Camilo, todo él, por Jaime Bedoya
Camilo, todo él, por Jaime Bedoya
Jaime Bedoya

El mundo está preocupado por la cara de Camilo Sesto cuando por lo que debería estar intrigado es por su pie.

Encarnación de la banda sonora sentimental de los setenta, Camilo Blanes (a) Sesto es un artista tan grande que está despidiéndose de los escenarios desde hace siete años. Y aún no puede irse. Fue en el 2008 que dio inicio a la Gira del Adiós —Camilo Pura Vida—, interrumpida durante el 2013 cuando se dieran los malhadados eventos del vejamen y robo al astro hispano. El cantante alicantino no tiene otro propósito ni utilidad en la vida que ser Camilo Sesto. Por ello encuentra en el enclaustramiento casero el sosiego alternativo a la disfunción social. Además, odia las moscas. Las calles están llenas de ellas.  

Blanes reposaba en su mansión de Torrelodones la infausta noche que un grupo vestido de comando, versión pueblerina de la pandilla de "La naranja mecánica", irrumpió en ella. Camilo, quien sin tapujos ha aceptado haberse sometido a múltiples implantaciones capilares, acostumbra usar adicional peluca para dormir (1). Señal de respeto a su público ante la contingencia de que aquel fuera un sueño sin despertar. Los invasores destruyeron los anacrónicos televisores de plasma del cantante, robando dinero, joyas y la peluca, presunto fetiche psicosexual. Envuelto en un edredón de plumas que púdicamente cubría la intimidad de su cuero cabelludo, Camilo dio parte a la policía. Algún incidente traumático no revelado debe haber sucedido en el trance. 

Esto se evidenció cuando Camilo se quedara dormido en el juicio para esclarecer lo del robo. El fiscal interrumpió la audiencia pues, a pesar de que le tocaba de oficio alegar en contra del artista, al verlo durmiéndose sentado dio la voz de alerta. No pudo ignorar el riesgo que suponía el que impactase frontalmente con el suelo: a Camilo de joven le decían Pinocho. Impasse anatómico que la ciencia médica corrigió mediante minuciosa rinoplastia de primer nivel a punto de hacerse trizas.  

Su médico, a la vera de su abogado, explicó que lo que lo sedaba así eran los potentes analgésicos para aliviar los efectos de la cirugía destinada a reparar una fractura del hueso calcáneo del pie. Camilo, despertado de golpe, solo atinó a quitarse el zapato y el calcetín para enseñarle al juez la evidencia en cuestión. Un pie mortecino y deforme, sacrificio propio del tener como patria un escenario. Ese pie pisaba otro mundo. 

Ocultando aquel profundo dolor podal es que Camilo llegó a Lima hace ya casi un año —noviembre del 2014— para cumplir con la etapa limeña de la Gira del Adiós, rebautizada como Todo de Mí. El incumplimiento de la oferta fue pronto: a medio concierto dejó el micrófono sobre el escenario y abandonó el Jockey Club. Sus incondicionales guardaron silencio en consideración sincrética hacia el cantautor de “Perdóname”. Camilo explicó al día siguiente que el frío limeño le había entrado por el pie. 

Es que ese pie, su aleph, unilateralmente ha dado el primer paso hacia la inmortalidad. Es el destino natural tras haber dado al mundo una melodía perfecta como “Fresa salvaje” (2).

Con sus facultades canoras en entredicho, y estrenando nuevo rostro que coquetamente desiste de atribuir al bisturí, Camilo retoma valientemente y por enésima vez la Gira del Adiós. Lima no está en la ruta.

(1)     Suele cortarle las puntas, como si le creciera pelo.  
(2)    Véase y difúndase, año 1973:

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