El médico Alexander Fleming descubrió la penicilina gracias al azar (Foto: Getty Images)
El médico Alexander Fleming descubrió la penicilina gracias al azar (Foto: Getty Images)
Martín Villanueva

Es noticia frecuente en estos días que los médicos de los diferentes países vienen realizando ensayos con una serie de medicamentos que puedan actar el coronovirus como la hidroxicloroquina, la azitromicina, el remdesivir o el lopinavir/ritonavir.

La incertidumbre respecto de la fecha en que se hallará, si es que se logra, el medicamento exacto y la cantidad de fracasos que exhiben todos los ensayos realizados hasta ahora, llevan a pensar que la ciencia aún tiene mucho camino por recorrer. Pero, entonces, ¿cómo es que ha podido alcanzar logros tan importantes como descubrir la penicilina o las vacunas contra la viruela, la rabia, la varicela o la neumonía que han evitado millones de muertes en todo el mundo?

Pues, para asombro de muchos, a pesar de que la ciencia tiende a elaborar procedimientos o protocolos rigurosos de investigación, muchas veces el éxito es resultado de la serendipia.

Tres príncipes

¿Cuentan que en la antigua Persia, cuyo nombre en árabe era Serendib, tres príncipes hicieron algunos descubrimientos por accidente y como producto de su sagacidad. En pleno viaje, los tres se encontraron con un camellero que había perdido un camello y les preguntó si lo habían visto. Estos le contestaron formulándole algunas preguntas: ¿el camello era tuerto? ¿Le faltaba un diente? ¿Era cojo? ¿Llevaba una carga de miel en un lado y mantequilla en el otro? ¿Era montado por una mujer embarazada? El camellero contestó afirmativamente todas las preguntas entusiasmado porque ellos sabían dónde estaba el camello perdido.

Sin embargo, los príncipes solo le dijeron que lo vieron pasar y que seguro ya estaba lejos. El camellero recorrió muchos kilómetros y, al no encontrar al animal, pensó que los príncipes lo debieron haber robado. Los acusó y estos tuvieron que enfrentarse al emperador, a quien confesaron que nunca habían visto al camello, sino que habían llegado a su descripción por algunos indicios que habían observado.

Isaac Newton: el científico de la manzana.
Isaac Newton: el científico de la manzana.

Primero, concluyeron que el camello era tuerto porque en su viaje encontraron hierba cortada en el lado izquierdo del camino a pesar que la hierba de ese lado no era tan buena como la del derecho; además, la hierba había sido masticada de tal manera que era evidente que al camello le faltaba un diente; también notaron que el camello arrastraba una pata, por lo que tenía que ser cojo; había un rastro de hormigas a un lado del camino y de moscas al otro que evidenciaba la carga de miel y mantequilla; y, finalmente, junto a las huellas del camello, vieron marcas que parecían ser de mujer y que, además, debía estar embarazada porque también había huellas de su mano en el suelo que, seguramente, había dejado al momento de levantarse con el peso adicional que llevaba por su gravidez.

La penicilina

Mucho tiempo después, esta historia inspiró a Horace Walpole, un político e innovador arquitecto británico, quien decidió llamar serendipia a los descubrimientos accidentales. Es conocido que Arquímede descubrió la ley que lleva su nombre —todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de fluido desalojado— mientras reposaba en una bañera. Y se dice que Newton descubrió la ley de la gravedad al ver que caía una manzana. El hecho fue relatado por su biógrafo William Stukeley, pero el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming es un caso emblemático de serendipia.

Fleming había estado trabajando resfriado en su laboratorio y sus secreciones nasales contaminaron algunos cultivos de bacterias que investigaba, generando una sustancia extraña que llamó su atención y que denominó “lisozima”. Tiempo después, haciendo investigaciones sobre estafilococos, observó que unas placas, que había olvidado antes de irse de vacaciones, tenían un moho verde. El incidente de la “lisozima” vino a su memoria, lo que hizo que se interese en investigar ese moho. Había descubierto la penicilina.

Recordar estas historias, nos hace pensar que, en efecto, la ciencia no es infalible ni tiene, al menos todavía, todas las herramientas necesarias para encontrar la solución a todos los problemas que afectan a la humanidad como la amenaza del coronavirus. Es cierto que es a veces el azar el que conduce a grandes descubrimientos, pero también es cierto que esos descubrimientos no los logra, salvo contadas excepciones, el hombre común, sino que esos accidentales hallazgos son realizados por personas de ciencia que estaban buscando aumentar sus conocimientos. Así, ciencia y serendipia van muchas veces de la mano y esperemos que, como en el pasado, esta vez las dos juntas pronto puedan encontrar el remedio que ponga fin a esta pandemia.



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