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Silvia Westphalen: "Improvisar está en la base de mi trabajo" - 1
Jorge Paredes Laos

La galería parece un bosque de piedras blancas. De piedras que se abren como rosas a los ojos del espectador y dejan ver sus hendiduras y pliegues, como si hubieran sido modeladas por un viento caprichoso o por la rítmica fuerza del mar. Piedras verticales como lanzones o planas cual pequeños altares milenarios. Hay algunas —muy pocas— oscuras que parecen atrapar la luz en sus centros rugosos, y otras que reptan por el piso como ríos de verano. Cada una de estas esculturas marca una etapa en el trabajo creativo de Silvia Westphalen (Roma, 1961), una artista que por más de tres décadas ha venido explorando las posibilidades infinitas del mármol o la piedra de Huamanga.

La exposición Las edades de la piedra se puede apreciar en la galería Germán Krüger Espantoso, del Ipcna de Miraflores, hasta el próximo 9 de abril.

Naciste en Roma y después de un paso por Lima te formaste como artista en Portugal. ¿Cuánto pesó tu experiencia europea en el desarrollo de una obra que dialoga muy bien con lo precolombino?
Yo creo que esas dos influencias —la de Europa y la del Perú— han sido muy importantes para mí. De hecho pasé parte de mi infancia aquí, desde los tres años hasta los diez, y me dio recuerdos muy fuertes que me han acompañado siempre. Después, pasé un tiempo en Italia, en México y en Portugal, y ahí comencé a formarme como escultora, y es entonces cuando descubrí la piedra. Era un material muy abundante en Portugal y muy fácil de conseguir. Había mármoles lindísimos. Yo me quedé en Europa hasta 1992, cuando decidí volver al Perú. Y lo precolombino, como dices, también fue decisivo. Es algo que siempre me ha fascinado. Mi papá [el gran poeta Emilio Adolfo Westphalen] fue profesor de culturas precolombinas en San Marcos y en la casa había muchos libros sobre el tema. Creo que se trata de culturas que alcanzaron un arte muy sublime en contacto con la naturaleza.

¿Decides volver al Perú por motivos más personales que artísticos?
Son varias cosas que se juntaron. Pero de hecho tenía ganas de estar cerca de mi padre, que ya no estaba muy bien de salud. Y, por otro lado, siempre me sentí extranjera en Portugal. Tenía ganas de volver y de identificarme con los paisajes y la cultura peruana.

¿Cómo definirías la relación con tu padre? ¿Qué recuerdos guardas de él?
De hecho fue una relación que se profundizó más después de la muerte de mi madre. Mi mamá murió cuando yo tenía 15 años, y entonces me acerqué más a mi padre. Siempre lo recuerdo por el gran amor que tenía hacia el arte: solía llevarme a ver exposiciones y a librerías; recuerdo haber pasado horas ahí. Creo que en esos momentos era cuando a mi padre se le veía más feliz.

A diferencia de otros escultores, tú no transformas el material que utilizas, sino que estableces un diálogo con él…
Sí... para mí el material es algo que aporta mucho. A mí siempre me ha gustado partir de la forma de la piedra. Para mí una obra nunca es una idea preconcebida que primero dibujo y luego busco el material que necesito, sino que sucede al revés: encuentro una piedra, la llevo al taller, la tengo ahí por un tiempo y voy pensando qué hacer con ella. La improvisación está en la base de mi trabajo y eso me gusta mucho. Yo creo que eso se percibe en mis esculturas, pues las formas son muy parecidas a las que tenía la piedra antes de ser intervenida.

Se ha dicho que tus esculturas son como huellas dactilares, ninguna es igual a otra.
Todas son distintas, todas te dan sorpresas, y por eso creo que he logrado permanecer tanto tiempo con un mismo material, porque cada vez es diferente. Yo utilizo el mármol, la piedra de Huamanga, y digamos que todas son piedras similares por su dureza. Yo descubrí el placer de trabajar la piedra, como dije, en Portugal, y los artistas ahí tenían una técnica que les permitía avanzar muy rápido en el proceso; no era como yo imaginaba: algo muy lento, de ir tallando la piedra con el cincel y el martillo. Por eso yo no golpeo la piedra, sino que trabajo con amoladoras y discos diamantados con los que voy cortando y cortando. Eso me permite lograr estas formas delicadas. Trabajo tantos años con estas máquinas que son como lápices para mí, y me permiten ‘dibujar’ la piedra por varios lados.

Tu taller está ubicado en Lurín, cerca del santuario de Pachacámac, por eso quería preguntarte tu opinión acerca de la construcción del nuevo Museo Nacional de Arqueología (MUNA), algo que ha generado polémica en los últimos tiempos.
No me parece el lugar apropiado para hacer un museo de ese tipo. Yo creo que un museo nacional debería estar en la ciudad para que sea accesible para todos, y no en un lugar al que no se puede llegar fácilmente.

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