Claudia Piñeira (Burzaco, Argentina, 1960), escritora, guionista de televisión y dramaturga argentina.
Claudia Piñeira (Burzaco, Argentina, 1960), escritora, guionista de televisión y dramaturga argentina.
Dante Trujillo


Por Dante Trujillo

La destacada y muy premiada novelista y dramaturga argentina vuelve a Lima para reencontrarse con sus lectores y presentar Las maldiciones (Alfaguara, 2017), su más reciente novela. En esta, se mezclan la intriga —como siempre en sus relatos, lo mismo que un anclaje en la realidad social—, la historia y ciertas supersticiones, con una fuerte crítica a esa nueva política que emplea herramientas empresariales antes que ideologías o discursos comprometidos. Piñeiro se presentará en la FIL Lima el 27 y 28 de julio.

Las maldiciones pone el énfasis en la caída de una forma de hacer política, no solo en la Argentina, sino en casi todo el mundo. Como si valiera más técnica y marketing que ideología y compromiso. ¿Tiene que ser así?
No, no es que tenga que ser así, sino que simplemente es así. En muchos países se verifica el éxito de esta forma de hacer política. Éxito en cuanto a que los ‘técnicos’ y los ‘marketeros’ son quienes ganan las elecciones. Y, por lo tanto, se imita el modelo. Macron por izquierda o Trump por derecha son construidos con un uso político del marketing y la publicidad. Inclusive políticos que parecían venir de otra escuela más tradicional en cuanto a la formación tienen hoy más fe y toman a rajatabla los consejos de sus asesores de imagen y marketing antes que los de sus consejeros políticos.

Portada de "Las maldiciones" (Alfaguara, 2017), el último libro de Claudia Piñeiro.
Portada de "Las maldiciones" (Alfaguara, 2017), el último libro de Claudia Piñeiro.

Pero ¿qué piensas de quienes creen que los tiempos no están para esa “escuela tradicional”; que la política debe ser acción e inmediatismo?
Los procesos históricos son cíclicos, y hoy nos toca esto. Pero yo espero ver aún la vuelta de la ola, que el pueblo pida que se le hable como a un adulto, que se le expliquen las políticas públicas como se debe, que no se vea reducido a un simple número que conforma el porcentaje de votos de la próxima elección. Confío en que el pueblo se cansará de los espejos de colores y pedirá más contenido, más profundidad en el discurso político.

¿Qué hay de Mauricio Macri en el personaje de Rovira? ¿Qué tanto pesa en él la maldición que cuenta la novela?
Rovira es un político que formó su propio partido y que viene del mundo empresarial. Hasta allí el único parecido concreto con Macri. Pero también con otros políticos argentinos, latinoamericanos y de muchos sitios. Trump mismo. Luego, en cuanto a la personalidad y las circunstancias, no hay relación. Rovira es un tipo obsesionado con la maldición que mencionas, que pesa sobre la provincia de Buenos Aires y que dice que ningún gobernador de esa provincia será presidente de la Argentina. Y así fue históricamente hasta ahora. Rovira hará lo necesario para revertir esa maldición porque quiere ser las dos cosas, gobernador y presidente.
     El mundo que se plantea en Las maldiciones, más allá del rigor histórico de esta maldición, es pura ficción. Claramente es la Argentina, y se nombran presidentes que hemos tenido, pero a partir de un momento hay un quiebre y lo que se cuenta es ficción. A la manera de House of Cards, no sabemos quién gobierna la Argentina, ni quién la gobernó antes de ese presidente. Ni quién la gobernará. ¡Seguramente Fernando Rovira!

Tus libros casi siempre están anclados en la realidad contemporánea. Aquí, sin embargo, hay dos detalles especiales: el trabajo de documentación histórica y la narración coral. ¿La historia demandó sus recursos, o fueron parte del plan inicial?
Fue parte del plan inicial, pero al meterme con las maldiciones —las nuestras y las de otros países—, con la magia que siempre está cerca del poder, con los brujos de distinto tipo que han tenido gobernantes de todos los sitios, y con la ciudad de La Plata y sus misterios, el plan inicial se vio ampliamente superado. Todo lo que encontraba merecía ser contado. Si la literatura es una mentira pactada, la política es una mentira no pactada.

Dentro de un escenario como el narrado, ¿cómo se reconoce con el paso de los años la figura de Raúl Alfonsín?
Alfonsín es un prócer. Es una figura casi indiscutida. Eso no quiere decir que no haya hecho cosas o tomado decisiones que puedan abrir polémicas. Pero más pasa el tiempo y más crece su figura como la de alguien que de verdad pretendía el bien común y que se murió en el mismo departamento de la calle Santa Fe en el que vivía, y con los mismos bienes de siempre, o aun menos. Todo eso lo reconocen personas de cualquier color político. Pero, además, todos coincidimos en que nos dejó un hito de unión a los argentinos, en el que todos podemos encontrarnos: el juicio a los militares de la dictadura.

¿Qué tienen tus novelas para terminar siendo, además de muy leídas, carne de cine? (Supongo que puede deberse en parte a tu constante uso y dosificación del suspenso y a tu lado de dramaturga).
Creo que en mis novelas hay una historia sólida, y eso permite un pasaje más fácil al cine que textos literarios en los que no hay climas, tensión o suspenso, sino puro lenguaje. Por otra parte yo ‘veo’ las historias en imágenes, y luego busco las palabras para contarlas. Creo que el que elige mis novelas para llevarlas al cine hace el camino inverso pero camina sobre un sendero que ya fue trazado desde el origen.

Anaïs Nin (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1903 - Los Ángeles, EE.UU., 1977)
Anaïs Nin (Neuilly-sur-Seine, Francia, 1903 - Los Ángeles, EE.UU., 1977)

Has sido contadora, y alguna vez has relatado que tras una crisis descubriste tu vocación literaria. ¿Puedes contarme cómo sucedió?
Viajaba a Sao Paulo a hacer un inventario de maquinarias. No era feliz dedicándole tanto tiempo a una tarea que no me satisfacía. Iba leyendo un diario financiero donde salió un aviso de un concurso de novela y, con lágrimas por ir a dedicarle mis próximos días a algo que no quería hacer, me prometí volver y pedir una licencia para escribir una novela que venía garabateando. Eso hice. Y cuando fui a buscar las bases a la editorial Tusquets, me enteré que se trataba de “La sonrisa vertical”, así que la novela además tenía que ser erótica. Leí todo Anaïs Nin y Henry Miller para aprender de los que escribieron tan bien en ese género, y allí fui con mi novela erótica. Un día recibí un correo donde me invitaban a la fiesta de premiación porque, si bien no había ganado, era una de las novelas finalistas. Ese fue el primer espejo que le devolvió a aquella contadora que fui la imagen de una posible escritora que podría llegar a ser con esfuerzo y dedicación.

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