"Hostel" ( 2005 ), de Eli Roth, dividió a la crítica al momento de su estreno. Por su alto contenido gore fue censurada en muchos países. [Foto:Fotograma de "Hostel"]
"Hostel" ( 2005 ), de Eli Roth, dividió a la crítica al momento de su estreno. Por su alto contenido gore fue censurada en muchos países. [Foto:Fotograma de "Hostel"]
Sergio Llerena



En 1963, un cineasta estadounidense de 34 años y con muy pocos recursos para ingresar al circuito de Hollywood comenzó a maquinar la manera de hacer una película que le permitiera alcanzar el éxito. Y se le ocurrió algo sencillo: transgredir la pacatería del sistema de los grandes estudios con una cinta centrada en explotar algo que estaba justo en los límites de lo moralmente aceptable y legalmente permitido: la exhibición descarnada de asesinatos con una alta exposición de sangre y vísceras. La película se llamó Blood Feast, y su creador fue Herschell Gordon Lewis. El filme tenía un guion muy pobre (las fechorías de un hombre que asesinaba mujeres para usar su carne como insumo alimenticio) y un presupuesto bastante flaco (apenas 24.500 dólares), pero se le reconoce como el que dio origen a un subgénero que años después cobraría fuerza en el campo del horror: el cine gore.

Luego de la película de Gordon Lewis, quedó un mensaje bastante claro: existía una demanda de un público al que Hollywood no atendía. Considerando que Blood Feast terminó recaudando en taquilla la impresionante suma de 4,5 millones de dólares, el nuevo filón sedujo a otros cineastas, quienes se encargaron de asentar las bases estilísticas y ampliar la audiencia.

                                       —Definiendo lo atroz—
¿Pero qué es el gore, exactamente? En sus inicios, al menos, fue un tipo de cine marginal en el que la sangre era el mensaje, con cintas que basaban su atractivo en la exhibición de asesinatos, mutilaciones, torturas y demás atrocidades de forma explícita bajo la premisa de que lo prohibido vende. Así como en el porno no hay mayor atractivo que la clara exposición del acto sexual, en el gore no hay relato que entretenga si no muestra violencia extrema sin muchos rodeos. Sin embargo, se sumaron otras películas luego para definir con mayor precisión este tipo de películas, más allá de la sangre.

Las primeras películas gore, sobre todo las de la década del setenta, tenían un rasgo en común: los victimarios eran hombres; y las víctimas, mujeres jóvenes y atractivas. Por esto se lo calificó como eminentemente misógino. Al respecto, el semiólogo y editor de la revista de cine La ventana indiscreta, José Carlos Cabrejo, dice que “ciertas expresiones del gore tienen una carga misógina —además, obviamente, de tanática— en tanto se presenta el cuerpo femenino como algo bello que luego hay que mancillar, y el proceso de hacerlo es parte del atractivo para el público”. De hecho, el pensador francés Georges Bataille, en su obra El erotismo, sostenía que uno de los encantos de este radicaba en el “ensuciamiento de la belleza”; de esta manera, el gore encuentra nuevamente similitudes con el cine triple X, en el que es usual la presencia de mujeres atractivas a quienes se les suele someter a un “proceso” de vejación hasta la culminación orgásmica. En el gore sucede lo mismo, salvo que el “orgasmo” es el homicidio o la agresión explícita de la víctima.

El gore, con sus presupuestos bajos, pobres historias, efectos especiales rudimentarios y malas actuaciones, entró dentro de la serie B del cine, poblada de cintas de mal gusto. Con una audiencia considerable y devota, cabría preguntar por qué una película sangrienta y malhecha resulta atractiva. Aquí podemos referir a la Sociedad Max Planck de Alemania, que, en un estudio del 2016, determinó que los fanáticos del gore son atraídos por el carácter transgresor del género, pero también porque este plantea una subversión contra las narrativas del cine mainstream, de la misma manera que lo hace el cine de vanguardia, por ejemplo.

                                —Más allá del horror—
Existe también una mirada irónica sobre el gore que lo centra dentro de lo camp, que es una estética basada, entre otras cosas, en la exageración y el mal gusto. Susan Sontag, en su Contra la interpretación, escribió que “el camp demuestra que el buen gusto no es simplemente buen gusto, sino que existe buen gusto en el mal gusto”. El elemento camp, representado por las exageraciones sanguinolentas del gore, enriquece la lectura sobre el subgénero y hace entendible su afición, incluso entre personas bastante bien entrenadas para ver películas de calidad.

Con el tiempo el recurso de la sangre fue expandiéndose a otros estilos fuera del cine de horror que cobijó al gore en sus inicios. Empezó a utilizarse en cintas que exploraban la ciencia ficción (Videodrome, de David Cronenberg, 1983) o la comedia (Braindead, de Peter Jackson, 1992), por lo cual algunos académicos prefirieron, o prefieren, referirse a la exposición de tripas como un recurso narrativo en lugar de un subgénero. Esa polémica continúa abierta. Con los años, y como es común con la expresiones contraculturales, la gran industria terminó apropiándose del gore y así su carácter “anti” y su producción precaria fueron absorbidas por lo artísticamente sofisticado y socialmente aceptado. En el nuevo milenio, cintas como las sagas Saw y Hostel se han encargado de llenar salas comerciales en el mundo con bastante éxito y violencia, y el espíritu del gore original se ha resentido, aunque sobreviva apenas en los márgenes, donde siempre estuvo.

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