Trabajo de Roberto Romero, organizador de la XVIII Convención Internacional de Origami, realizada en Cusco. [Foto: Facebook de la Asociación Origami Cusco]
Trabajo de Roberto Romero, organizador de la XVIII Convención Internacional de Origami, realizada en Cusco. [Foto: Facebook de la Asociación Origami Cusco]
Katherine Morales

Un niño de diez años, retraído y de aspecto delicado, prefería quedarse en casa jugando con su primo. Tampoco era que tuvieran otra opción, por esos tiempos se desarrollaba la guerra carlista en España. El niño y su primo tapaban las ventanas con colchones para protegerse de las balas. En ese ambiente abrumador se distraían fabricando pajaritos de papel.

Cuando creció, este niño se hizo célebre por su literatura, pero nunca abandonó ese arte que conocía como cocotología, del francés cocotte, que significa gallina, ave pequeña. Se trata de Miguel de Unamuno, a quien, en sus ratos libres, era habitual verlo tomar una hoja de papel y convertirla en un elegante pajarito, pasatiempo por demás terapéutico. En 1902 publicó Amor y pedagogía, a cuyo personaje principal, Fulgencio, se le atribuye haber escrito Apuntes para un tratado de cocotología. En el breve tratado Unamuno relata la perfección del origami: “He de empezar por el estudio de la embriología de la pajarita de papel, a partir del cuadrado primitivo de papel que es el óvulo de donde la pajarita habrá de desenvolverse. Y tal óvulo tiene que ser por fuerza cuadrado, lo más perfectamente cuadrado que quepa, sin que sirva que sea un cuadrilátero o paralelepípedo, pues de este no sale más que un monstruo".

Posiblemente Unamuno fue el responsable de la gran expansión del origami en España, donde se encuentra, por ejemplo, la Escuela-Museo de Origami Zaragoza (EMOZ), un espacio que cuenta con 1.200 figuras donadas por los mejores plegadores del mundo. Con Unamuno la cocotología también llegó a Latinoamérica. Una década después de la publicación de Amor y pedagogía, sin embargo, nació en Japón la máxima leyenda del arte: Akira Yoshizawa.

Guepardo, creación de Ares Alanya, invitado peruano de la Convención de Origami. [Foto: Archivo personal]
Guepardo, creación de Ares Alanya, invitado peruano de la Convención de Origami. [Foto: Archivo personal]

Yoshizawa descubrió su amor por papel a los cuatro años, cuando una vecina le regaló una figura mientras su mamá estaba enferma. Para él, la construcción de cada pieza requería estudio y meditación y un ambiente de armonía en el que había que dialogar con el papel. Con esta filosofía llegó a realizar hasta 50 mil figuras. “Antes de Yoshizawa todo era memoria. Él creó una nueva simbología universal de cómo llegar técnicamente a una figura, y así un libro de origami japonés es leído por cualquiera en cualquier parte del mundo”, explica Jorge Contreras, vicepresidente de la Asociación Peruana de Origami.

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En el Perú, los primeros en practicar el origami fueron las familias inmigrantes japonesas. Sus niños han sido criados en el arte del doblado que se sigue transmitiendo de generación en generación. Así llegó ese saber al poeta José Watanabe.

Su maestro fue su padre, el pintor Harumi Watanabe, quien cada Navidad solía decorar el nacimiento familiar con cartones y papeles que convertía en paisaje, animales, árboles. José prefería doblar pajaritas. “Nunca podía estar con las manos quietas. Cuando estaba procesando alguna idea se ponía hacer algo con las manos y así dejaba que su cerebro vuele. Doblaba siempre los papeles, a veces sin una idea de cómo terminaría”, recuerda su hermana Teresa.

El arte de doblar papel se expandió en Lima en los setenta, cuando un grupo solía reunirse cerca al colegio Guadalupe para practicarlo. Luego se formaron el Centro Latino de Origami, la Asociación Educativa Origami Perú, Origami Cusco, etc. El 2014 nació la Asociación Peruana de Origami y el 2017 Tinkuy Origami. Además, pues existen muchos jóvenes dobladores en Huancayo, Trujillo y Puno.

Las posibilidades que da el papel son infinitas: un guepardo puede necesitar más de 300 dobleces y, un dragón de tres metros, utilizar un papel de 50 por 50 metros. Sin embargo, para algunos artistas la maestría implica un reto mayor: “La idea es que se use una sola pieza, que no se fusionen, no se utilice pegamento ni se corte”, explica Juan Kabaqui, presidente de la Asociación Peruana de Origami. Para otros, el uso del papel es la única condición.

El origami no tiene límites, el potencial del papel permite crear figuras de todo tamaño y estilo. Así lo demostró el artista Sipho Mabona cuando el 2014 construyó un elefante blanco a escala real en el museo KKLB en Suiza. Con un papel de 15 por 15 metros y después de cuatro semanas de trabajo, logró modelar el animal de más de tres metros de altura y un peso de 250 kilos.

"Llama", de Beth Jhonson, invitada internacional de la XVIII Convención Internacional de Origami, [Foto: Facebook Beth Johnson Origami]
"Llama", de Beth Jhonson, invitada internacional de la XVIII Convención Internacional de Origami, [Foto: Facebook Beth Johnson Origami]

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Contrariamente a lo que nos haría suponer el centralismo, el origami no tiene su mayor acogida en Lima sino en el Cusco, que suele convocar a artistas de distintos países como Jorge Pardo, fundador de la EMOZ; y el nicaragüense Aldo Marcell, biólogo que se caracteriza por sus diseños de orquídeas y dalias. Ahí se desarrolló durante la semana que acaba de terminar la XVIII Convención Internacional de Origami.

Asisitieron origamistas como la estadounidense Beth Jhonson, conocida por sus figuras de animales; y la brasileña Isa Klein, especialista en origami modular, es decir, creación piezas geométricas. Además, hasta el miércoles 18 se puede visitar las exposiciones en la Escuela Bellas Artes Diego Quispe Tito y en el Icpna de esa ciudad, donde se presentan alrededor de 250 figuras de papel.

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