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Tola o el botín de la noche - 3
Fernando Ampuero

José tola es un pintor expresionista y, sin lugar a dudas, uno de los más importantes artistas vivos del Perú. Tiene 72 años, pero esa es solo la edad de su cuerpo; la de su alma podría contarse en centurias. En su obra pareciera que subyacen todas las formas y pigmentos del mundo, aunque rastrear las fuentes no es asunto fácil. Bajo una rápida apreciación de su proceso creativo vemos que se inició en el arte figurativo (“Auto retrato”, óleo, 1975), y que años más tarde derivó a una etapa onírica, con difuminados de gran virtuosismo técnico (“Yo, Cristo”, óleo, 1980), como consecuencia de haber establecido amistad con la artista posindigenista Tilsa Tsuchiya (cuya obra añadía el legado japonés a las tradiciones del arte europeo y precolombino). Luego, tras una ruptura que lo hizo recomenzar su obra desde un informalismo elemental, plasmó complejas pinturas y ensamblajes con reminiscencias de “las pinturas negras” de Francisco de Goya, de los rompecabezas de Jean Dubuffet y del desgarramiento visceral del más salvaje Art Brut, hasta arribar con sus monstruos siempre cambiantes a un período donde conjugó una explosión de colores y una constelación de signos (flechas, estrellas, manos, ojos, dientes).
      La muestra que se exhibirá en noviembre y diciembre en la Galería Pancho Fierro de la Municipalidad de Lima se titula "Las voces de Tola" y está compuesta de una escultura y diversas pinturas. Su curador, Luis Martín Bogdanovich, traza ahí, con fina sensibilidad, un antológico recorrido por varios de los períodos formales mencionados, así como la propuesta de dos temas recurrentes en Tola: la noche y la mujer. 
     La noche, para el pintor, empieza con el azul de Prusia. Al inicio de cada cuadro, Tola echa una capa de óleo negro a sus lienzos, que luego recubre con esa nocturna y misteriosa tonalidad de azul. Solo entonces, frente a las tinieblas, convoca figuras, colores, grafías. Y de pronto la mujer entra en la noche. En “La nave de los locos”, por ejemplo, ella yace en la cubierta de una embarcación, desde la cual despliega hacia el mar su rubia cabellera, por donde todos navegan. 
     Se recomienda, eso sí, no desatender los títulos de cada una de las pinturas seleccionadas, que por lo general se trata de versos del artista. Tola filosofa por la vía intuitiva, a través de las imágenes de sus versos. Un buen ejercicio para internarse en el flujo sanguíneo que gobierna esta muestra sería reunir y recombinar esos versos como antaño los surrealistas componían sus cadáveres exquisitos.  
     Tola estudió en Madrid, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde egresó con el título de profesor de dibujo y pintura, y al cabo, con una mochila a la espalda, emprendió un largo viaje aventurero por Europa y Oriente. Su obra, irreverente y cargada de una profunda rabia existencial, construye un expresionismo de exaltaciones que plantea las eternas preguntas que nuestra especie se formula inútilmente: ¿qué pesa más en nosotros, la razón o el instinto? ¿Existen límites para la maldad de los hombres? 
     En tanto artista que solo percibe la belleza en su esencia dramática, Tola inventa su propia cosmogonía, pero teñida con la luz y las sombras de nuestra época, en un tiempo que siempre avanza y retrocede y que finalmente cuaja en el bestiario antropomorfo que lo representa, y nos representa, a través de una sintaxis críptica y una estética perturbadora. Tola, en suma, encarna al artista ligado a los acontecimientos de su propia vida, y a su manera de enfrentar el mundo, ya que el hecho artístico, fuera de los riesgos formales que asume a cabalidad, es un correlato de sus impresiones y vicisitudes. 
     En los últimos años, paralelo a su trabajo creativo, este pintor ha venido acopiando una conspicua colección privada de grabados. Ello, quizá, le permite ver al otro y, a la vez, verse a sí mismo; y definirse en su quehacer. Es un artista de confrontación, que evoluciona con derivaciones y con vueltas de tuerca. Su obra avanza en círculos, mientras sube o baja por un espiral, y luego, al retorno de ese viaje interior, nos trae sus lujosos hallazgos.

Pancho Fierro  Santa Rosa 116, lima. Desde el 17 de noviembre. martes a domingo de 10:00 a 20:00. 

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