación y agudización de las amenazas a la vida de las personas y de los pueblos, especialmente cuando esta es débil e indefensa. A las tradicionales y dolorosas plagas del hambre, las enfermedades endémicas, la violencia y las guerras, se añaden otras, con nuevas facetas y dimensiones inquietantes […].
Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano, a la vez que se va delineando y consolidando una nueva situación cultural, que confiere a los atentados contra la vida un aspecto inédito y –podría decirse– aún más inicuo ocasionando ulteriores y graves preocupaciones: amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual, y sobre este presupuesto pretenden no solo la impunidad, sino incluso la autorización por parte del Estado, con el fin de practicarlos con absoluta libertad y además con la intervención gratuita de las estructuras sanitarias.
En la actualidad, todo esto provoca un cambio profundo en el modo de entender la vida y las relaciones entre los hombres. El hecho de que las legislaciones de muchos países, alejándose tal vez de los mismos principios fundamentales de sus Constituciones, hayan consentido no penar o incluso reconocer la plena legitimidad de estas prácticas contra la vida es, al mismo tiempo, un síntoma preocupante y causa no marginal de un grave deterioro moral”.
Palabras buenas que es bueno recordar en tiempos donde el relativismo moral impera, confundiendo a las nuevas generaciones.