Ilustración: Víctor Aguilar
Ilustración: Víctor Aguilar
Jorge Paredes Laos

En junio de 1821, la situación en Lima era de expectativa y tensión. En la cita del 2 de junio en la hacienda de Santiago de Punchauca, en Carabayllo, José de San Martín y el virrey La Serna habían acordado un armisticio que se fue prorrogando durante todo ese mes. Ese tiempo sirvió para que ambos bandos pudieran canjear prisioneros, atender heridos y, sobre todo, dar auxilio a quienes habían caído víctimas de la epidemia de cólera que, por esos días, se había desatado en la capital del virreinato.

El capitán escocés Basil Hall, un testigo excepcional de esos tiempos, señala que había simpatizantes de los patriotas que estaban exultantes, pero también muchos realistas que manifestaban alarma. Si bien la tregua militar era cumplida por ambas partes, el grueso del ejército libertador permanecía acantonado en Mirones y La Legua, listo para entrar en acción, y la armada de Lord Cochrane mantenía el bloqueo sobre el Callao.

En Anotaciones a la historia del Perú independiente, Mariano Paz Soldán señala que “la desocupación de la capital fue debida a San Martín y su ejército, a la escuadra bloqueadora, a la sublevación de las provincias y al patriotismo de estos pueblos y de los del Oriente ya sublevados, a la abnegación y sacrificios de los patriotas de la capital”.

“En ese momento Lima pasaba por una grave crisis de desabastecimiento —explica el historiador Víctor Peralta—, pues, al estar cercada la ciudad, no ingresaban alimentos, los precios se habían encarecido y la población pasaba hambre. Eso provocó que algunos nobles le exigieran al virrey que aceptara el armisticio para que pudieran ingresar alimentos. San Martín permitió la llegada de mercancías y eso alivió algo la crisis, pero, en general, el clima era de incertidumbre”.

¿Fidelista o patriota?

La posición de Lima frente a la independencia ha sido motivo de debate entre los historiadores.

Como señala la historiadora Scarlett O’Phelan en el libro La independencia en los Andes, Lima se movió entre el fidelismo —mantener el statu quo— y la conspiración. “El que no se estableciera en Lima una junta de gobierno no quiere decir, necesariamente, que su situación fuera la de una ciudad apacible o impermeable a los avatares políticos. Hubo, sin duda, una atmósfera conspirativa de la que participaron —una vez más— los artesanos de la ciudad, aunque la historiografía haya rescatado solo el caso de algunos emblemáticos aristócratas limeños”, escribe O’Phelan.

“Era un momento complejo —apunta Peralta—. En Lima, vivía una población peninsular que evidentemente era partidaria del rey Fernando VII. Los criollos, en cierto sentido, también apoyaban dicha postura. Flores Galindo, en los años ochenta, ya demostró cómo el tribunal del consulado de Lima seguía financiando al virrey La Serna. Sin embargo, había grupos de criollos que conspiraban a favor de San Martín. Entre ellos, destacan Riva-Agüero, pero también había sectores en San Marcos y abogados que estaban a favor del proyecto libertador. Era un escenario complejo. Todavía no se ha logrado precisar hasta qué punto fue una independencia lograda solo gracias a la presencia del ejercito libertador o si había una posición clara de sectores criollos limeños decididos a romper con España”.

Lo cierto es que, dos semanas después, San Martín entraría a Lima sin resistencia. Antes, el virrey La Serna había comprendido que la capital, para ellos, estaba perdida, y que los barcos que ansiosamente esperaban de España no llegarían. El 5 de julio, para sorpresa de la gran mayoría de limeños, el virrey abandonó una ciudad que, en pocos días, pasaría del miedo a la ilusión.

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