Primicias del buzo pijama, de Jaime Bedoya
Primicias del buzo pijama, de Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

En unas declaraciones a la prensa hechas poco más de una década atrás y que dejaran un imperecedero impacto en la opinión pública, el señor Pablo Villanueva Branda (1) dijo que —para él— la felicidad era orinar bajo el agua.

Con el debido respeto que su opinión merece, y a la luz de largos años de meditación, acaso sea el momento de plantear una alternativa disruptiva a dicha afirmación. Si bien la mencionada liberación de emanaciones dentro de un contexto líquido ofrece unas sensaciones únicas de flujos y densidades, su goce es fugaz por naturaleza. En cambio, hay una experiencia cada vez más asentada en la sociedad contemporánea que ofrece satisfacción más prolongada y consistente: dormir en buzo pijama.
    
El pijama, aporte que la humanidad jamás tendrá cómo agradecer debidamente, conquistó el mundo occidental literalmente en un abrir y cerrar de ojos. El solo concepto de optar por ropas de confección sedosa y holgada al momento del reposo resultó imbatible a pedantes incivilizados que oscilaban entre la acumulación de mantas y la tristeza de la desnudez solitaria como únicos recursos nocturnos.

Pero al buzo pijama nadie lo vio venir. La prenda, más apropiadamente identificada por el nombre de sudadera,  merodeó bajo el radar desde la década de los ochenta. Entonces la práctica del deporte se empezaba a volver una obsesión doméstica. La consuetudinaria proclividad humana hacia la ociosidad y la cochinada lograron que, una noche, un pionero anónimo decidiera no cambiarse la ropa de deporte para dormir. Grandes descubrimientos se han hecho por accidente o desaseo, como el pega-pega y la penicilina.

El gran avance en la consolidación del buzo pijama como referente canónico ha sucedido en estos días de infausta eventualidad política. Se manifestó al momento de la captura del exasesor Martín Belaunde Lossio. Este, al referirse a los pormenores de su captura , relató que los hechos lo sorprendieron cuando “estaba con buzo de pijama” (2). Estaríamos ante la primera mención pública del término dentro de un marco noticioso trascendente y, por tanto, digno de registro histórico.

Muchas de las mejores horas del ser humano le acontecen cuando asume la posición horizontal. Y casi siempre en una cama. Las horas de sueño suponen lo que Borges, en su arte poética, llama “la muerte nocturna”, espacio de inexistencia confortada por el paliativo onírico. Regodearse en este territorio entre dos mundos enfundado en la distendida y protectora calidez de un buzo pijama debe ser una de las experiencias cumbre que la vida permite: el sopor como inmortalidad simbólica. El buzo pijama, su uniforme.

(1) Melcochita.
(2) Su sintaxis, comprensiblemente, se ve afectada por los acontecimientos. Algo similar sucedió con la expresión “colgando de los pies” y/o “colgado de los pies”, con lo que se puede presumir que quiso aludir a un suicidio involuntario antes que a un ejercicio propio de  La Tarumba.

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