Kevin Andre Moreno Rivas es un menor con autismo que se encuentra desaparecido desde el pasado 28 de diciembre. (Fotos: Facebook)
Kevin Andre Moreno Rivas es un menor con autismo que se encuentra desaparecido desde el pasado 28 de diciembre. (Fotos: Facebook)

Por: Ernesto Reaño
El 1 % de la población mundial es autista. En nuestro país hay, entonces, 300 mil personas autistas. La estadística oficial más cercana que tenemos es la del Conadis: 2 mil personas. ¿Dónde están los 298 mil restantes? Son, trágicamente, invisibles.

Kevin, diez años, autista, fue hallado muerto, varado por el mar, el pasado 4 de enero. Una campaña de un colectivo de padres sugiere que la indiferencia mató a Kevin.

No, fue peor. La ‘indiferencia’ es neutra, no provoca inclinación ni rechazo. No es positiva ni negativa.

Kevin halló en el camino entre su casa y el mar a varias personas que pudieron ayudarle: la pasajera que no quiso pagarle el pasaje ni ocuparse de él; la cobradora que lo dejó abandonado a su suerte en el paradero final sin dar parte a las autoridades; la Policía que no realizó una búsqueda exhaustiva cuando se supo que había entrado al mar.

En todas estas actitudes no se fue indiferente, se actuó negativamente, no se apreció su vida. A Kevin no lo mató la indiferencia, sino el desprecio.

Kevin no hablaba, muchas personas autistas no desarrollan nuestro lenguaje y necesitan un sistema de comunicación alternativa que no tenía.

A Kevin le faltó la empatía del entorno desde siempre: la de un Estado que no solo no invierte en políticas públicas, sino que invisibiliza a las personas autistas; la de una sociedad sin civismo ni solidaridad; la de la falta de unidad y decisión de los colectivos que deberían haber luchado por él.

Ser autista en el Perú —y más siendo pobre— es conocer la exclusión y el desprecio cotidianos. Necesitamos menos pasacalles y colores azules por el autismo: necesitamos lucha y derechos.

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