La muestra de Igartua reúne dibujos y pinturas que remiten al retrato, el paisaje y el bodegón.
La muestra de Igartua reúne dibujos y pinturas que remiten al retrato, el paisaje y el bodegón.
Max Hernández Calvo

Coliflor, de Esteban Igartua, nos permite un reencuentro con un artista de fines de los noventa (hace mucho vive en Inglaterra) que prometía renovar la tradición de pintura en clave contemporánea, y no defrauda.

La muestra reúne dibujos y pinturas que remiten al retrato, el paisaje y el bodegón. Estas imágenes se ven perturbadas por la irrupción de un estallido de detalles, elementos y formas que seducen nuestra mirada, entregada a descubrir sus particularidades, y la frustran con sus desconciertos, ante sus aspectos indeterminados y sus formas inquietantes.

Los cuadros de vegetación son los menos narrativos e, incluso, son algo abstractos por la sobrecarga de sus detalles, que lleva a perder de vista su referencia al mundo exterior. Estos cuadros, además, conectan dos tradiciones radicalmente ajenas entre sí, la pintura holandesa del Siglo de Oro (las representaciones de plantas de Igartua traen a la mente los bodegones de artistas como Balthasar van der Ast o Maria van Oosterwijck), y la escuela de Nueva York de los cincuenta, con los guiños al overall composition, en donde la superficie entera del cuadro es tratada por igual. El punto de encuentro entre ambas tradiciones es una atención al detalle figurativo que se hace abstracto en un despliegue de juegos tonales, lumínicos y formales por todo el cuadro.

Estos cuadros tienen tanto de realismo como de irrealidad, como ocurre en “Jardín” (2018): los pétalos de las flores son turgentes al punto de volverse escultóricos, mientras que la orgía de ramas y raíces se confunde con tripas.

“Plantación” (2018) es un cuadro más que magnífico, donde Igartua despliega su brillantez como pintor: construye con maestría académica el volumen de las plantas y ramas, la textura de las hojas, la profundidad del entorno, para luego usar esa misma habilidad para poner en cuestión el realismo de la escena: por zonas confronta la perspectiva del claroscuro con la perspectiva del color; niega el trabajo de pincelada con las partes sobadas del lienzo; mediante la textura física de la pincelada aplana la profundidad sugerida por perspectiva de dibujo (disculpen la jerigonza pictórica). Así, el artista nos sumerge en una imagen ilusoria solo para suspender la ilusión —del referente y de la idea del cuadro como ventana— remarcando que lo que tenemos ante nosotros es una superficie muy laboriosamente pintada.

Cabe remarcar aquí que el montaje de la exposición promueve la oscilación entre el detalle y la totalidad, al situar piezas grandes junto a otras pequeñas, de modo tal que los saltos de escala nos obligan a alternar entre la distancia y la cercanía.

Sus paisajes y retratos tienen una carga más narrativa. En los retratos, por ejemplo, los rasgos de los personajes nos invitan a imaginar sus historias, sobre todo cuando sus características son más peculiares (cicatrices, deformidades, vestimentas, facciones, etc.), si bien en ciertos casos se diría que las particularidades de estos personajes parecen reflejar la mirada misma del artista: una observación centrada en ciertos detalles, como la nariz y las cejas en “Retrato 5” (2017).

Sin embargo, las deformaciones son aparentes en varios de estos retratos, sobre todo en ciertos dibujos en los que los rostros se confunden con tumores o las deformaciones son extremas, como en “Cabezas” (2008), en el que personajes de facciones monstruosas se fusionan entre sí —una manifestación feroz del exceso y la exuberancia que inevitablemente nos remite a la enfermedad y la muerte—.

No obstante, la idea de la pintura sigue presente como eje en estas obras. En “Retrato 4” (2016), por ejemplo, Igartua establece un relé entre la piel del personaje y la piel del cuadro (la cubierta de óleo sobre la tela) sobre la base de la textura de la pincelada, que se centra solo en la figura (el fondo tiene un tratamiento más sobado).

Esteban Igartua presenta en esta muestra un alegato claro y contundente de la potencia de la pintura y su actualidad, en la que su sentido contemporáneo se nutre de fuentes muy diversas (la pintura flamenca del s. XVII, Philip Guston, la ilustración de ciencia ficción y fantasía, etc.), para exigirnos una atención que esté a la altura del esfuerzo y el tiempo que evidentemente se ha invertido en su creación. Para no perdérsela.

Proyecto Amil

Centro Comercial Camino Real (esquina av. Víctor Andrés Belaunde con av. Camino Real, sótano), San Isidro. Hasta el 20 de octubre.

Contenido sugerido

Contenido GEC