Michael Moore: La nueva invasión
Michael Moore: La nueva invasión
Claudio Cordero

“Otro mundo es posible y necesario”. Con esta frase—un sereno llamado a la insurgencia—, el director inglés Ken Loach cerró su discurso de agradecimiento en el reciente Festival de Cannes. Doce años atrás, ese mismo escenario tuvo como protagonista a otro militante de izquierda. Michael Moore se alzó entonces con la Palma de Oro por "Fahrenheit 9/11" (2004). Ese evento significó la coronación de Moore como el documentalista más sensacional del momento, o el más sensacionalista, en opinión de sus detractores. Más allá de los gustos personales, es innegable que, cuando se escriba la biografía definitiva de Michael Moore, la primera década del siglo XXI será recordada como la más exitosa y relevante de su carrera. Entre "Bowling for Columbine" (2002) y "Capitalismo: una historia de amor" (2009), ganó un Óscar, popularizó el género documental como nadie lo hizo antes, se convirtió en líder de opinión de la aldea global —publicó varios best-sellers de no ficción— y en perseguidor estrella del presidente George W. Bush. Tal vez Moore necesitaba una bestia negra, un enemigo formidable que inspire sus diatribas más ácidas. El desgaste de su discurso provocador coincidió con el arribo al poder de Barack Obama. El sueño americano había resucitado de sus cenizas. 

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Tras el retorno de los demócratas a la Casa Blanca, Moore se tomó una pausa en su labor como documentalista, lo que no quiere decir que hibernó por seis largos años; se mantuvo activo en redes sociales y en el 2011 lanzó su autobiografía: "Cuidado conmigo: historias de mi vida". La acogida rozó la indiferencia. Se rumoreó que su siguiente movida sería en el mainstream de Hollywood, que pronto veríamos un thriller firmado por él. Hasta que finalmente, a mediados del año pasado, Moore anunció que había rodado un documental en secreto, con un equipo técnico reducido, y que estaba listo para estrenarlo. El nombre del nuevo largometraje parecía anunciar un retroceso a las trincheras de "Fahrenheit 9/11", otra revisión crítica a la política exterior de los Estados Unidos y su “Guerra contra el Terror”. Aunque el afiche de "¿Qué invadimos ahora?" (2015) muestra al cineasta de 62 años rodeado de oficiales del Pentágono—todos con expresión de preocupación o desconcierto—, en realidad es lo más cercano en su obra a una película de vacaciones, a tal punto que está estructurada como un catálogo de viajes, con la diferencia que aquí los lugares turísticos brillan por su ausencia.
    La premisa de "¿Qué invadimos ahora?" es quizá la más ocurrente en toda su filmografía, superando incluso a "Roger y yo" (1989). En su laureada ópera prima, salía en búsqueda del presidente de General Motors, sindicado como responsable de la depresión económica de Flint, ciudad natal del documentalista. La gracia del cuento residía en la imposibilidad de que se produjera dicha confrontación. Esta vez Moore juega con poner sus talentos al servicio del imperio —los militares norteamericanos están desesperados porque sus últimas guerras han terminado en fracasos— y enrumba hacia Europa en misión patriótica. Como buen agente del Departamento de Defensa, deberá avasallar al ‘enemigo’, arrebatarle sus bienes más preciados y darle lecciones sobre democracia. Es el ejército de un solo hombre, pero nuestro soldado no teme asaltar estas sociedades del bienestar y extraer sus fórmulas secretas. Como podrán deducir, es un filme de naturaleza lúdica cuyo modus operandi es similar al de "Sicko", su película del 2007, acerca del deplorable sistema de salud en Estados Unidos. Nuevamente Moore busca recolectar pruebas en el extranjero de que su país no es el mejor lugar para vivir, y que su presente refleja una perversión del sistema.
    Se trata del trabajo más accesible de Michael Moore, el más divertido y el menos anclado a su discurso ideológico, a tal punto que puede disfrutarse como una comedia de capítulos absurdos, cada uno más surreal que el anterior, aunque nada supera a la prisión de máxima seguridad en Noruega, un panóptico que habría hecho delirar a Michel Foucault. El giro magistral es que el absurdo no está en Noruega, Islandia o Eslovenia, sino en nuestra realidad inmediata. El humor opera como un recordatorio de nuestro fracaso como sociedad; las risas nacen de la incredulidad, del asombro de descubrir que, en algún lugar del mundo, la calidad de vida de las personas está por encima de todo. El respeto de los derechos laborales, el libre acceso a la educación, la formación de valores humanos y culturales… todos estos aspectos están abordados de forma ágil e irreverente, con fina vena satírica. El humor se convierte en vehículo para las reflexiones más serias, como aquella escena en la que Moore —caracterizando al estadounidense arrogante y pragmático— anuncia a la ministra de Educación de Finlandia que en su país —el más poderoso de todos— la poesía ha sido desterrada de los colegios “porque no sirve”. Es un momento terrible e hilarante a la vez ya que Moore suelta la bomba sin anestesia, obteniendo como respuesta el rostro consternado de la ministra, material precioso para cualquier director. Seas de derecha o de izquierda, "¿Qué invadimos ahora?" sacudirá su conciencia política. 

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