Registro nacional de derechos de autor: obras registradas
Registro nacional de derechos de autor: obras registradas
Redacción EC

La sala está climatizada como una cabina de avión. En unos gigantescos anaqueles móviles, a menos de 20 grados de temperatura y 45% de humedad, se guardan miles de obras —entre libros, manuscritos, documentos, pinturas, grabados, fotografías, partituras, discos, casetes y DVD—. Trabajos que han sido dejados por sus autores o herederos desde hace más de un siglo —se han contabilizado 56.497 registros—; y que son una muestra representativa de la memoria cultural producida en el país en todo este tiempo.

Estos estantes pertenecen al Registro Nacional de Derecho de Autor de Indecopi, una oficina que hasta 1992 dependió de la Biblioteca Nacional y que desde entonces está a cargo del instituto que protege al consumidor y la propiedad intelectual. Aquí no solamente se archiva material publicado, sino se guardan también obras inéditas. En estos anaqueles se puede ver fólderes anillados, hojas empastadas, manuscritos que alguna vez fueron registrados pero que nunca llegaron a publicarse. Este dato es importante: “Al haber sido dejadas en custodia —dice Fausto Vienrich Enríquez, director de la Dirección de Derecho de Autor—, sus creadores han expresado su voluntad de no quererlas publicar. Por esta razón estas obras no pueden ser vistas ni reproducidas, a menos que haya una autorización de sus propietarios o herederos, o que ya hayan pasado a dominio público”.

Según nuestra legislación, el derecho patrimonial está protegido durante toda la vida del autor hasta 70 años después de su fallecimiento. Luego de ese tiempo, toda obra pasa a ser patrimonio cultural común y cualquier persona o institución puede difundirla en beneficio de la sociedad. Por eso el funcionario cuenta que desde el 2015 su oficina ha iniciado un inventario para determinar qué obras han pasado a esta condición, y espera que pronto puedan entregar el listado respectivo. 

Aunque la propiedad intelectual es tácita e inscribir una obra en el Registro Nacional de Derecho de Autor no es obligatorio (Mario Vargas Llosa, por ejemplo, solo ha inscrito un prólogo y La fiesta del Chivo), hacerlo le otorga a un determinado creador una garantía adicional: puede tener un mayor elemento de prueba ante algún juicio por plagio o por si alguna vez alguien pone en duda su autoría.

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Las primeras obras que ingresaron al archivo datan del 7 de diciembre de 1914. Ese día se consignaron dos tomos del Nuevo diccionario de la legislación peruana, del historiador, poeta y abogado Germán Leguía y Martínez —primo hermano del presidente Augusto B. Leguía, para más señas— y los Lineamientos de una legislación rural, del jurista y diplomático Alberto Ulloa Sotomayor. A partir de entonces, la lista es ya interminable. El personal del archivo pone sobre la mesa algunas joyas. Un tomo de las Tradiciones peruanas de Ricardo Palma, de la editorial Mercurio; décimas de Nicomedes Santa Cruz de los años setenta, que llevan impresas las partituras para ser cantadas; una edición de La palabra del mudo, de Julio Ramón Ribeyro, que el editor Jaime Campodónico inscribió un día después de la muerte del escritor, en diciembre de 1994.

Entre otras piezas, destacan dos bellos grabados de mujeres campesinas del artista arequipeño Teodoro Núñez Ureta y partituras de Felipe Pinglo —de los valses “Sueño de opio” y “El plebeyo”—; además de discos de Chabuca Granda, Óscar Avilés e íconos de la cumbia peruana, como Vico y su Grupo Karicia y Juaneco y su Combo.

En el archivo también figura el registro de 95 fotografías de Martín Chambi.
Sin embargo, quienes las inscribieron no dejaron los originales sino fotocopias. Dentro de un fólder, con una cronología del fotógrafo nacido en Coaza, Puno, se adjuntaron las copias de imágenes emblemáticas como tres de sus autorretratos y otras tituladas “Novia burguesa de Cusco”, de 1928; el retrato del presidente Luis Sánchez Cerro, de 1931; “Familia Chambi López”, de 1932; y “Joven mendigo”, de 1934.

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“El derecho de autor protege las obras con rasgos de originalidad”, explica Vienrich. Al respecto existen muchas confusiones. El representante cuenta que algunas personas han querido inscribir desde glosarios del diccionario hasta partes de la Biblia. “Hay personas que creen que, si escribieron una obra sobre el amor y el odio, ya nadie puede tocar estos temas —cuenta el funcionario —. ‘Se copió mi idea’, dicen. A veces es difícil explicarles que no se protegen ideas, sino la forma en que estas se expresan. Es decir, cómo son presentadas o narradas en un libro o en una película”.

Sin embargo, en el archivo existen algunas rarezas: un patólogo ha registrado en 13 tomos los resultados de los análisis de sus muchísimos pacientes. “En este caso se debe haber protegido la forma en que los datos han sido recogidos”, explica Cora Panaifo, historiadora del archivo y experta en gestión del patrimonio cultural. Así, desde manuscritos de inicios del siglo XX hasta registros online, este archivo guarda muchos secretos. Por ahora está abierto solo a investigadores. Sin embargo, a través de un , se puede acceder a una base de datos que contiene información sobre los registros de obras, autores y títulos.

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