"Trans/cis"
"Trans/cis"
Max Hernández Calvo

Trans/cis, curada por Jorge Villacorta, reúne a los dos artistas peruanos más importantes en el paso del arte moderno al contemporáneo: Jorge Eduardo Eielson y Emilio Rodríguez-Larraín.

La muestra da cuenta de la apuesta de ambos por revisar las premisas de la modernidad y sus lenguajes artísticos, vía la experimentación como modo de cuestionar la noción de artista, proceso creativo y obra de arte —es decir, aquello que los hace artistas que dialogan con el presente y no solo testifican sobre el pasado—.

Ambos exploraron las posibilidades de la pintura, como se ve en “Sin título” (1965-1973) y “Sin título” (1977), de Rodríguez-Larraín, que recurre a patrones visuales, signos y zonas informes de color. La fuerte textura con cemento de “Paesaggio infinito della costa del Perù” (1961) habla del interés de Eielson por el informalismo, y su “Quipus 27-T-1” (1978) evidencia un replanteamiento radical de la superficie del cuadro, cuyo soporte (la tela) se convierte en figura y objeto.

Precisamente esa relación figura/objeto será un recurso clave en la reconsideración de la representación por parte de Eielson: un pantalón o una camisa (por ejemplo “Camicia”, 1963) son adheridas al cuadro —a la vez imagen y ejemplar de su título—, algo que supone la incorporación de la realidad misma en la obra, poniendo en paréntesis su estatus simbólico.

El interés de estos artistas por materiales y técnicas no convencionales puede verse en obras como la “Pirámide di stracci” (1965) de Eielson, en la que trajes de baño han sido comprimidos en forma piramidal —presentados junto a la foto de la familia Mulas a orillas del mar, sobre la que dos líneas dibujan un triángulo—, algo que también revela el sentido del humor de Eielson, que puede ser más ácido en Rodríguez-Larraín: “El báculo, o el ¡bafalo! o la ‘huasamandrapa’” (1990) juega con los deslizamientos verbales y formales del título y la escultura, en la que bastón y falo se confunden. En “La KGada” (1990-2006), compuesta por una tapa de wáter de hierro clavada sobre madera, con una franja negra que la atraviesa diagonalmente, el artista carga de humor escatológico —verbal y materialmente— un objeto que evoca un escudo de heráldica.

Hay en estas obras, además, un guiño a Marcel Duchamp (quien era amigo de Rodríguez-Larraín) vía el readymade, un dispositivo fundamental en términos de las posibilidades que inaugura para el arte contemporáneo. En “Poema escultórico IX” (1978-1980) de Eielson, la deuda con el readymade es aparente: una silla blanca tiene encima un modelo a escala de una silla blanca, lo que pone en juego la idea del objeto práctico y el lúdico, del modelo, el ejemplar y la réplica.

Otra noción vital a la contemporaneidad es la de proyecto, que subyace en obras como los “Planos de la escultura ‘La ancestral’” (1973-1975) y “Planos de la escultura ‘Torre de Canto Grande’” (1986) de Rodríguez-Larraín. El plano como obra anuncia la noción del artista como diseñador y no solo como ejecutante. En un terreno similar, pero más próximo al documento, están las fotografías “Poema escultórico IX” de Eielson, que retratan una silla blanca con distintos objetos encima: botellas de leche con líquidos de colores, un saco, libros, una manzana, uno de sus nudos, una piedra, etc.

Ambos artistas articularon referencias que abarcaban lo prehispánico, el arte moderno y el experimentalismo contemporáneo. “Refugio de los Andes” (1988-1991), de Rodríguez-Larraín, traza la forma de la chakana o cruz inca, inscrita en un círculo en mármol blanco de Carrara, material que remite a la escultura clásica. La geometría de sus formas se corresponde con la abstracción modernista y con procesos industriales, como su “Pirámide 34” (1970-1980-2010), una forma emblemática para varias culturas milenarias, pero cuya superficie metálica pulida remarca su producción industrial. En sus quipus, Eielson combina referencias clásicas (Bach y Leonardo), una transgresión de la idea moderna de pintura y las alusiones al sistema de contabilidad precolombino.

Mediante el título, el curador sugiere el papel histórico de ambos artistas, quienes convergieron con la modernidad (el prefijo latino cis significa “en el lado de”), pero también la atravesaron (trans: “al otro lado de”), trascendiendo el modernismo al embarcarse en la empresa de ir trazando el campo de la contemporaneidad sobre la marcha.

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Av. El Bosque 291, San Isidro. Hasta el 23 de junio.

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