Percy Encinas

Tres cuestiones previas. Primera: Al teatro no lo han vencido pandemias, guerras, catástrofes ni dictaduras. El teatro, como todas las prácticas íntimamente enraizadas en la sociedad, vinculado a la evolución del homo sapiens, que sintetiza algunos de sus más caros imperativos como especie, ha sobrevivido milenios y sobrevivirá a esta pandemia, sin duda.

Segunda: Ahora que parece impresionar a muchos el uso de tecnología en la transmisión de historias escenificadas por teatristas, es bueno recordar que el teatro, desde que pudo ser documentado, la ha venido usando. Artificios técnicos para generar efectos pero también para conseguir la transmisión a públicos más amplios. Desde inventivas a favor de la acústica de los griegos, pasando por los artefactos de los juglares itinerantes de la baja Edad Media o las parafernalias de complejas poleas que hacían bajar ángeles del cielo o levitar personajes alegóricos del teatro evangelizador (los Autos sacramentales de la Contrarreforma podrían dejar boquiabiertos a espectadores de hoy).

¿Se imaginan cómo sacudió al teatro la llegada de la luz eléctrica? Su progresiva influencia transformó no solo la disposición escénica y los horarios de las funciones sino, la misma concepción dramatúrgica y los diseños que permitieron el surgimiento de propuestas revolucionarias como las de Gordon Craig. No, el uso intenso de las tecnologías no es nuevo. Lo recuerda Claudia Villegas-Silva en su libro (Santiago, 2017). Lo que quizás sea nuevo (y provisional) es la centralidad que hoy asume la tecnología entre los teatristas impedidos de recibir público en el mismo espacio. Usan la transmisión digital, generalmente en vivo vía streaming, como único medio para ofrecer el hecho escénico.

En este ensayo, Claudia Villegas-Silva explora la relación del teatro con la tecnología.
En este ensayo, Claudia Villegas-Silva explora la relación del teatro con la tecnología.

Tercera: Hay teatristas que han hecho de la crisis una oportunidad. O, al menos, lo intentan. Otros muchos, no. Hay que defender el derecho de todos a decidir qué hacer o no en esta crisis. De quienes deciden explorar y producir obras para la transmisión on line. De quienes eligen o crean relatos y diseñan sus puestas para específicos formatos del streaming. De quienes no encuentran motivación en crear para esos medios. De quienes han decidido usar sus energías en otros quehaceres que poco o nada tengan que ver con el teatro, urgidos por resolver cuestiones de supervivencia en un país que no solo no les da facilidades para el trabajo artístico sino que, ahora, por el estado de emergencia, les prohíbe siquiera intentarlo del modo habitual en que lo hacían. Muchos de ellos se han mantenido por años enhebrados con otras actividades familiares, sostenidos por ingresos de su núcleo más íntimo de personas, muchas de las cuales también han quedado quebrados por el desempleo súbito sino por el contagio letal del Covid-19.

Pero también el derecho de los públicos. A probar y, quizás, repetir la experiencia. Como, felizmente, está sucediendo. A conservar ese teatro e incorporarlo a su consumo incluso cuando se abran las salas. Eso dependerá, como siempre, de si el teatro transmitido por streaming es capaz de potenciar sus ventajas (que las tiene) y ofrecer experiencias significativas.

Dos tipos de teatro

¿Qué comparativa podemos constatar hasta ahora entre ambos modos de teatro? En un con colegas de otros países propuse los siguientes puntos que resumo aquí.

1) En el teatro convivial, espectadores y artistas comparten el mismo momento (en vivo) y un espacio contiguo. Suele decirse que es el mismo espacio pero strictu sensu, son espacios contiguos. Que relieva el contacto sensorial y eso es irremplazable. En el teatro tecnomediado, artistas y público comparten un mismo momento pero un espacio virtual. Eso es lo que impide a aquellos percibirlos, esa omisión influye en el circuito de energías.

2) Las obras conviviales suelen contar con espectadores más pasivos (aunque su sola presencia es una energía nutricia). Las obras tecnomediadas admiten en muchas funciones públicos activos. Interactivos, incluso. Algunos escriben por chat, lanzan comentarios o emoticones a “la escena”; algunas obras les invitan a participar con cámara abierta en algunos momentos.

/ Británico

3) El teatro convivial ofrece un campo de percepción más amplio y más relacional. Puedes elegir, dentro de una escena en vivo, donde posar tu mirada. Hay múltiples encuadres posibles por más que la obra siempre te oriente hacia uno. El tecnomediado restringe tu campo de percepción, más aún si es a través de cámara web. Te ofrece encuadre limitado.

4) El convivial tiene menor gestión de la mirada. Un espectador puede atraerse por una contra escena, por un sector del decorado, por algunos detalles secundarios, etc. El tecnomediado ejerce mayor control de la mirada. Por la razón descrita en el punto anterior.

5) El teatro convivial enfatiza la fugacidad de la experiencia. Cuando la función se acaba, es irrecuperable. Solo quedan los esfuerzos de la crítica, siempre insuficientes, por dar cuenta de ella. El teatro tecnomediado, en cambio, desafía esa fugacidad pues facilita el archivo. Lo que se ha visto en la pantalla, tal cual, puede ser grabado y recuperado.

6) El convivial recibe un número siempre acotado de público. Una sala promedio de Lima recibe a menos de 200 por función. El teatro tecnomediado, si usa la plataforma adecuada, podría atender a cantidades ilimitadas de público. Ahora sí, en este punto, la aproxima a la industria.

7) La barrera de traslado es una de las peores cuestiones para quienes no viven cerca de las salas de mayor oferta anual, restringidas a dos ejes geográficos que exigían invertir muchas horas de ida y vuelta en el peor transporte público del continente. Ahora, para el teatro tecnomediado puedes no salir de tu habitación. Sin embargo, surge ahora la barrera de conectividad. La mayoría de jóvenes aunque tienen un dispositivo celular al menos, casi nunca tienen datos suficientes para streaming.

8) A la salas, se elegía con quien uno quería ver la obra, sumándose a una expectación comunitaria de gente que coincidía, más o menos, en intereses. Las funciones tecnomediadas, en cambio, suelen ser de expectación familiar incluso cuando no hayas deseado que así sea. No, el cuarto propio de Woolf no lo tiene la mayoría. Tu obra elegida puede ser vista u oída por papá, la abuelita o los menores de casa aunque no sea adecuado ni cómodo. Aunque aún estamos (artistas e investigadores) en la etapa del gateo frente a los nuevos retos y exploraciones del teatro tecnomediado, el fenómeno se presta a análisis mayores.

Solo diré una cosa más: 9) Quizás la mayor diferencia se vea en las posibilidades de producción y en la circulación de las obras. Por lo visto hasta ahora, los teatristas están siendo capaces de crear experiencias estéticas cada vez más eficaces con pocos recursos materiales. Los costos deben de haber bajado tanto como bajaron los de la producción musical ante el auge de los medios digitales que revolucionaron su industria. Y la circulación ofrece ahora una ventaja exponencial. Conseguir una sala requería competir por una posible programación para dos años en adelante que solo beneficiaba a menos del diez por ciento de los solicitantes. Ahora, puede haber tantas obras como links haya disponibles en las plataformas: ilimitadas. El asunto estará ahora en atraer al público.