(Ilustración: Manuel Gómez Burns)
(Ilustración: Manuel Gómez Burns)

Lanoche lleg a Lago Grande. Los focos de nen se encendieron y la Parada de Danzas continu como si la noche, invisible, con el tul de la complicidad, pasara de largo, desapercibida, sin captar la atencin de los espectadores. Los trajes de luces cambiaron de color con el reflejo nen, y el mareo nocturno empez a sentirse: dios, prstino, con sabor a eternidad. De pronto, en ese vaivn festivo, sin que nadie se diese cuenta aparecieron ante el palco oficial los sicuris del barrio Maazo: caramelo dulce, cerveza dorada, tufillo de amanecida, caldo de cabeza. Formados en media luna soplaron las zampoas de seis y siete caas produciendo un dilogo musical entre sus soplidos, pregunta respuesta pregunta respuesta y las melodas del sicu cobraron vida. Y, al centro, marcando el ritmo, se escuch el sonido del bombo y la tarola; y todos, con pasitos ligeros, envueltos en la msica, se perdieron entre los danzarines. Es que en Maazo no hay frmulas creadas. La libertad es el alma y esencia del conjunto y cada quien baila a su manera desplegando el paso del sicu, que es una mezcla de movimientos entrecortados con grcil comps y furor exorcista. Y los disfraces, de todo y nada, extraos, coloridos, vibrantes. Y eso es Maazo, un caso!, como gritan a viva voz. A su paso fueron aplaudidos por los espectadores y queridos por la tradicin y fiesta que irradiaban. Y ah estaba Paco Macedo, alto, fornido, bruto, con el bigote rubio y disfrazado de vikingo; y ms atrs, sin respiracin y con la cara morada del cansancio, el poeta Aramayo con su traje de diablo caporal; y a su lado, el indio Tomaylla con su largo cabello negro, vestido de piel roja y ondeando amenazantes hachas; y metros ms all, la chica Santisteban con su paso elegante y sonrisa a flor de piel que miraba al flaco Zea, y l, que bailaba y saludaba a la gente, chino de risa y tropezndose en sus pasos; y al final del conjunto, los espectadores se contagiaron del ritmo y se unieron a la fiesta, entusiastas, sibaritas, sin disfraz, con botellas de cerveza a la mano y cigarrillos a la boca. Recordaron al Volvo Montesinos, el china diabla de cabello amarillo rizado, impetuoso, jacarero y excntrico que nunca dejaba de bailar; y a Tufo, su perro. Y dnde estaban? En el cielo, en el infierno o en Maazo?; y l, el Volvo que vena siempre al ltimo, bailando solito, con los labios pintados, pcaro, moviendo la carterita, levantndose la falda y alejndose cada vez ms del conjunto, los mir desde la muerte en su guarida de Huajsapata y rio, ebrio y feliz, y se rasc la panza, y les dijo: salud! Y nadie dej de bailar porque Maazo seduca, emborrachaba y liberaba; y, de pronto, en el frenes del sicuri, llegaron a una esquina y se perdieron, se equivocaron y cambiaron el curso de su recorrido; ya nadie supo adnde ir, y empezaron a regresar por donde haban venido, atropellando a los contrarios y qu importaba dijeron, si con Maazo no haba caso, y nuevamente el repique de la tarola ametrall y los sonidos de las zampoas emergieron desde las gargantas: saliva dulce, ron con Coca-Cola, bolita de coca, mamita Candelaria, Maazo, Maazo, energa del diablo, latido del corazn. No fue tan difcil encontrar a los sicuris Maazo como en un comienzo pens Lizandro. Dejaron atrs la casa de Charlie y empezaron a caminar por en medio de las dos murallas de espectadores, en sentido contrario a los conjuntos que pasaban. Llegaron a la Plaza de Armas, cruzaron el pasaje Lima y estuvieron en la plaza Pino. All averiguaron que haca rato que Maazo haba aparecido por all, bailando frente al palco oficial y que nadie saba muy bien qu haba pasado, pero que ya no siguieron para adelante, sino que decidieron dar media vuelta. Entonces, con el plpito de que algo haba pasado, porque con Maazo siempre las cosas eran inesperadas, siguieron la bsqueda en direccin al Arco Deustua. Otra vez preguntaron y, por fin, alguien les asegur que en ese preciso momento Maazo se encontraba camino a su barrio. Apenas los encontraron, sin pedir permiso a nadie, se metieron al conjunto y empezaron a bailar. Las zampoas se escuchaban ms fuerte y ya Lizandro tena en la mano una botella de ron con Coca-Cola y Katherine, una botella de ponche. Y salud y salud les gritaron y tuvieron que beber a pico de botella y luego pasar las botellas a quien sea. Y, poco a poco, los danzarines, los sicuris y los simpatizantes se fueron separando. Tan solo Katherine y l, que no se haban soltado de las manos, lograron mantenerse juntos. Y, como si la ciudad, el cielo y el viento necesitaran escucharlo, empez el canto de Maazo.

Novela: Febrero lujuria Autor:Christian Reynoso Editorial:Matalamanga Pginas:412 Precio:S/.35.00

Vida obra Christian Reynoso (Puno, 1978) Escritor y periodista. Ha publicado las novelas Febrero lujuria (2007) yEl rumor de las aguas mansas (2013). Sus cuentos han aparecido en revistas y blogs, y forman parte de antologas, como la Antologa del cuento peruano 2001-2010. Es editor de la revista Espinela y culmina la maestra en Literatura Hispanoamericana en la PUCP.