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Jaime Bedoya

Hay una manera de facilitar que el señor Pedro Pablo Kuczynski pueda llegar al cielo según su checklist, relación con apenas uno o dos ítems pendientes.

Debe aclararse que esta facilitación no tiene absolutamente nada que ver con la terminación, natural o no, de la existencia. Por el contrario, esta vía pacífica de llegar al reino de los cielos tiene que ver con las enseñanzas vertidas —dos veces1— en las Sagradas Escrituras. Releamos Lucas 18, 30:

“Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja que entrar un rico en el reino de Dios”.

En virtud de sus circulares habilidades empresariales y su ágil cintura para gambetear entre lo público y lo privado, el señor Kuczynski cumple a cabalidad con el postulado de riqueza. Ahora es cuestión de que camello y aguja lleguen a un entendimiento. Como diría el contador de Westfield Capital, where there’s a will, there’s a way.

Una primera opción sería llevar a la práctica lo que el formidable escritor mexicano Juan José Arreola presenta en su cuento “En verdad os digo”2. Eso supondría ahondar en los experimentos del excéntrico inventor Arpad Niklaus. Este había dedicado sus investigaciones a un fin caritativo y radicalmente humanitario: la salvación del alma de los ricos.

Para tal efecto tenía planeado desintegrar un camello y convertirlo en un flujo milimétrico de electrones que sin ninguna dificultad atravesaría el minúsculo ojo de la aguja. Un aparato recogería esos electrones organizándolos en átomos, estos en células, hasta reconstruir íntegramente el camello al otro lado.

El problema es que, al momento en que Arreola describe la propuesta, Niklaus solo cuenta con el camello y la aguja. Nada más. Por lo que su misión es la recolección generosa y prolongada de donaciones para costear el equipamiento atómico. Esto abría dos caminos, el éxito o el fracaso.

El éxito supondría entreabrir la puerta de san Pedro a los millonarios. El fracaso, también. Pues estos, esquilmados de sus fortunas por las transferencias hechas a favor del proyecto de Niklaus, acabarían sus días sumidos en la pobreza ya sin el lastre de cobre que, discriminatorio, les reduce las posibilidades de salvación eterna.

Pero existe otra opción quizá más realista. Mediante un feliz acuerdo con la justicia peruana a manera de amortización de su reparación civil, Odebrecht podría construir una aguja gigante de amplísimo ojo, suficiente para acoger un elefante, por si acaso. El destino indiscutible de este artefacto sería al lado del Cristo del Pacífico, en el Morro Solar.

Dos tribunas portátiles —una popular para los vecinos chorrillanos del morro y otra vip para el señor presidente y sus invitados— acogerían a una multitud que atestiguaría este humilde pero significativo cumplimiento del precepto bíblico.

El resto, lo más fácil, sería posible mediante un helicóptero que recogiera al dromedario del Parque de las Leyendas, y un sistema de grúas que resolviera con holgura el salvador paso del mamífero por el ojo de la aguja brasileña.

El momento cumbre, en medio de aplausos, fuegos artificiales y el posible desconcierto del camello, sería cuando de tribuna a tribuna el señor Kuczynski pudiera mirar a los ojos a su pueblo y sentirse como ellos, un digno hijo de Dios.

Luego la escolta presidencial lo desplazaría raudamente al Lima Golf para aprovechar los últimos días de sol que le quedan a marzo.

1. Mateo 19, 24.
2. Incluido en Confabulario definitivo, 1952.

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