Escucha la canción del viento, por Haruki Murakami
Escucha la canción del viento, por Haruki Murakami

Muchas personas —y con ello me refiero, en la mayoría de los casos, a la sociedad japonesa— terminan primero sus estudios, después encuentran un empleo y, por último, tras un corto intervalo de tiempo, se casan. Esto era lo que yo también, en un principio, tenía la intención de hacer. Al menos era lo que, a grandes rasgos, pensaba que acabaría haciendo. Pero, en realidad, resultó que primero me casé, empecé luego a trabajar y entonces, por fin (como pude), acabé mis estudios. Es decir, que seguí un orden completamente inverso al habitual.
     Estaba casado, pero me desagradaba la idea de trabajar para una empresa, así que decidí abrir un negocio. Un establecimiento donde se pusieran discos de jazz y se sirvieran cafés, bebidas y comidas. Me movía la idea, muy simple y en algún sentido optimista, de que, como me gustaba el jazz, me iría como anillo al dedo un trabajo donde pudiera escuchar música de la mañana a la noche. Pero un estudiante casado no tiene dinero, por supuesto. Así que, durante tres años, mi esposa y yo estuvimos trabajando para varios sitios a la vez y ahorrando tanto como pudimos. Y también fuimos pidiendo dinero prestado aquí y allá. Con la cantidad que conseguimos reunir abrimos un local en Kokubunji (una ciudad donde residen muchos estudiantes), en la periferia al oeste de Tokio. Esto ocurría en 1974. 
     En aquellos tiempos, a una persona joven no le costaba una suma de dinero tan exorbitante como ahora abrir un negocio. De modo que muchos de los que, como yo, «no querían trabajar para una empresa» abrían pequeños negocios. Cafeterías, restaurantes, bazares, librerías. Sin ir más lejos, en los alrededores de nuestro local había muchos establecimientos regidos por gente de mi generación. El recuerdo de la contracultura aún perduraba y abundaban los individuos que parecían recién salidos de las movilizaciones estudiantiles. En aquella época, todavía quedaban espacios libres, una especie de «resquicios», en el conjunto de la sociedad. 
     Llevé al bar el viejo piano vertical que había tocado tiempo atrás en casa de mis padres, y los fines de semana ofrecía conciertos de música en vivo. En Kokubunji vivían muchos músicos de jazz jóvenes que, incluso por poco dinero, se prestaban de buena gana (creo) a tocar. Hoy en día muchos de ellos son músicos conocidos y a veces me los encuentro en los clubes de jazz que hay en diversos puntos de Tokio. 
     Por más que estuviera haciendo lo que me gustaba, debía un montón de dinero y, por lo tanto, ir devolviéndolo era mi mayor empeño. Había solicitado un préstamo al banco, también había pedido dinero prestado a mis amigos. En una ocasión en que no habíamos conseguido apañárnoslas de ninguna de las maneras para reunir la mensualidad que debíamos reembolsarle al banco, mi esposa y yo caminábamos de madrugada cabizbajos cuando nos encontramos el dinero que nos faltaba. No sé si debería llamarlo sincronía o señal de algo, pero era la cantidad exacta que necesitábamos en aquel momento. Era la suma de dinero que debíamos ingresar a la mañana siguiente, así que puede decirse que, realmente, nos salvamos de milagro. (A lo largo de mi vida me han ido sucediendo cosas misteriosas de este tipo). En principio, tendríamos que haberlo llevado a la policía, pero, en aquel momento, no estábamos en situación de quedar bien. No obstante, disfrutaba mucho. De eso tampoco cabe la menor duda. Era joven, tenía muy buena salud, podía pasarme el día escuchando la música que me gustaba y era dueño de mi propio negocio, aunque pequeño, y no dependía de nadie. No necesitaba subirme a trenes atestados de gente para ir al trabajo, no necesitaba asistir a reuniones aburridas, y tampoco debía inclinarme ante un jefe que no me gustara. Además, tenía la oportunidad de tratar con gente interesante. 
     Así pues, consagré la década de mis veinte años, de la mañana a la noche, al trabajo físico (hacer sándwiches, preparar cócteles, echar del local a borrachos malhablados) y a la devolución del préstamo. Entretanto, decidieron reconstruir el edificio de Kokubunji donde se encontraba el local, de modo que tuvimos que dejarlo y trasladarnos a Sendagaya, al centro de la ciudad. Renovamos y ampliamos el bar, y ya pudimos poner un piano de cola, pero, con las reformas, volvieron a aumentar las deudas. Por lo visto, no podía vivir tranquilo. Si pienso en aquella época, lo único que recuerdo es: «¡Cuánto trabajo!». Seguro que cuando uno se imagina la vida de un veinteañero normal es más divertida, pero yo apenas podía permitirme el lujo, ni en lo que se refería a tiempo ni en lo que se refería a dinero, de «disfrutar de mi juventud». Sin embargo, incluso entonces, en cuanto disponía de un momento libre cogía un libro y leía. Por más trabajo que tuviera, por más dura que fuese mi vida, por más agotado que estuviese, leer un libro, lo mismo que escuchar música, continuó siendo, siempre, un gran placer. El único placer que nadie podía arrebatarme.

Vida & obra
Haruki Murakami
Nacido en Kioto, en 1949, desde joven estuvo marcado por la cultura occidental, sobre todo por la literatura y la música. Entre 1974 y 1981 regentó un bar de jazz en Tokio, donde empezó a definir su gusto por escribir. Empezó a ser conocido por su novela "Tokio blues" ("Norwegian Wood"). Luego vinieron sus celebrados libros "Al sur de la frontera, al oeste del sol", "Crónica del pájaro que da cuerda al mundo" y "Kafka en la orilla". Es constantemente voceado para ganar el Premio Nobel de Literatura. 

Libro: Escucha la canción del viento y Pinball 1973
Autor: Haruki Murakami
Editorial: Tusquets
Páginas: 288
Precio: S/.69.00

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