[Foto: AFP]
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“Imagínate que eres Homero y que un dios te ha dado la opción de recuperar tu vista por tres segundos. Observa y escribe”, nos dijo Ricardo Sumalavia, autor de los libros Enciclopedia mínima ( 2004 ) y Enciclopedia plástica ( 2016 ), cuando le pedimos algunas recomendaciones para escribir ficciones hiperbreves.

Pero ¿qué es el microrrelato? ¿Es acaso fábula, proverbio, parábola, chiste, aforismo, poema, adivinanza? Sí, y también ninguna de las anteriores. Es un género literario en sí mismo, un soporte narrativo que echa mano de los recursos y herramientas de los demás géneros y formatos.

Condensado, sugerente, intertextual, lúdico, focalizado y experimental son algunas de las principales características de este género híbrido y maleable, cuyas descomunales posibilidades expresivas derivan precisamente de la consciencia de sus propios y aparentes límites: la brevedad de su extensión. Así, toma ventaja de los silencios, de aquello que no se dice explícitamente, para dejar abierta la puerta y las ventanas a la interpretación, al juego, al diálogo. Y es que una de las condiciones primordiales para lograr su efecto reside en la relación de complicidad que entabla con un lector, al cual le exige un rol activo. El autor confía en el ingenio y en el bagaje de su interlocutor, a quien le entrega un texto incompleto, pero minado de sugerencias, guiños y referencias que trascienden los límites de su universo, para que este sea quien le dé un sentido completo al relato.

Como dice Ana María Shua, una de las más reconocidas cultoras del género, “como en las artes marciales, en las que se aprovecha la fuerza del adversario, hay que utilizar los conocimientos de lector, que sabe más de lo que cree”.

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