Perdón y reconciliación comparten elementos comunes. 
Aunque ambos pueden ser promovidos, no son obligatorios.
Perdón y reconciliación comparten elementos comunes. Aunque ambos pueden ser promovidos, no son obligatorios.

Por: Franklin Ibáñez

Tras el indulto al condenado expresidente Alberto Fujimori en la víspera de Navidad, el ahora también expresidente Pedro Pablo Kuczynski denominó al 2018 como Año del Diálogo y la Reconciliación Nacional. ¡Y vaya año que hemos tenido! El exmandatario intentó justificar su acción invocando una honda necesidad humana: la reconciliación. Al margen de si tal apelación era sincera o simplemente estratégica, conviene examinar el sentido de este concepto. Es significativo hacerlo ahora a fin de año, un tiempo de balances y reflexiones.

Partamos de un hecho. Los seres humanos somos expertos en quebrar nuestras relaciones, atentar contra la paz y el equilibrio social. No requerimos estudiar para graduarnos en la especialidad de las relaciones fallidas. Nos defraudamos mutuamente, nos herimos, nos dañamos. Decía Schopenhauer que somos como los puercoespines en el invierno: solo podemos resistir los avatares de la naturaleza abrigándonos mutuamente mientras que en simultáneo no dejamos de aguijonearnos unos a otros. Vale tanto para la convivencia en la esfera privada como en la esfera pública. Quien ama y espera nunca ser lastimado peca de ingenuo. Quienes coexisten en un mismo territorio tendrán diferencias en algún momento.

El 24 de diciembre del año pasado al promediar las 6 pm el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) decidió indultar  a Alberto Fujimori. (Foto: Twitter)
El 24 de diciembre del año pasado al promediar las 6 pm el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski (PPK) decidió indultar a Alberto Fujimori. (Foto: Twitter)

—Un concierto de voluntades—
Tan natural como el daño y el fracaso en nuestras relaciones parece también el deseo y la necesidad de superación de aquellos. Podemos acá distinguir dos nociones entrelazadas para afrontar el problema: el perdón y la reconciliación. El perdón depende principalmente de una persona: la víctima. Basta su voluntad. Puede perdonar unilateralmente, incluso si el victimario no lo ha solicitado o, en el peor de los casos, no ha dado muestras de arrepentimiento ni ha expresado un compromiso de reparación. En cambio, la reconciliación supone un concierto de voluntades. No basta una, sino dos. Es más ambiciosa. Tal vez no es necesaria una conciencia integral de todo lo que se ha hecho, las causas y los efectos de los agravios; pero, sí un esfuerzo deliberado por restaurar los vínculos.

Por supuesto, perdón y reconciliación también comparten elementos comunes. Aunque ambos pueden ser motivados o promovidos, no son obligatorios. Es potestad absoluta de la víctima en el caso del perdón, y es patrimonio común de las partes enemistadas en el caso de la reconciliación. Ambos constituyen una necesidad humana. Puesto que todos alguna vez hemos roto vínculos, hemos pedido o concedido el perdón, hemos añorado y logrado la reconciliación. Aun sabiendo que somos reincidentes incorregibles en nuestras faltas, el perdón y la reconciliación suelen ser experiencias más cotidianas u ordinarias de lo que a veces notamos. Amigos, familiares, amantes y vecinos conseguimos este pequeño milagro día a día. Aunque no estamos obligados, cedemos. ¿Por qué? Porque lo deseamos, lo necesitamos.

—Una tarea pendiente—
Desde luego, no faltarán ejemplos del otro lado. Alguna vez la cólera ha durado demasiado. Hemos sufrido algo que consideramos imperdonable; por tanto, también irreconciliable. Allí podemos aprender del cristianismo, o más precisamente del Jesús histórico. La filósofa judía Hannah Arendt señalaba asombrada que “el descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos fue Jesús de Nazaret”. Él discutió con los religiosos de su tiempo sobre la humanidad del perdón. Como atestiguan los Evangelios, los críticos del nazareno exclamaban frecuentemente: “¿Quién es este para perdonar?”. Según Arendt, Jesús enseña que las personas también podemos perdonar y, por tanto, debemos. No es necesario que un Dios medie entre estas experiencias centrales de la condición humana. El perdón y la reconciliación nos liberan de lo que hicimos o sufrimos. La promesa, el compromiso de no repetir el error, nos libera también del miedo al futuro. En conjunto nos permiten vivir en paz con el ayer y esperanza por el mañana.

La famosa filósofa judía dedicó varios años a entender el tema del perdón mismo por el que recibió grandes críticas.
La famosa filósofa judía dedicó varios años a entender el tema del perdón mismo por el que recibió grandes críticas.

Las líneas previas pueden aplicarse a la reconciliación en todo tipo relación. Sigue pendiente en el Perú la tarea de una reconciliación cívica. Esta tiene un cariz particular. La reconciliación general se da entre dos partes; la cívica implica un tercer y amplio sujeto: la comunidad política. Algunos males involucran no solo a dos, sino a todos. La gravedad, sistematicidad, persistencia, entre otros elementos, convierten un daño interpersonal en asunto público. Para lograr la reconciliación, la comunidad completa, no solo sus líderes, se comprometen por la justicia. Puede haber un entendimiento que dé lugar a un plan de reparación. Si la justicia se logra en el tiempo, la reconciliación plena también. Ojalá no estemos tan lejos de la añorada reconciliación nacional.

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