Parece ser un consenso entre psicólogos y filósofos afirmar que tanto la mentira como el autoengaño son inherentes a la condición humana. Por ejemplo, una madre puede convencerse de que su hijo consume drogas, a pesar de una abundante evidencia que demuestre lo contrario, o un hombre puede pensar que la chica que le gusta se está haciendo de rogar, por lo que la invita a salir insistentemente. En ambos casos, escribe el filósofo Jesús Coll, investigador de la Universidad de Murcia, “el engañador y el engañado se funden en la misma persona”.
Sin embargo, hay niveles. No es lo mismo que una mujer se niegue a reconocer que su esposo la engaña, a pesar de encontrar la boleta de un hotel en su billetera, que negar el Holocausto, la pandemia o la violencia contra la mujer. En ese sentido, el antropólogo francés Didier Fassin diferencia la negación del negacionismo: mientras la primera supone no reconocer la realidad y la verdad, la segunda es una posición ideológica a través de la cual el sujeto reacciona sistemática y hasta políticamente contra la realidad y la verdad.
Del autoengaño al negacionismo hay un paso.
La pandemia
La más reciente ola negacionista llegó con la pandemia de COVID-19. A pesar de los más de cien millones de casos en el mundo, grupos conservadores restan importancia a la pandemia; se movilizan contra las vacunas; cuestionan el uso de mascarillas, la cuarentena y el distanciamiento social.
En el artículo “Libertad para matar: la cruzada de los negacionistas de la pandemia”, el filósofo y docente de la Universidad de Murcia Antonio Campillo analizó el problema desde tres ángulos: el político, el tecnológico y el ético. Sobre el primero, señala que hay estrategias geopolíticas de desinformación diseñadas por diferentes países —menciona, por ejemplo, el movimiento QAnon apoyado por Trump para difundir noticias falsas y fomentar la confrontación social—. El segundo, más bien, tiene que ver con la proliferación de noticias falsas a través de las redes sociales y que están, en segundos, al alcance de nuestra mano.
El ángulo ético y psicológico es interesante. Campillo menciona que, en los últimos años, se han multiplicado los estudios sobre sesgos cognitivos, y que uno de ellos es el sesgo de confirmación. Este lleva a una persona a filtrar e interpretar la información para que confirme sus prejuicios más ciegos y sus emociones más primarias. “Muchos individuos niegan una realidad que los desconcierta, sea el cambio climático o la pandemia, o bien aceptan solo algún detalle marginal con el fin de dar apariencia de realidad a sus propias ilusiones”, añade.
El Holocausto
Aunque parezca imposible, el ejemplo de negacionismo por excelencia tiene que ver con el Holocausto. En Alemania, hay una ley que sanciona a quienes niegan el genocidio nacionalsocialista, y la sanción va desde una multa hasta cinco años de cárcel. Sin embargo, los negacionistas del Holocausto no están solo en dicho país, sino que están dispersos por el mundo, y su mayor representante es David Irving, un escritor revisionista británico.
En el artículo “El debate en torno a David Irving y el negacionismo del Holocausto”, el investigador José Rodríguez Jiménez sostiene que, en la actualidad, Irving tiene mucho más de activista político que de investigador histórico, pero no siempre fue así. “Aunque no procede del mundo académico, había obtenido décadas atrás un éxito considerable con varios estudios del nazismo que no permitían adivinar la evolución de su obra”, dice. Fueron sus textos iniciales los que le permitieron aparecer en numerosos medios de comunicación, en los que ha ofrecido la imagen de un “honesto, serio y objetivo historiador”. Hoy se presenta como un converso a la causa de los negacionistas y, según Jiménez, se ha vuelto la principal autoridad dentro de este movimiento.
No obstante, vale aclarar que el negacionismo no nación con Irving. De acuerdo con Jiménez, las base de la negación del genocidio cometido por el nazismo sobre los judíos se escuda en la ausencia de documentos que ordenen explícitamente la matanza, pues los nazis se cuidaron de usar eufemismos como “internamiento”, “trabajos forzados” y “solución final de la cuestión judía”, más o menos el mismo argumento que se usa cuando se pretende exculpar en el Perú al expresidente Alberto Fujimori.
El cambio climático
“Podemos rastrear el origen del negacionismo hasta cuando Nicolás Copérnico dijo que el Sol era el centro del universo”, señala Fernando Bravo, docente del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP y especialista en cambio climático.
El profesor Bravo cree que el poco entendimiento de los procesos científicos es uno de los motivos para negar el cambio climático. Los otros motivos son la resistencia de poderes políticos y económicos. En este campo, explica, hay matices negacionistas: quienes lo niegan de plano, quienes no lo consideran importante, quienes creen que la ciencia se encargará después de resolver este problema o quienes creen que es una exageración.
¿Cuál es la consecuencia de esto? “La crisis climática sigue avanzando, se le resta importancia a la ciencia, no se llegan a acuerdos intergubernamentales y no se pasa del discurso a la acción”, explica Fernando Bravo.
Violencia de género
Negar la violencia contra las mujeres es una de las novísimas formas de negacionismo, nacida como respuesta a movimientos como #NiUnaMenos. En el artículo “Nuevo mapa de los mitos sobre la violencia de género en el siglo XXI”, las investigadoras españolas Esperanza Bosch-Fiol y Victoria Ferrer-Pérez señalan que quienes niegan la existencia de la violencia de género consideran que esta es una exageración creada para perjudicar a los hombres, especialmente en los litigios de separación, divorcio y custodia.
En el mismo estudio añaden que visibilizar la violencia de género como problema social y no privado ha sido un proceso largo y complejo, y que negar su existencia puede suponer retrocesos, por ejemplo, institucionales al cuestionar asuntos como los recursos que se destinan a su prevención. O como la apuesta por el enfoque de género.
No en vano se ha dicho que el negacionismo de la historia no es otra cosa que una manifestación del malestar de la cultura.
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