En julio del año pasado, Pedro Chávarry asumió como fiscal de la Nación. Es uno de los altos funcionarios incluido en el informe fiscal sobre Los Cuellos Blancos del Puerto. (Foto: Hugo Pérez)
En julio del año pasado, Pedro Chávarry asumió como fiscal de la Nación. Es uno de los altos funcionarios incluido en el informe fiscal sobre Los Cuellos Blancos del Puerto. (Foto: Hugo Pérez)
Jaime Bedoya

El fiscal de la Nación se ha inmolado por una lealtad sin correspondencia: el interés particular.

Parado sobre una montaña de corrupción histórica apilada por virreyes con cinco familias, funcionarios criollos y agusanados empresarios del guano, se convirtió en simbólico hombre bomba de saco y corbata. Y lo dejaron solo, como se van quedando los barcos cuando sus primeros tripulantes no humanos lo abandonan.

Cultura, hábito y costumbre, eso es en lo que se ha convertido la corrupción para nosotros. Su ejercicio constante le ha permitido el desarrollo de músculo y resistencia. Eso explica el vigor de los mecanismos del poder destinados a generar ventajas privadas a partir de recursos públicos. Y también el hartazgo respecto a los mismos.

Detrás de Chávarry está la angurria de los europeos que soportaban los cuatro meses en barco para llegar a América motivados por la posibilidad de lucrar sin reglas. Están los cogotes de funcionarios coludidos condenados a muerte. Están los millones de litros de aceite metálico derramados para permitir negocios emblemáticos como el del guano, los ferrocarriles, el petróleo, las armas, los aviones, la coca, las carreteras, la posta médica, la cancha de fulbito, la curul, el cómo es la nuez, hermanito. Las sanciones, estadísticamente, mínimas.

Los señores Rafael Vela y José Domingo Pérez —fiscaletes, tal como los llaman aquellos irritados por su desobediencia jerárquica ante el arreglo— han hecho historia en tiempo real.

Se plantaron con una honda frente a un octópodo gigantesco que tenía varios de sus brazos metidos en las zonas de influencia política más significativa. (Mientras el resto de ellos tuiteaban). Y lo más esperanzador es que no estuvieron solos en ese reto.

Aunque este es el momento de recoger la estrategia de David versus Goliat. David no venció al gigante de una pedrada, como bien me señaló un amigo dado a la lectura sobre estrategia.

David lo liquidó cuando, una vez derribado, le quitó la espada y le cortó la cabeza. Esa es la única manera en que acaban estas historias.

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